✨Capítulo 30✨

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Al día siguiente, el viento que soplaba y entraba por la ventanilla despeinaba sus cabellos como una revolución, pero a Becca no le importaba en absoluto. Solo el hecho de que Allen estaba a su lado; con una mano sujetaba la suya mientras que con la otra tomaba el volante. Después de varias horas de un largo trayecto, por fin habían llegado a Jacksonville Beach, donde vivían sus padres y los esperaban para una tarde juntos y celebrar su cumpleaños. Becca no había tenido que rogarle a Allen para que aceptara ir con ella, él de inmediato se había metido a la ducha para el viaje apenas haber despertado por la mañana.

Y ahora él iba tan relajado y tranquilo que le daban ganas de tomarle una instantánea para enviársela a Sam, pues no siempre lucía así. Sus labios estaban ligeramente curvados mientras tarareaba una canción de la banda que sonaba en la radio.

Queen.

—Me hubiera gustado asistir a un concierto —interrumpió el tranquilo silencio.

Becca sintió que lo dijo más para él mismo, pero aun así asintió.

—Sí, eran muy buenos —comentó ella.

Estaban a punto de llegar a la ciudad. De pronto, Allen detuvo la camioneta a un lado de la carretera. Becca se puso en estado de alerta y lo miró sin entender.

—¿Qué sucede?

—Alguien necesita ayuda.

Allen señaló hacia atrás y bajó de la camioneta. Becca se quitó el cinturón de seguridad y miró por el vidrió retrovisor. Entonces reparó en una especie de bola de nieve que estaba a un lado de la carretera. Vio cómo Allen lo agarró con sumo cuidado y regresó con él en brazos.

—Creo que estaba perdida.

La bola de nieve se movió entre sus manos y ladró al chico que la tomaba en brazos. Becca abrió la boca atónita y sonrió. ¡Era una perrita! Se veía pequeña y lucía un poco sucia, pero aun así su pelaje era muy blanco.

—Por dios, dámela —dijo Becca ansiosa por tenerla en sus manos.

La bola de nieve realmente se veía desorientada y asustada. Allen le sonrió a la perrita y entonces ella sacó la lengua y le lamió parte de la mejilla. Allen rio entre dientes y Becca pensó que no podía existir una escena más tierna que esa. El muchacho se la pasó con cuidado y cerró la puerta del copiloto antes de encender de nuevo el motor y con suavidad internarse de nuevo en la carretera.

La joven acariciaba con ternura la cabecita de la perrita para que entrara en confianza y dejara de temblar. Allen seguía conduciendo, pero de vez en cuando miraba con una sonrisa a Becca y a la perrita en su regazo.

—Es tan pequeña... —dijo Becca mientras la perrita seguía ladrando—. Hay que adoptarla, ¿sí?

Allen asintió y sonrió.

—De niño nunca pude tener un perro, aunque me gustaban mucho —reflexionó—. Pero... primero tenemos que pasarla al veterinario.

Becca asintió mientras continuaba absorta con la perrita.

—Sí, claro, nieve debe estar bien. ¿Quién pudo haberla abandonado a un lado de la carretera?

Allen alzó las cejas con diversión.

—¿Quién?

—Nieve —dijo Becca con firmeza—. Se llamará nieve.

Allen asintió y rio justo cuando la perrita le dio un lengüetazo en la mejilla a la joven. Becca sonrió y entonces la perrita comenzó a mover la cola. Ya había identificado que esas personas no querían hacerle ningún daño y ahora el animal parecía más relajado.

Heridas Profundas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora