Capítulo 28

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Durante las vacaciones de invierno de ese año, al fin pude pasar más tiempo con Sally como yo quería. Ya mamá estaba por completo recuperada, y la bebé iba creciendo bien.

Papá de tenía otra vez un nuevo trabajo y casi no pasaba en casa, se iba de madrugada y regresaba en la noche; creo que para todos eso era bueno, había menos tensión en el ambiente; podíamos respirar más libremente con él lejos. Mamá se veía más alegre y los niños más relajados.

Anaya, mi madre, me permitió salir algunos días sin mucha restricción, por lo que pasé esas vacaciones entre la casa de Sally y la de mi tía Dina, que pedía que fuera a verla, e íbamos Sally y yo a tomar onces con ella.

Hicimos varias cosas divertidas esas dos semanas. Caminamos por el centro de la mano, fuimos a comer dulces a la pastelería de siempre, la que estaba a una cuadra de la casa de Sally, frente al mercado. Jugamos un rato en los flipers, aunque los dos eramos muy malos en ello. También fuimos a un parque de diversiones que había llegado a la ciudad y llevamos allá a mis dos hermanos, nos divertimos mucho, gracias a la tía Margarita que pagó todas las entradas. Pero de todo lo que más me gustaba, era simplemente estar en sus brazos; que Sally me abrazara, me besara, y quedarnos allí quietecitos sintiéndonos el calor uno del otro, acurrucados en el sofá viendo cualquier tontería en la tv, sin hacer nada más que acariciarnos y reirnos tontamente de cualquier cosa.

Cuando las vacaciones terminaron, sentía que todo iba a ir mejor; tenía esperanzas.

A pesar de habernos visto durante las vacaciones de invierno, aún así Sally me hizo varias cartas que me entregó cuando volvimos a clases; cartas llenas de sentimientos, muy románticas y dulces; cartas que me hicieron inmensamente feliz al leerlas; cartas que hasta el día de hoy me hacen preguntarme porqué alguien como ella puso los ojos en un chico como yo.

Cómo papá casi no pasaba en casa, mamá se sintió con más libertad para tomar decisiones, creo; pues me dejó que llegara tarde después de clases algunos días, así que pasaba en casa de Sally lo más que podía después del liceo, y no lo hacía más seguido sólo a causa de mis hermanos, que al parecer se ponían celosos de ella.

Un día, ya estaba oscuro; era bastante tarde, y nos vinimos caminando lentamente y de la mano por la avenida. A ella le gustaba acompañarme algunas cuadras; la verdad es que solo no queríamos separarnos.

Veniamos riendo, bromeando, cuando sin darnos cuenta una pareja pasó por nuestro lado en dirección contraria a la nuestra. El hombre nos quedó mirando al pasar, pero no dijo nada, también venía de la mano con la mujer que iba a su lado. Yo me paré en seco y me quedé helado, no sabía cómo reaccionar; ese hombre era mi padre, y estaba con otra mujer.

Me volteé a seguir observándolo, pero Sally me tiró de la ropa para que no lo hiciera, me movió la cabeza en forma negativa, con el semblante entre sorprendida y asustada, y me empujó con suavidad para que siguiera caminando.

—¡Era él! ¿Lo viste? —le dije reanudando la marcha.

—Tal vez es mejor así; ustedes pueden estar más tranquilos si él está entretenido en otra cosa.

—¡Pero no es justo! ¿Y todas las cosas que me decía; que la moral aquí y allá? ¡No puedo creerlo! —comenté con rabia, sin poder ocultar mi enojo.

—Ya déjalo; al menos no te hizo un escandalo por verte a esta hora en la calle y conmigo.

—¡Mamá no se merece esto... ¡ —reflexioné aún airado.

—No puedes hacer nada; es asunto de los adultos —arguyó ella.

—¡Tengo mucha rabia! —grité y patee el suelo haciendo una mueca con mi boca, volteándome a mirar de nuevo en dirección a mi padre.

Hubo momentos de mi vida en los que no podía evitar el confrontar a Julio, y ésta fue una de esas veces; pudo más la rabia que subía como espuma por mi pecho, sentía que no podía quedarme callado, y por eso, y pese a todos los intentos de Sally por detenerme, me devolví furioso a enfrentarlo.

Caminé rápido hacia él, con los puños apretados de rabia, y me planté frente suyo, mientras Sally gritaba mi nombre algo histérica, quedándose a cierta distancia.

—¿Qué está haciendo usted de la mano con esa mujer? —me atreví a enfrentarlo, con un valor que sólo me daba la rabia que sentía en ese momento.

—¿Quién te crees que eres? ¿Acaso tengo que darte explicaciones a ti? —me respondió con fría calma, mientras me observaba con desdén— ¡Regresa a casa que no tienes permiso para estar a estas hora en la calle! ¡Allá hablaremos luego! —agregó en tono amenazante.

—¡No me voy a ningún lado si no me dice que está haciendo con esta tipa! —continué desafiándolo, mientras la mujer me veía con cara de no entender qué pasaba.

—¡No me provoques aquí, Gaspar! ¡Lárgate, ahora! —masculló entre dientes, mientras la mujer le preguntaba que quién era yo.

—¿Porqué no le dice que tiene una esposa que está en casa y con una bebé de apenas meses? ¡Mamá no se merece que usted le haga esto! —le grité.

—¡Para este escandalo ya! —me gritó también— ¡vete ahora! ¡Márchate con la mocosa esa antes de que te arrepientas!

—¡Usted a perdido todo el poco respeto que ya le tenía! ¡No voy a volver a obedecerlo en nada! ¡Es un cínico y un mentiroso! ¡Le diré a mamá lo que anda haciendo a sus espaldas...! —vociferé enrabiado, y sé que con eso lo provoqué, pues reaccionó de inmediato dándome una fuerte cachetada.

—¡Lárgate! ¡vete ya! —ordenó y era notorio que estaba conteniendo su ira.

Sally se acercó hasta donde yo estaba y nos veía muy asustada, me empezó a tironear de la ropa para que me marchara con ella, pero yo estaba como cegado por mi enojo... sentía que era tan injusto lo que hacía papá, que no podía creer que él que siempre criticaba a los demás y hablaba de la moral y de las buenas costumbres y de cómo debían ser las familias, él que se llenaba la boca de todo eso, y que miraba en menos a Sally por ser hija de madre soltera, ahora estuviera haciendo justo lo que juzgaba como incorrecto.

Caminé practicamente arrastrado por Sally, que me alejó de mi padre diciéndome en voz baja que no siguiera discutiendo con él.

Tenía tantas ganas de llorar en ese momento; era una sensación de frustración tan grande; sentía en ese instante que odiaba a mi familia por ser cómo eran, y por tener que vivir en medio de todo eso.

Refrené mis lagrimas como pude, y sin intención le contesté mal a Sally, que trataba de tranquilizarme. Le grité, descargando toda mi rabia con ella. Al final, le pedí que volviera a su casa y me fui caminando solo hasta la mía.

Me senté en una banca de la avenida a dos cuadras de mi casa y me puse a pensar en qué hacer; quería decirle a mamá lo que había visto, pero un montón de dudas cruzaron por mi mente; no quería que mamá sufriera, pero tampoco pensaba que era lo mejor que viviera engañada.

Pasaban tantas cosas por mi cabeza... pensaba en qué pasaría si ella se separaba de él; pensaba que podía ser bueno por un lado, pero por otro... ¿De qué viviríamos si hasta donde yo sabía mamá nunca había trabajado? Además, si eso pasaba, tal vez mis hermanos me terminarían odiando y Julia crecería sin su papá. Todo eso cruzaba en un segundo por mis pensamientos, confundiéndome.

Esa noche decidí no volver a casa. Vagué un buen rato por algunas calles, y al final dirigí mis pasos a la playa. Allá hacía mucho frío y viento, pero no quería estar en casa, solo quería estar solo y pensar.

Estuve frente al mar un par de horas tal vez; eso me relajaba. Y cuando el frío fue mucho y ya no pude tolerarlo, me refugié en una construcción derruída y sin techo que estaba junto a la arena, allí me acurruqué lo mejor que pude, en el sector de esta que estaba más limpio, pues el resto estaba sucio con caca, orín, basura y hasta condones usados; era obvio para qué usaban ese sitio.

Al aclarar decidí volver a casa, para bañarme e ir a clases.

Me sentía rebelde; se me ocurrió que también podía usar lo que ahora sabía para tener una ventaja sobre él; para chantajear a papá y hacer que me dejara hacer lo que yo quisiera... ¡Pensar eso fue una de las peores ideas que tuve!... Junto con lo de confrontarlo.

AdolecerWhere stories live. Discover now