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Kaito era un adicto al azúcar

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Kaito era un adicto al azúcar. Eso no era ningún secreto. El mago le dejó bien claro al detective desde el mismo momento en el que ambos pusieron un pie en la misma casa que sin su dosis diaria de glucosa suficiente para sufrir un ataque por hipetensión, esa relación no tenía futuro, y por desgracia la tarjeta de crédito de Shinichi fue la asesinada como muestra de que su amenaza iba muy en serio. El sablazo que le clavaron fue mucho menos placentero que los que estaba acostumbrado a recibir, y todo porque su novio era adicto al azúcar.

Shinichi no lograba entenderlo. Más allá del hecho de que el mago fuese un pozo sin fondo en lo que a glucosa se refería, no encontraba lógica en que endulzara toda y cada una de las cosas que se llevaba a la boca.

—Kaito, ¿qué estás haciendo?

El chico de cabellos revueltos dejó de remover la comida para mirar a su detective. Por un momento pensó que el tiempo como Conan le había afectado de verdad, porque estaban a menos de tres metros, frente a frente, y Shinichi llevaba mirándolo suficiente tiempo para saber lo que hacía.

—¿Tú qué crees, Meitantei? Le estoy echando azúcar.

—Sí, eso lo veo. Lo que no logro entender es... ¿Por qué razón, si se puede saber, le estás echando azúcar a los fideos?

—Porque no están dulces, duh. —Kaito respondió como si fuese lo más normal del mundo.

Sólo para dejar algo en claro: no es normal echarle azúcar a una sopa.

A partir de ese momento, Shinichi había dejado de intentar entenderlo. De verdad, lo había hecho. Al fin y al cabo, Kaito era Kaito, y Kaito se había lanzado de un avión en marcha a más de ocho mil pies de alturas, a punto de estrellarse y sin piloto automático, dejándolo en manos de un chico de diecisiete años encogido en el cuerpo de un niño de siete, una chica rica que no dominaba más allá de abrocharse el cinturón de seguridad en lo referente a aviones y una karatera sin mucha habilidad para jugar al Mario Kart, y todo eso sonriendo. Incomprensible; por eso se había rendido en intentar entender todas las manías que ese hombre podía tener.

Pero es que esto ya era demasiado hasta para él.

—Buenos días —Shinichi saludó mientras entraba en la cocina, acabado de despertar y en ropa interior. Tenía el cabello despeinado y aún venía desperezándose y pestañeando para abrir bien los ojos.

—Hola. —La voz de Kaito le respondió, pero era como si él estuviera en una situación desesperada de vida o muerte en vez de su cocina.

Embutido en una camiseta que le había quitado a Shinichi —porque ese era otro de los fetiches del mago: le encantaba ponerse la ropa de su novio, más incluso de lo que a Shinichi le gustaba vérsela puesta—, Kaito tenía tres estantes abiertos y cinco paquetes de galletas distintos encima de la encimera, a cual con más azúcar. Los cajones habían sido todos abiertos y vaciados, incluso en los que ambos, detective y mago, sabían que había sólo cuchillos, tenedores, cucharas y otros utensilios de cocina. Por no hablar de que el pequeño espacio oculto tras una cortina a cuadros que usaban de despensa estaba completamente vacío, muchos de los alimentos anteriormente colocados de forma meticulosamente ordenada —por Shinichi, obviamente— desparramados por el suelo y otros cubriendo la mesa en la que normalmente desayunaban.

𝒞hocolate & 𝒞offee | sʜɪɴᴋᴀɪWhere stories live. Discover now