Parte 32

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Jen, la chica de la que me enamoré cuando pasamos por México, me propuso que nos reencontráramos en Brasil

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Jen, la chica de la que me enamoré cuando pasamos por México, me propuso que nos reencontráramos en Brasil. No quiere navegar a mi lado, dice que prefiere esperarme en un hostel. Que lo suyo no son los veleros. Que yo vaya por mar mientras ella se mueve por tierra. Y que nos veamos en los puertos. Esto no fue lo que habíamos hablado. Los veinte días que duró nuestro romance fantaseamos con la idea de conocer el mundo, o al menos Brasil, a bordo del Shamrock. Desde ya que no contaríamos con las comodidades básicas que brinda una casa de ladrillos. Pero quién necesita un inodoro cuando estás recorriendo playas con el amor de tus sueños. Terrible decepción. Mientras espero que anuncien mi vuelo a Buenos Aires en el aeropuerto de Madrid, voy rompiendo uno a uno los proyectos que había imaginado junto a Jen. Entre los que más me duelen está perder la chance de tener hijos rubios. La verdad es que no la entiendo. Yo, que durante el último año estuve en el yate más lujoso que vi en mi vida, me muero de ganas de volver a un velero que hace agua cuando llueve fuerte. Ya no habrá botoncitos para maniobrar las velas: serán mis brazos los que cacen o filen las escotas. Me despediré de los equipos de buceo; ya que con una máscara y un snorkel me alcanza para ser feliz debajo del agua. Volveré a cocinar con una hornalla en lugar de seis. Me resignaré a no tener un vanitory adentro del camarote, ni tampoco camarote. Intentaré que los buques mercantes no me pisen usando mis sentidos y no la pantalla del glorioso AIS, esa bendición de la tecnología que te muestra el tráfico alrededor. Extrañaré la sensación del aire acondicionado en los días de calor. Le soltaré la mano a la Coca siempre fría, el sillón en U y las pelis en cuarenta y dos pulgadas. Volveré a lavar mi ropa a mano. A comer fideos, arroz, y muy de vez en cuando algo de carne. A enfriar la cerveza envolviéndola en un trapo. A levantarme agachado de la cama. A consumir los productos frescos en el día. Y a ser el dueño de mi propio destino. No veo la hora de llegar a ese barco. A mi lado está sentado mi primo Nacho. A él también se le acabaron las fichas. No nos podemos quejar. No todos los primos tienen la suerte de navegar juntos nueves meses, visitando paraísos y cobrando en euros por hacerlo.

En Menorca le dijimos chau a un barco soñado y a personas con las que, ahora que nos hicimos amigos, no queremos dejar de serlo. Uno de ellos se quedó con mi guitarra. No tenía sentido pagar exceso de equipaje por una guitarra que costó menos que la funda. Sus tres horas de uso mostraban que estaba nueva, pero más que nada que mi proyecto de guitarrista era más capricho que sueño.

Los últimos días fueron distintos a todos los anteriores. Conocimos una isla que no habíamos visto. El invierno siempre cubre con una capa de desolación los lugares de veraneo. Se van los turistas, desde luego. Pero también se esconden, hasta la próxima temporada, los habitantes que hasta ayer paseaban en shorcito por la playa. La calma reinante te hace ver cosas que en la vorágine pasarías por alto. El otro día fui testigo de un baile de golondrinas. Se movían de un lado a otro con una gracia que nunca había notado. Era tan lindo el espectáculo, que hacía fuerza para que no terminase. Muy pocas veces te quedás viendo en el cielo cómo una bandada de pájaros aletea sus alas. La parsimonia te vuelve más perceptivo, te abre puertas que vos cerrarías. Vas circulando por Mahón y te das cuenta de que hay más rotondas que autos. ¿Para qué quieren tantas rotondas? Una, cinco, diez, están bien. Mil, son muchas. El auto va casi siempre doblando, así no hay cubierta que aguante. La rotonda fue inventada para facilitar los cruces y reducir el peligro de accidentes, eso lo aplaudo. Pero cuando leo que en España, 1 de cada 3 accidentes ocurre en una rotonda, me pregunto si Mahón no estará inflando la estadística.

