Capitulo 28: Una desgraciada doncella de los lirios

1.4K 83 6
                                    

 —Desde luego que tú debes ser Elaine, Ana —dijo Diana—. Yo nunca podría tener valor para flotar allí. 

—Ni yo tampoco —añadió Ruby con un estremecimiento—. No me importa flotar cuando hay dos o tres de vosotras en el bote y nos podemos sentar; entonces me gusta. Pero yacer y fingir que uno está muerto, no; no podría. Me moriría de miedo. 

—Desde luego que sería romántico —concedió Jane Andrews— pero yo sé que no podría quedarme quieta. Levantaría la cabeza para ver dónde estaba y si no me iba demasiado lejos. Y tú sabes, Ana, que eso echaría a perder el efecto.

 —Pero es tan ridículo tener una Elaine pelirroja —se quejó Ana—. No tengo miedo de flotar y me gustaría ser Elaine, pero es ridículo. Ruby debería hacer de Elaine porque es rubia y tiene una cabellera dorada larga y hermosa; Elaine «tenía su brillante cabello flotando en la corriente», ya sabes. Y era la doncella como un lirio. Ahora bien, una persona pelirroja no puede ser una doncella como un lirio.

—Tu tez es tan blanca como la de Ruby —dijo Diana ansiosamente— y tus cabellos mucho más oscuros que cuando te los cortaste.

 —¿Oh, de verdad lo crees? —exclamó Ana, enrojeciendo de placer—. Algunas veces lo pensé pero no me atreví a preguntar a nadie por miedo de que me dijeran que no. ¿Te parece que ahora se le puede llamar castaño, Diana?

 —Sí, y creo que es realmente bonito —respondió la niña, contemplando admirada los rizos cortos y sedosos que aureolaban la cabeza de Ana, mantenidos en su lugar por una cinta y un lazo de terciopelo muy vistoso. Se hallaban de pie sobre la margen de la laguna, más abajo de «La Cuesta del Huerto», desde donde se extendía un pequeño promontorio bordeado de abedules; en el extremo había una pequeña plataforma de madera que entraba en el agua, para conveniencia de pescadores y cazadores de patos. Ruby y Jane pasaban la tarde de verano con Diana, y Ana había ido a jugar con ellas. Ana y Diana pasaban la mayor parte de su tiempo libre en la laguna. Ildewild pertenecía al pasado, pues el señor Bell había cortado sin compasión en primavera el pequeño círculo de árboles de su campo. Ana se sentó entre los tocones y lloró, sin dejar de anotar lo romántico del hecho, pero se consoló rápidamente, ya que, después de todo, como decían Diana y ella, las niñas grandes de trece años yendo para catorce, eran demasiado mayores para diversiones tan infantiles y en los alrededores de la laguna se podían practicar deportes fascinantes. Era espléndido pescar truchas sobre el puente y las dos niñas aprendieron a bogar en el botecillo de fondo plano que tenía el señor Barry para cazar patos. Fue idea de Ana que dramatizaran «Elaine». Estudiaron el poema de Tennyson en la escuela durante el invierno anterior, pues el secretario general de Educación lo había prescrito para el curso de inglés en las escuelas de la isla del Príncipe Eduardo. Lo analizaron, desmenuzándolo en forma tal que era un milagro que al final conservara algún significado para ellas, pero por lo menos la rubia dama lirio, Lancelot, Ginebra y el Rey Arturo habían llegado a ser seres reales para ellas y Ana se sentía devorada por una secreta pena por no haber nacido en Camelot. Aquellos días, decía, eran mucho más románticos que los actuales.

El plan de Ana fue apoyado con entusiasmo. Las muchachas habían descubierto que si se empujaba el bote fuera de su amarradero, derivaba con la corriente bajo el puente y finalmente encallaba contra otro promontorio, sobre una curva de la laguna. Muy a menudo hicieron ese camino y nada más a propósito para jugar a «Elaine». 

—Bueno, seré «Elaine» —dijo Ana, accediendo de mala gana, pues, aunque le agradaba interpretar el personaje principal, su sentido artístico exigía aptitud física para él y sus propias limitaciones lo hacían imposible—. Ruby, tú serás el Rey Arturo, Jane será Ginebra y Diana, Lancelot. Pero primero deben ser los hermanos y el padre. No podemos tener al viejo servidor mudo porque no hay lugar para dos en el bote cuando una está echada. Debemos enlutar la barca con las más fúnebres colgaduras. Ese viejo chai negro de tu madre es exactamente lo necesario, Diana. En cuanto obtuvieron el chai negro, Ana lo colocó dentro de la barca y se acostó encima, con los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho. 

Anne of Green Gables Where stories live. Discover now