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🔊 se aconseja leer con la canción más triste que encontréis en el reproductor 🎧

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«¿Shin... ichi?»

Y no sabe si la voz es suya o de él. Se mira las manos, pero no se las ve. No ve nada. Y por un momento teme que la oscuridad lo haya consumido.

Siente la angustia crecer en su pecho y algo cálido deslizarse por su mejilla. Siente frío. Quizás sea porque es de noche. Las noches son frías. Sobre todo cuando no ves nada y te sientes solo. Tan solo, que no sientes que alguien se muere por abrazarte.

—Kaito...

Lo oye. Sabe que está ahí. Y lo busca, pero no lo encuentra. Todo sigue siendo negro. Y no tiene sentido, aunque sea de noche. Él siempre ha sido bueno con la oscuridad.

—¿Shinichi? ¿Estás ahí? —Su voz suena desesperada, desolada, perdida. Rota. Como él—. ¿Dónde estás?

Y siente unos brazos rodearle la cintura, y lo lógico sería sentir también un aliento cálido en la nuca y la dureza de un pecho chocando contra su espalda. Pero no lo hace. Es su nariz la que acaba en un hueco, ese que se forma entre el hombro y el cuello. Aspira, y una mezcla de altershave, la colonia de One Million y café negro invade sus sentidos. La reconoce al instante (él siempre se queja de que el aftershave es demasiado fuerte. También le compró la colonia por su cumpleaños y es el culpable de haberle derramado la taza de café en el pantalón mientras merendaban). Y sigue sin tener sentido. Porque está frente a él —tiene que estarlo—, pero sigue sin poder verlo.

—Shinichi... —Extiende los brazos hacia el cuerpo ajeno hasta que puede palparle la espalda sobre la tela de la camisa. Está seca. Gracias a Dios—. Eres tú, ¿verdad? Estás aquí.

Por supuesto que es él. Porque siente cómo su abrazo se estrecha y su nariz le roza la línea de la mandíbula, y sólo hay una persona en todo el planeta que pueda hacerlo estremecerse así con un simple contacto. Algo leve y fugaz. Algo capaz de encenderle mil incendios con tan sólo un aliento sobre sus párpados.

Y entonces sabe que aquello cálido que sintió antes —aquello que lo llenó de frialdad— eran lágrimas. Son lágrimas. Lágrimas que caen libres por sus mejillas y le dejan un sabor en la boca. No es salado. Es metálico.

No le hace falta responder. Kaito ya sabe que Shinichi está ahí. Se conoce el tacto de sus manos a la perfección, y cuando le ahuecan ambos lados de la cara, puede sentir las leves raspaduras que el detective se ha ganado a pulso. El corte que se hizo el otro día pelando patatas que al final quedaron inservibles (apenas había patata cuando terminó de quitar la piel. Se había pasado. Pero eso Kaito ya se lo esperaba) e hizo que el menor de ellos, entre risas, le ofreciera pedir una pizza. La llaga en sus dedos de estar demasiado tiempo escribiendo reportes de sus casos. La cicatriz en la palma de un cuchillo atravesándola. Un cuchillo que iba dirigido hacia Kaito y que él paró. Por él. Porque nunca le importó conseguirse cicatrices si luego él estaba para besárselas.

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⏰ Last updated: May 03, 2018 ⏰

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𝒞hocolate & 𝒞offee | sʜɪɴᴋᴀɪWhere stories live. Discover now