Capítulo 5 (Parte 3)

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Adán se preguntó cuánto tiempo tardaría Lili en calmarse. Al ver que se hallaba tan abrumada, comenzó a dudar de si había hecho bien al interpelarla de esa manera.

«No pensé que reaccionaría así».

Para evitar mirarla, le lanzó un vistazo a su apartamento, sucio, destruido, sin rastro alguno de lo que le era valioso. Ese lugar lo significaba todo para él, pero a medida que la conmoción se disipaba, constató que se sentía más entumecido que triste.

«Las mujeres mienten al reír, mienten al llorar —se dijo Adán—. ¿Por qué me deja este vacío en el pecho verla así?»

Después de quebrarse en lágrimas tras asegurarle que le revelaría la verdad, Lili no había conseguido decir palabra. Pero ¿por qué? ¿Acaso estaba intentando ganar tiempo para urdir una buena mentira? Si bien era cierto que Adán la notó nerviosa desde que la encontró bajo el umbral, ¿podía culparla?

«¿Quién mantiene el pulso firme cuando hay un hombre herido gritando frente a tu casa?»

Adán sacó su teléfono móvil e intentó encenderlo. La luz en la pantalla no hizo más que parpadear.

—No lloro nunca de tristeza. Es demasiado trillado —explicó Lili, forzando una sonrisa—. Guardo mis lágrimas para arrecheras.

—¿Arrecheras?

—A mí me arrecha que me vean la cara de huevona.

—No entiendo lo que dices.

—Entonces lee mis labios: es mi culpa, Adán —Lili se detuvo para contener el llanto—. Bajé a preguntarle al conserje y no llamó a ningún plomero. Me muelearon de lo lindo y caí como la propia coneja.

«Lili no es el tipo de mujer que se deja embaucar. ¿Quizás me está intentando engañar? Pero ¿qué gana con eso?»

—Llamaré a la policía —insistió Adán, caminando hacia el elevador.

Lili lo tomó del brazo.

—Quédate conmigo hoy.

—¿Qué?

Adán se detuvo.

—Esta noche. Quédate conmigo y mañana buscamos tus cosas. Palabra de niña exploradora.

Adán se lo pensó y presionó el botón del ascensor.

—Coño, ¿me vas a hacer rogar? —dijo Lili—. El peso de la culpa es bastante como para causarme una escoliosis, no quiero arrastrar mi orgullo por el piso también.

—No entiendes —Adán movió su brazo para que Lili lo soltara. Mientras esperaba por el ascensor, se tocó los relojes debajo de la sudadera. Si quería ver a Bianca y a Darío transitar el famoso camino cinético de Carlos Cruz Diez, como Dorothy recorriendo el sendero dorado en busca de algo mejor, necesitaba trabajar y no podía hacerlo sin su computador—. Mi PC...

—Conseguiremos tu PC apenas cante el gallo. Echa un sueñito en mi sofá. Mañana será otro día.

—No voy a dormir en tu sofá.

—¿Y qué quieres? ¿Dormir en mi cama?

Él no supo si se sonrojó o se puso lívido, pero Lili se apresuró a explicar que era una broma.

—Mejor me regreso al apartamento.

—Chamo, no puedes pasar la noche ahí.

En eso tenía razón. El plomero todavía tenía las copias de sus llaves. Además, Adán ni siquiera quería estar allí en ese momento. Siendo honesto, no quería volver a pisar aquel lugar. La idea de que ese hombre había hurgado entre sus cosas, manoseando sus recuerdos, era demasiado para él.

Las grietas en el laberintoWhere stories live. Discover now