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Pasos lentos y taciturnos lo conducían por las estrechas calles de un Tokio nocturno. Lágrimas descendiendo por sus mejillas lo acompañaban en el camino; sólo la capucha de su chaqueta le funcionaba como escondite para la tristeza que cubría su rostro. Estaba seguro de que si alguna de esas personas que ahora transitaba a su alrededor llegaba a verlo a la cara, se llevaría un gran susto al ver lo demacrada que ahora lucía.

Salir al exterior, después de haber estado semanas enteras sin casi salir de su habitación más que un par de veces; le chocó más de lo que creyó que lo haría. 

Pero ese día, al mirar por su ventana, observó las gotas de lluvia resbalando por sobre el cristal y las nubes grises cubriendo el firmamento. Se quedó varios minutos admirando cómo las gotas se precipitaban y, por alguna razón, le fue imposible resistirse a salir.

Siempre le había gustado la lluvia. La paz que regalaba el silencioso panorama desolado de una tarde lluviosa. Había una belleza melancólica en cada rincón mojado, en cada reflejo formado en los charcos. Allí, debajo de toda esa suave cadencia, podía sentir cómo el mundo entero dejaba de importar y todo, absolutamente todo, desaparecía a su alrededor, resumiéndose a la sensación del frío susurro que se paseaba a su lado y calaba hasta sus huesos. Entonces se sentiría vivo y libre, tal como las pequeñas gotas que volaban a su alrededor.

Y eso era precisamente lo que necesitaba en esos momentos: Sentir. Sentir cualquier otra cosa que no fuese el profundo dolor que ahora se arraigaba profundo en su pecho.

Se detuvo cuando se dio cuenta de que ya había avanzado demasiado y sin rumbo alguno. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que las calles estaban casi vacías debido al mal tiempo que hacía.

Sacó su teléfono y revisó la hora. Era tarde, debía volver a su hogar pronto si no quería que alguien notase su ausencia. Instintivamente, desbloqueó el aparato. La vista de su galería apareció de pronto, lo que le recordó lo que había estado haciendo la última vez que tocó su teléfono. Le seguía pareciendo una decisión demasiado precipitada e infantil, pero deseaba eliminar todo rastro de aquel error que había cometido. Como si, el simple hecho de borrar todas esas fotos, pudiese eliminar también de su corazón todos los recuerdos.

No había podido completar la tarea de vaciar por completo la aplicación, porque se vio incapaz de soportar todo el dolor que le causó el hacerlo. Respiró profundamente y, con ello, se dio fuerzas suficientes para continuar con su tarea. Así, una a una fue eliminando las fotos; buscando con desespero alguna forma de hacer que el tormento en el que se sentía estar, acabase.

Otra vez las lágrimas no pudieron evitar brotar de sus ojos. Cada una de esas fotos le traía tantos recuerdos que por más que las borrase de su aparato se negaban a abandonar su mente.

Hasta que sólo quedó una última imagen, la cual consiguió hacer que su corazón se estrujara horriblemente, pues había sido esa con la que había comenzado todo. Se sintió incapaz de eliminarla, y, a la vez, tan estúpido por no poder deshacerse de una tonta foto.

Pero es que esa imagen había significado mucho para él en su momento y, quizá, seguía haciéndolo hasta ahora. Podía confesar haber pasado horas admirándola cuando la tomó hace meses. Esa foto se había convertido en su favorita y la habría puesto de fondo de pantalla si es que la  vergüenza de que alguien más descubriese esa imagen no hubiese provocado que inevitablemente rechazara la idea.

Sus manos se apretaron alrededor del aparato y, viéndose superado por su propia frustración, lo arrojó al suelo con fuerza.

Lo peor de todo es que el celular no se hizo nada. Seguía intacto a pesar de la fuerza con la que había impactado contra el pavimento.

¿Quién eres? [Truten] [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now