Lamentablemente, la TV se ha vuelto nuestra aliada a la hora de combatir el aburrimiento. El nivel de información que maneja este aparato es de dudoso para abajo. A mí me tocó enterarme que con los metros de papel higiénico que los españoles gastan por año, se harían noventa y cuatro viajes a la Luna. Ese papel es muy volátil, no quiero ni pensar si en uno de esos viajes les agarra lluvia. Como estamos en el mes de las Fiestas, aparecen publicidades de juguetes hasta con la tele apagada. Hubo uno que no entendí bien de qué iba, que se llamaba Tragabolas. Polémico. Recordemos el contexto: niños, villancicos, regalos. Que los chicos jueguen a ser chicos. "Querido Papá Noel: quiero un Tragabolas". No sé, una cosa es que los chicos crezcan y otra es que maduren después de las doce.

Hubo una noche que más de uno revisó el calendario para ver si el verano había llegado sin darse cuenta. No era habitual escuchar tantas risas juntas en esa época del año. Solo tuvimos que compartir un asado en la casa de una amiga. Ayudó mucho la ronda que le hicimos a Nacho mientras bailaba sentado en una mecedora. Hasta Lisandro Aristimuño se sumó a los aplausos. Lo habíamos secuestrado de un show que dio en un barcito del centro. El público no llegaba a las treinta personas. Ninguno sabía su nombre, pero cuando escuchamos sus canciones nos dimos cuenta de que algún día figuraría en Wikipedia. No solo en español o en inglés, eso lo puede lograr cualquiera que meta tres hits al hilo. Un artista se hace grande cuando su obra aparece en indonesio. La dueña de casa se enteró de que estaba de gira en Barcelona y lo convenció para que tocara en la isla de enfrente. A pesar de ser temporada baja, el tipo aceptó venir a cambio de pasarla bien un rato. El resto de la isla dormía desde las diez de la noche.

Qué tranquilo que es Mahón en invierno. Ves moverse la aguja del minutero. Mal momento elegí para quedarme sin novia. Mal momento eligió Valeria para descubrir que navegar en un barco de ricos no me hizo rico. Empezó a sospechar algo cuando salimos a cenar por mi cumpleaños y le ofrecí pagar la cuenta a medias. Nunca le confesé que tenía la esperanza de que invitara todo ella. A medida que se acercaba la horade dejar el Aphrodite, me sentía cada vez más Cenicienta. Le dije de irnos a un hotel en Mallorca, sabiendo que no me daban los números. Es que con una bomba así no podía escatimar. Valeria era linda por donde la mires. Tenía un físico que parecía una botinera. La gente me veía al lado y enseguida se daba cuenta de que no lo era. Cuando hacía topless en la playa, yo la miraba escondido detrás de unas gafas oscuras. Había que aprovechar, esa vista no me iba a durar toda la vida. A la noche íbamos paseando de la mano y la gente igual le tiraba onda. Los africanos eran los peores. Directamente me apartaban con el brazo para poder hablarle más cómodos. Tan linda era, que yo no llegaba a sentir celos. Al contrario, lo entendía sin protestar. Cómo no te va a gustar una mujer así. En silencio, esperaba a que todos los machos alfa midieran sus cuernos. La confianza de los que ya ganaron. La seguridad de que más tarde sería el único que dormiría al lado de ella. Si hubiera ahorrado algo en mis vacaciones por Europa, tal vez habría podido darme el lujo de comprarle regalos. Ni una caja de bombones le traje. Así no vamos a durar mucho. 

El glamour se derrite en invierno   

Capaz que vuelvoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora