Capítulo 20

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Era mediados de mayo, y además de algunos trabajos menores, mi papá no había conseguido trabajo estable; y como siempre descargaba su frustración en mí. Por un lado, yo prefería que se desquitara conmigo y no con mi mamá o con mis hermanos; en ese tiempo sentía miedo de que en algún momento empezara a golpearlos a ellos también. Ahora sé que, probablemente, eso jamás hubiera pasado, y que al único que siempre quiso hacer daño fue sólo a mí.

Papá salía todas las tardes, quien sabe dónde, pero una de esas tardes me hizo muchas preguntas, luego que llegué de clases, indagando cosas; yo me hice el inocente, y negué que estuviera saliendo con alguien, menos pololeando, y me recordó que me lo tenía prohibido.

Pero al día siguiente, me vio con Sally, mientras estabamos sentados en el pasto, en la avenida, frente al liceo. Me puse lívido, pensé que iba a cruzar la calle y me iba a agarrar a golpes allí mismo, pero no lo hizo, porque iba acompañado de una mujer. Me hizo un mueca con la cara y con disimulo puso su índice señalando su ojo, enviando en ese gesto el mensaje de "te he visto", y siguió caminando como si nada.

Traté de convencerme a mi mismo por un segundo que él no me había visto en verdad, pero no me podía engañar, sabía que en ese simple gesto que hizo con el dedo, la amenaza estaba echada sobre mí.

Me despedí de improviso de Sally, ella no se había dado cuenta de nada, y agradecí que así fuera, y regresé rápido a casa, por un camino diferente al que había tomado papá, mientras pensaba en qué decir; si negar todo, decir que solo era una amiga, o de plano reconocer una vez más los hechos, cosa que de solo pensarlo, me daba pavor, dada las consecuencias de la vez anterior; o suplicar una vez más la ayuda de mi mamá, aun sin saber si Anaya me ayudaría o no.

Llegué a casa y mi padre aún no había regresado. Los nervios me comían, y decidí hablar con mi mamá.

—Yo sé que estás saliendo con ella, no soy tonta —me dijo, después que le explicara lo sucedido.

—Ayúdeme, por favor... que mi papá se convenza que estoy solo... que crea que no estoy con nadie... —le pedí con angustia.

—Ay, Gaspar... no me pidas lo que no puedo cumplir...

—¿Pero por qué? ¿Por qué no? —casi le grité.

—Hijo, por favor... solo obedécelo, y evita problemas; después cuando seas adulto podrás hacer lo que quieras... por favor, no quiero verte sufrir...

—Entonces ayúdeme... él me va a hacer daño si se entera... y me va a alejar de ella... —mis ojos se llenaron de lágrimas sin poder contenerme— ... y ella es la única a la que le importo.

—No digas eso... a mi también me importas...

—¡Mentira! —grité— aquí nadie me quiere; si usted me quisiera me ayudaría.

—Lo siento, Gaspar... pero no puedo ayudarte...

Me puse a llorar, y me encerré en el baño a darle puñetazos a la pared, hasta que me sangraron los nudillos. Me sentía muy nervioso; sentía que apenas llegara mi papá toda lo bueno que había logrado tener en mi vida hasta ese instante se esfumaría en un santiamén, quizás con qué consecuencias.

Mi padre llegó cuando yo ya estaba en mi cuarto. Me había cambiado ropa y secado mis lágrimas. Decidí fingir parecer lo más normal posible y negarlo todo.

—¡Gaspar! —gritó— ¿Ya llegó ese mocoso? —preguntó a mi madre.

—Está en su dormitorio. —La oí responder con temor.

AdolecerWhere stories live. Discover now