Cuatro

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No nos hagamos esto.

Qué triste que Sebastián lo dijera en plural.

¿Qué podríamos hacernos? ¿Daño? Jamás se lo haría. ¿Preguntas? Tenía preguntas, por supuesto. Quería saber de él, qué había hecho esos años, cómo estaba, dónde vivía, con quién, si tenía familia, saber si era feliz, si me había olvidado y si recordaba, al igual que yo, la forma en que nos abrazábamos para dormir. Necesitaba hablarle, porque necesitaba comprender la razón por la que decidió apartarme de su lado.

No es que pensara que Sebastián tenía que amarme a mí y solo a mí por el resto de su vida, pero no me merecía ese rompimiento. Basti fue cruel, y estoy seguro de que lo sabe.

Todo comenzó cuando la asistente social de la escuela jubiló, y otra mujer, más joven e incompetente, la reemplazó. Nuestra escuela, que era igual de pobre que nuestro barrio, estaba llena de estudiantes con problemas derivados del hacinamiento y la miseria: mala alimentación, enfermedades, violencia, desinterés, drogas, embarazos y prostitución, eran algunos de ellos. Esta nueva funcionaria, que no tenía malas intenciones, fijó su atención en Basti gracias al don que sus manos tenían para el trabajo en el jardín. No importaba la semilla, su origen o su estado, pues todo lo que él tomaba crecía hermoso y saludable. No tengo completa claridad sobre el origen de su amor por las plantas, pero tengo grabada la imagen de sus manos de niño plantando tomates en las jardineras del departamento junto a mi madre. Tras ese primer experimento, ya no hubo forma de detenerlo. El caso es que la asistente reparó en él, y no tardó en enterarse de que gran parte de su vida, sino es que ella por completo, la hacía en nuestra casa. Pero eso no podía ser tan grave, no al menos cuando es evidente el cariño y la preocupación.

El problema real no fue otro más que nuestra cercana relación. Todos lo sabían. ¿Cómo no iban a saberlo si no nos separábamos jamás? Llegábamos juntos, nos íbamos juntos, nos esperábamos cuando alguno de nosotros tomaba alguna clase, deporte o taller que el otro no. Nos queríamos abiertamente, nos protegíamos. Mi vida giraba en torno a él, y a que nadie le faltara el respeto por su aspecto delicado o su afición por las plantas, aunque eso terminara en más de alguna pelea. Pero éramos adolescentes, y hombres. Y eso a ella no le agradó.

Poco a poco, comenzaron las entrevistas, las visitas a la casa y constatación del pecado: una habitación, con una pequeña litera, para dos chiquillos demasiado cercanos.

En cosa de meses, Basti nos fue arrebatado y mis padres no pudieron hacer más. Pelearon en el tribunal, hablaron con su abuela pues su madre fue declarada inhabilitada para ejercer la maternidad, y rogaron en la escuela, donde también recibimos apoyo. Sin embargo, primó la ley por sobre la cordura. Pero sobre todo, primaron los prejuicios, por sobre el amor que de forma indudable mi familia se profesaba.

La sentencia la oímos con los sollozos de Basti de fondo, quien tuvo que presenciar como su vida era discutida por personas que jamás le habían visto. Solo teníamos catorce años, pero todo el mundo pareció olvidarlo a la hora de hablar incluso de su orientación sexual como factor preocupante ¡Qué tropa de ineptos y qué falta de empatía!

El día que se fue de nuestra casa, lloramos todos abrazados en el sofá. No íbamos a soportarlo. Y aunque mis padres ya habían acordado mudarse para estar más cerca de él, fue dos noches después de que salió de nuestro hogar que aceleraron el proceso y nosotros confirmamos que nos amábamos.

Era muy tarde cuando oí la puerta abrirse y Basti se apareció en mi habitación. Había estado hablando con mis padres, pero les había pedido que aquella charla fuera privada. Basti entró y, lo siguiente, solo fue instintivo. Estaba frente a mí, sonriendo triste como tan pocas veces mientras estuvo junto a nosotros, y lo supe. Lo abracé tan fuerte como pude, le dije que lo extrañaba, que necesitaba tenerlo más cerca y que por favor escapara de su nueva casa. Él reía entre mis manos, pero su voz se silenció luego de que mis labios por fin lo besaron. No hubo respuesta. Solo su mirada asustada y su cuerpo alejándose de mí.

Fuimos todoWhere stories live. Discover now