✨Capítulo 24✨

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Allen White llegó con la mente hecha un remolino a la casa de sus abuelos, que en realidad eran los padres adoptivos de Emma. Era sábado por la tarde y acababa de llegar de la empresa que Sam tenía a su encargo temporalmente. Entró a la casa y no se sorprendió de la presencia de Alice, una nieta más de los abuelos. Ella estudiaba incluso en la misma universidad. Allen se acercó con pasos pesados y saludó a la rubia con un beso en la mejilla sin decir ni una palabra. La había visto muy pocas veces en su vida, pero al menos no le quitaba nada el ser amable.

Alice percibió que algo se cocía en la mente de su primo postizo, pues estaba un poco distraído y algo nervioso, lo cual era casi ridículo en él. Su chaqueta oscura estaba un poco empapada, por lo que supo que había llegado de la empresa en su motocicleta, pues afuera chispeaba un poco. Allen se la quitó y la dejó sobre el perchero de la sala. La rubia escrutó con la mirada a Allen, realmente él estaba muy bueno. Tenía un cuerpo musculoso a buena medida, y la altura y los ojos que poseía lo hacían deseable para cualquiera. Sin duda, él era muy ardiente. Con una sonrisa de diversión pensó en que si no fuera parte de la familia, ya hubiera intentado algo más con él.

—¿Está Sam? —preguntó Allen antes de fruncir el ceño—. ¿Por qué sonríes? ¿Tengo algo?

Alice negó y se encogió de hombros.

Sus cabellos eran dorados y sus ojos tan azules como el cielo resplandeciente.

—No, salió con el abuelo por unos pendientes. Solo estoy yo, la abuela fue a rutina de terapia con Adolfo, el chofer —le informó la chica antes de tomar el control de la pantalla y sentarse en el sofá con las piernas cruzadas.

Allen asintió y comenzó a subir las escaleras.

—Está bien. Yo también tengo que salir.

• ────── ✾ ────── •

La casa era amplia por dentro, decorada minuciosamente, la mayoría de los muebles eran de cedro y la cantidad de ventanas era el doble que de puertas por toda la casa. Por donde Allen mirase, veía riqueza y elegancia. Ya llevaba varios años con su familia adoptiva y para él seguía siendo ostentoso todo lo que ahora tenía. Pero nada era suyo en realidad, aunque Sam y Emma se empeñaran en decir lo contrario.

Al salir de casa todavía chispeaba, por lo que se llevó la camioneta negra, pues en la guantera tenía todo lo que le quedaba de su hermana pequeña, además de que no quería coger un resfriado durante los cincuenta minutos de recorrido hasta la ciudad. De la fotografía de Rebs había hecho una simulación de su rostro acorde con la edad actual que tendría para ayudar en su búsqueda. Día tras día seguía la investigación de la desaparición de su hermana y seguía sin ninguna respuesta. Todo lo que sabía era que probablemente la ciudad a donde había sido llevada era Nueva Orleans, lo sabía por los antecedentes de la red criminal descrita en Londres, y lo que había sucedido en aquel tiempo en que estuvieron raptando niños pequeños. Sus esperanzas de encontrarla eran casi nulas, pero no podía quedarse sin hacer algo, sin intentarlo. Era realmente una tortura pensar que por su descuido su hermana había sido víctima de algo despiadado.

Allen apretó con fuerza el volante. Esperaba —como siempre— que hubiera una noticia, una mínima señal del paradero de su hermana. Con la misma opresión en el pecho entró a la sala donde lo esperaba el agente que llevaba su caso. Había como mínimo diez personas más detrás de él que esperaban noticias de sus familiares desaparecidos. Era devastador, porque era como buscar una aguja en un pajar.

—¿Ninguna noticia de ella? —preguntó cuando tomó asiento.

El agente, Ulises Thompson, negó mientras examinaba noticias y distintos documentos sobre el escritorio.

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