¿Qué pasó con Ezra? - Parte 2

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A las 9:30 ya iba camino al parque. Estaba nervioso y a la expectativa. No sabía qué haría o cómo reaccionaría al tenerlo en frente. Las manos me sudaban. La vida me temblaba. Además, recordaba cosas. Lo que habíamos hecho juntos y lo mucho que había intentado disminuir lo que sentía por él.

Nada de esa porquería había funcionado.

Seguía queriéndolo.

Pero más que todo quería una explicación.

Aparqué y bajé. El cielo estaba oscuro y la luna parecía una uña. Hacía algo de frío y todavía algunos autos transitaban por las calles. Pero ya no había niños por ahí jugando, ya era hora de estar en casa.

No sabía a qué parte del parque debía ir con exactitud, así que comencé a dar vueltas por ahí, esperando verlo. Y pintaba bastante extraña mi actitud. Parecía un drogadicto esperando que alguien le vendiera un poquito de coca.

Miraba el reloj a cada rato. Me daba la impresión de que el tiempo pasaba exageradamente lento. ¿En dónde estaba? ¿Por qué tardaba?

Recorrí una y otra vez las mismas aceras.

Me senté durante unos minutos.

Volví a caminar por el parque, solo, como un estúpido.

Hasta que de pronto escuché algo.

Un teléfono sonaba.

Revisé si era el mío, pero no. Me detuve por un instante y traté de reconocer la dirección del sonido.

Venía desde los baños públicos.

¿Por qué un teléfono sonaba en los baños públicos a las diez de la noche? ¿Y por qué yo todavía no echaba a correr?

Atravesé el césped para llegar hasta el otro lado. Los baños eran una estructura cuadrada y ancha. Había dos lados, uno para cada género. El de los hombres estaba hacia la izquierda. Una bombilla alumbraba la puerta y ahí el sonido del celular era más alto.

Dios santo. Estaba a punto entrar a un baño público a las diez de la noche, en un parque vacío. Mínimo salía poseído por algún espíritu o violado por algún borracho psicópata.

Pero algo me decía que todo se trataba de Ezra, que podía encontrarlo.

Abrí la puerta. El baño estaba oscuro. Me apresuré a buscar un interruptor de luz. Las bombillas parpadearon y después encendieron. No había nadie y el teléfono seguía sonando. Evité mirar el enorme espejo sobre los lavabos y me dirigí directo a los compartimientos de los inodoros. Había cinco. Las puertas se mantenían cerradas.

En la última estaba el teléfono.

No me la di de personaje de película de suspenso que se acercaba lento y pausado a la escena. Lo hice rápido y cagado. Avancé y abrí de golpe la puerta del compartimiento.

Había un celular sobre la tapa del inodoro.

Alguien llamaba.

Cogí el teléfono. El número era desconocido.

Atendí.

—¿Hola?

—Milo...

Dios santo, era Ezra.

Era él.

—¿Ezra? ¿Qué carajos pasa?

—No... Milo... deb...

Se escuchaba entrecortado, con mucha estática.

Comencé a asustarme de verdad.

—Ezra, ¿en dónde estás?

No puedo evitar enamorarme de tiWhere stories live. Discover now