✨Capítulo 23✨

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Rebecca Collins dejó su mochila sobre la cómoda del cuarto de Allen. No podía evitar escrutar todo a su alrededor con la mirada, ahora con mayor libertad, pues era la invitada. La colcha de la cama era gris y las almohadas de color crema al igual que las paredes. Pudo percatarse que todo estaba muy en orden. Tenía una computadora portátil —de última generación— en una mesita de trabajo, y algunos blocks de notas. Pero lo que más llamó su atención fue un pequeño cuadro de una fotografía que estaba colocado justo a un lado de la computadora.

Su inquilino había entrado al baño, por lo que se atrevió a acercarse con pasos cautelosos, casi silenciosos. La fotografía era de una niña, bellísima, aproximadamente de unos ocho años. No tardó mucho en darse cuenta de quién se trataba: Rebecca, la pequeña del diario, su hermana. Sus cabellos castaños caían sobre sus hombros y una sonrisa tierna enmarcaban sus labios, sus ojos eran de color miel, y aunque el color era diferente a los de su hermano, tenían la misma esencia en la mirada. Allen debería sufrir bastante con el recuerdo de su hermana y con la incógnita de no saber lo que había sido de ella. Sintió encogido el corazón.

Tomó la fotografía entre sus dedos y la observó con mucha atención mientras divagaba en sus pensamientos. Podía sentir el dolor de Allen nada más ver aquella niña y un escalofrío la estremeció. No podía imaginar vivir algo parecido...

Un movimiento repentino la sobresaltó y por la sorpresa dejó caer la fotografía de sus manos. La vergüenza viajó a su rostro de inmediato.

—Lo siento, no quería ser entrometida...

Pero al alzar la mirada, descubrió que los ojos de Allen no mostraban ningún tipo de enfado, más bien reflejaban una dolorosa resignación. Él dobló una rodilla y recogió el pequeño cuadro del suelo. Sacudió levemente la cabeza y soltó un suspiro.

—No te preocupes, yo la dejé a la vista —dijo en voz baja—. ¿No te parece hermosa? —preguntó con una sonrisa nostálgica.

¡Una sonrisa! Deseó en ese instante capturar la imagen de su sonrisa, aunque no fuera para ella, sino para la niña de la fotografía. Le pareció un poco extraña su reacción, había pensado que le reclamaría por entrometerse en sus cosas o ignoraría el tema y buscaría otro. Sin embargo, ahí estaba, con una sonrisa. Aunque la felicidad no le llegaba a los ojos, por supuesto.

—Es más que hermosa... ¿Quién es?

Ya lo sabía, pero quería saber si él ya confiaba más en ella.

Allen apretó los labios y fue a guardar el cuadro en uno de los cajones de la cómoda. La joven se arrepintió de insinuar esa pregunta y se acercó a su mochila para comenzar a sacar los libros que necesitarían para el trabajo. Entonces escuchó la voz de su acompañante.

—Ella es mi hermana pequeña, que a propósito... —Becca volteó a mirarlo—. Se llama como tú.

Ella ya lo sabía por las páginas que había leído de su diario y trató de disimular un grado de sorpresa. En ese momento pensó en que definitivamente tendría que devolverle el diario, claro estaba, sin que él se diera cuenta.

—Oh, vaya...

Quería preguntarle sobre ella, pero no estaba segura de hacerlo, de antemano sabía lo doloroso que era ese tema para él y, además, pensaba que él mismo se lo contaría en algún momento. Por su parte, Allen no entendía por qué la idea de hablar sobre su hermana con esa chica no le provocaba tanto rechazo. ¿Qué tenía esa joven que parecía ser la medicina a todos sus males?

—¿Tienes familia, Allen?

El muchacho, que ya tenía en manos los libros necesarios, soltó un suspiro y miró sin titubear a su compañera. Allen pensaba que lo mejor era decirle la verdad, para quitarle ese peso de encima, pues ya no quería esconder nada. Recordó que, años atrás, generalmente no hablaba de su pasado y su vida privada, ni siquiera con los amigos más cercanos del instituto, por dolor y por miedo al rechazo. Pero ahora comprendía que su pasado formaba parte de él y nada podría cambiarlo.

Heridas Profundas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora