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Era una calurosa tarde de verano la primera vez que le ví.

Bello y puro, frágil en medio de aquellos imponentes árboles que crecían alrededor de todo el pueblo, estabamos en la nada escondido por aquel bosque sin fin. Tenía la piel tan blanca como la leche y la porcelana, pelo negro como la noche. Era una pequeña mancha blanca en todo ese verde y café que parecían querer consumirlo. Borrarlo de ahí. Pero ahí estaba él, en la acera en medio de algún juego que solo él conocía.

No sabía que hacía mirandolo por esos veinte minutos que parecían ya veinte horas. El silencio lo hacia todo más largo, pero de igual manera no quería apartarme. Había escapado de mí padre de nuevo. Estaba tan borracho y no quería soportarle en aquel estado etílico. Seguía doliéndome la espalda de los golpes que me propicio desde la última vez que llego a casa así.

Ese pequeño niño era... Bello. Sonreía tan felizmente, tarareando una canción que no lograba escuchar por lo lejos que estaba. Se reía solo y me daban ganas de reirme con él, de todo, de nada, de lo que sea. Verlo era hipnotizante y de alguna manera me tranquilizaba. La amenaza que colgaba en mí cabeza de mí padre con su cinturón gritándome que solo era un error estaba lejos. Ní siquiera existía. La calma que lo rodeaba solo parecía querer invitarme con la fuerza de un imán. No fue hasta que estaba a unos metros suyos que me dí cuenta de donde estaba. Mis pies tenían mente propia, mí cuerpo igual, todo me estaba llevando hacia él.

Seguía caminando hasta que la brecha entre nosotros era solo unos cuantos miseros pasos. "¿Qué estoy haciendo?"... La pregunta retumbaba en mí cabeza. Mis piernas parecían flaquear. Solo otro paso más. "No te acerques. Pensara que eres raro como todos los demás." Otro más. "Huiría de tí sí te ve." Estaba en frente suyo con todos los nervios del mundo acumulado en mí interior justo en mí garganta haciendolo imposible respirar.

—¡Detente!

Todas las advertencias que resonaban en mí cabeza gritaron en afirmación hacia mis temores. ¿Cómo podría acercarme a él? Yo era basura, no era nadie especial. Me preparé para correr en la dirección opuesta, no quería escuchar sus insultos. En especial de un ángel como él.

—Sí pisas una grieta perderas 500 puntos y perderas. Yo no he pisado ní uno todavía y podría ganarte.—una sonrisa más brillante que el sol me fue regalada y me quemó verla tanto tiempo.

—¿Q-qué? —mí voz salió dura y titubeante haciendo que la vergüenza quemara en mí rostro.

—¿Quieres jugar conmigo? Sí lo haces podría dejarte ganar, solo porque soy tan genial y me aburro aquí solo.

Una risa melodiosa escapo de aquellos rosados labios mientras se acercaba hacia mí. Tan brillante, tan irreal... En ese momento ní siquiera parecía real que estuviera ahí. Hablando. Respirando. Viviendo. Era precioso y yo una mancha...

—¿Qué ocurre? ¿No puedes hablar?

Sus preciosos ojos me dieron una mirada con escrutinio. La sonrisa se desvaneció y la preocupación invadió su rostro. Como sí lo que tuviera de mal se podría ver desde afuera... ¿Se podría? Una nueva duda tomo lugar dentro de mí pero podría esperar. Aquel ángel esperaba una respuesta mia.

Me armé de valor y abrí la boca.
—Sí quisiera jugar contigo...

—¡Bien! Me salvas de un día solo. Te debo una. Me llamo Oh Sehun.—extendió su pequeña mano hacia mí. Pude ver algunos rasguños en la palma de su mano, sospechaba que era por la misma razón por la que sus rodillas estaban rasmilladas. Aun así, con la sangre seca en sus rodillas y pequeños cortes en sus palmas, era el ser más bello que jamás había visto.

Mí propia mano se extendió hacia la suya, ansiosa ante el mero contacto de su piel. ¿Qué se siente tocar la mano de un ángel?

—Soy Park Chanyeol.

El Chico Con Un Ojo [ChanHun]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora