✨Capítulo 21✨

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Rebecca agitó su cuerpo cuando el ruido de la alarma tronó cerca de su oído y disipó su sueño de manera brusca.

Abrió los ojos y sintió la suavidad de las sabanas bajo su piel desnuda. Entonces los recuerdos del día anterior comenzaron a llenar toda su mente, y junto con ella el olor y el sabor de lo que había sucedido. El calor cubrió su cuello e instintivamente volteó hacia los dos lados.

Pero él no estaba.

Lo suponía, aunque no pudo evitar esbozar una mueca de decepción. La cama estaba hecha jirones, tanto, que delataba todo lo ocurrido. Todo había sido increíble, y sí, por supuesto que habían utilizado protección; la responsabilidad estaba antes que nada, sobre todo en su estado, pues no podía tomar el riesgo de tener un embarazo. Soltó un suspiro y se puso en posición de cuclillas mientras pensaba en todo lo sucedido.

Se sentía un poco nublada, aún no podía creer que en verdad había pasado la noche con su inquilino. Recuerdos se pegaban a su cerebro como si de una película se tratase. Eso la ponía feliz, emocionada, excitada, alucinada, pero a la vez el miedo y la inseguridad comenzaban a estorbar en sus pensamientos. Sacudió la cabeza. ¿A qué le podía temer? Si ella, sobre todo ella, ya no le temía a nada. En absoluto.

Ya estaba hecho, había sucedido. Y la verdad era que no se arrepentía. Ahora, el problema no estaría en ella, en si seguir o no aquella extraña situación, sino en él. Solo esperaba que no fuera uno de esos hombres que perdían el interés después de una sola noche. Pero había sido tan intensa que ni siquiera, creía ella, había reparado en la cicatriz horizontal que tenía a la altura del pecho izquierdo.

Becca se llevó las manos a la nuca.

¿Qué quería ella exactamente con ese juego?

Vivir.

Emoción.

Un poco de locura.

La respuesta no podía ser más clara, claro que quería vivir, era lo único que la motivaba aun después de saber su cruda realidad. Sin embargo, no podía engañarse. Allen le gustaba, no solo le atraía carnalmente, le gustaba él, su presencia, su temple, su tristeza escondida, su esencia, incluso la tortura oculta de su mirada; también le gustaba el desafío de hacerlo sonreír. Por eso quería ayudarlo, quería sanar aunque fuera un poco sus heridas. Que olvidara su tormenta cuando estuviera con ella.

Sin darle más vueltas al asunto, se levantó de la cama y comenzó a ordenar todo. Aquel día era viernes, por lo que entraba una hora más tarde a clases. Aunque, aun así, se alistó con presura y metió todos los libros necesarios a su mochila. A propósito, vio entre varias carpetas el pequeño diario de Allen. Pensó en si debía entregárselo ese día. Lo tomó y acarició la solapa. No, tal vez no era el momento adecuado para hacerlo. No quería quedar mal con él, así que probablemente aprovecharía cualquier oportunidad para devolvérselo sin que él se diera cuenta, así sería mejor.

Lo dejó en su lugar y salió del departamento después de echar una última ojeada al espejo. Después de cerrar, no pudo evitar mirar hacia la puerta de Allen, la cual estaba cerrada. Soltó un suspiro y comenzó a caminar por el pasillo con la resignación latente en el pecho. Sin embargo, se detuvo cuando escuchó la voz de su inquilino detrás. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Sintió el cuello de tomate cuando se volvió hacia él.

Y ahí estaba.

Con pantalones negros, camisa azul arremangada en los codos y el cabello húmedo. Casi se le formó un nudo en la garganta, una vergüenza totalmente incómoda la recorrió por cada rincón de su cuerpo. Los recuerdos se agolparon a su cerebro como una rebana de pastel.

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