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Yuuri recordaba tristemente el día que abrió los ojos ante su situación con Víctor. No tenía nada de romántico ni poético el hecho de que el ruso estuviera jugando con él. Algo dentro del japonés le decía que el mayor sabía de sus sentimientos, pero como cada vez, Yuuri buscaba la manera de excusarlo y así seguir amando a una persona que era más idealizada que real.

Hoy no era un buen día. Hoy, Yuuri le pegaba a las paredes, a las almohadas y hasta se mordía el labio con demasiada fuerza, pues le molestaba recordar lo tonto que fue y por tan largo período de tiempo.

Patético, era la única palabra que se le ocurría cuando pensaba en su actuar de aquellas épocas. Perrito faldero, también le quedaba. Desesperado, ciego, ingenuo y tantas más que se le venían a la mente con cada dedo que presionaba una letra del teclado de su computador. Victor, en su momento, no era el único hombre en el planeta sin embargo, Yuuri estaba rendido a sus pies.

La silla que ocupaba el japonés de repente estaba demasiado incómoda, así que Yuuri se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro en su sala de estar. Se daba algunas palmadas en la frente, esperanzado en que eso lo ayudaría a calcular y a organizar sus memorias, pero una vez más la siesta de la que no hacía mucho acababa de despertar, lo había dejado con un enorme vacío en el pecho.

Fue otro de esos sueños para almacenar en su caja de indeseados, aunque esta ya estuviera casi desbordando. Una vez más había soñado con la posibilidad de encontrarse con Victor en algún lugar recóndito del mundo, tan sonriente y enérgico como de costumbre. Por más que Yuuri se dijera a si mismo que eso no ocurriría, su subconsciente desprotegido en la dimensión de los sueños, solo sacaba a la luz sus deseos más enterrados dentro de su alma.

Se detuvo, tapó su rostro con ambas manos por debajo de sus lentes y soltó una gran bocanada de aire en frustración. Ya no sabía qué hacer, quería arrancarse el cerebro y el corazón de una buena vez. Ambos estaban marchitos, desinteresados por su alrededor, fríos al tacto y al borde del colapso, sin pensarlo más, Yuuri tomó asiento frente al computador nuevamente y comenzó a escribir su mail del día.

No le quedaba nada que perder, estaba seguro que su idea de ganar algo de esto también ya estaba descartada, pero iba a terminar. De alguna forma u otra, esto debía parar, porque de no ser así Yuuri acabaría loco, desquiciado con tantos sentimientos embotellados. Tenía que terminar.

Así fue como un nuevo objetivo iluminó su rostro: desahogarse, sin pena y sin tapujos. Victor era una persona que odiaba y amaba al mismo tiempo y a pesar de que su historia no iba ni a la mitad, cualquiera que leyera los mails que llevaba juzgarían al ruso de una manera muy despectiva. Bien merecido lo tenía, pero el de pelo plata tenía otro lado que solo Yuuri pudo admirar, querer y tener. Debía terminar.

Para: Victor NikiforovDe: Katsuki, YuuriAsunto: Basta

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Para: Victor Nikiforov
De: Katsuki, Yuuri
Asunto: Basta.

Los días pasaban y Victor seguía tan desinteresado como siempre. Ni una llamada, ni un mensaje o al menos hasta que necesitaba algo de mi. Con el tiempo fui capaz de diferenciar cuando me hablaba por interés genuino o cuando solo quería obtener algo. Recuerdo una vez que fingió, de manera perfecta, toda una conversación y solo para terminar pidiéndome un dibujo (en aquellos tiempos era muy dado a dibujar o pintar, más que a escribir) no se lo negué, pero tampoco brinqué de emoción.

Lo peor vino uno de esos tantos días monótonos, donde ves las nubes pasar y no sientes ganas de ver ni hablar con nadie, excepto con él. Mi celular me avisó de un mensaje y era Victor, preguntándome si estaba libre para vernos y tomar un café. Siempre las pláticas con él, frente a frente, eran intensas y sumamente entretenidas, pues nadie me conocía más que él.

Tuve un presentimiento y no fue en vano, en menos de 5 minutos mandó otro mensaje para cancelar. Su excusa: había olvidado que ya tenía otra cita.

Así fueron los meses siguientes, invitaciones vacías a lugares que nunca visitaríamos y palabras que nunca cruzaríamos. Mi propia madre me encontró en mi cama, como si nada una de esas tantas veces en las que Victor había llamado para que saliéramos. Ella preguntó, curiosa, por qué no me alistaba para irme y yo solo le contesté que no valía la pena, ya sabía que seguro algo pasaría y me cancelaría.

En efecto, pasó una hora y hablaste para cancelar. No sé cuántas veces te disculpaste, cuántas veces prometiste compensarlo y yo solo fingía creerte. Al colgarte, un suspiro se me escapó de mis labios y con un corazón estrujado estuve a punto de bloquear tu número, pero no pude.

No fue hasta unas semanas después que me invitaste al cine, sin embargo, no me moví de mi cama. Yo estaba haciendo tarea de la universidad y al conocer tus promesas vacías, no veía un motivo por el cual interrumpir mis deberes. Como una obra ensayada, a la media hora me hablaste para decir que no podías ir, que te sentías mal, un dolor estomacal muy fuerte. Al menos esta vez no me sentí tan mal, si te sentías enfermo tampoco podía forzarte a salir.

El golpe de realidad vino, cuando unas horas después tu hermana subió a sus redes sociales fotos de ti y ella en otra ciudad, pasando un día de lo más magnífico.

Yo no guardaba ilusiones para ese día, sabía que no saldríamos, pero mi mente y mi alma se colmaron de tus mentiras. No lograba entender qué obtenías de invitarme a algún lugar, decirme una y mil veces que me extrañabas y que no podías esperar para pasar tiempo conmigo. Tenías mil cosas que contarme y que no había nadie que te escuchara mejor que yo. Odiando mis estupideces y dependencia a tu atención, por fin, bloqueé tu número.

Ya no lo soportaba, aunque muchas veces estuve a punto de deshacerlo, la pizca de dignidad destrozada dentro de mí gritó por libertad. Rompí las cadenas y aunque algunas lágrimas no tardaron en desbordar por mis ojos, sabía que era para mejor.

Día a día, alguien se me acercaba para decirme que estabas tratando de contactarme, que estabas desesperado por saber de mi, pero yo estaba determinado. No más, no volvería a tu yugo solo para hacerte sentir bien, para darte el placer de tener a alguien comiendo de la palma de tu mano y no apreciarlo, ya no más.

En definitiva, fueron meses largos y extenuantes de pensar en ti, en lo que podrías estar haciendo o pensando. No voy a negar el hecho de buscarte en redes sociales y curiosear, solo para saber cómo estabas, pero cada vez que alguien subía fotos de fiestas y tu sonreías de oreja a oreja me convencía más que yo no marcaba ninguna diferencia en tu vida, no como tú en la mía.

No me quedaría estancado, aceptando migajas de cariño.

Ya no más.

Ya no más

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A/N:

Muchas gracias por las casi 2k de lecturas, es una locura. No pensé llegar a esos números jamás. Gracias, de todo corazón.

Disculpen la demora, pero este capítulo en especial era algo complicado. Ayer por fin lo tecleé.

Ya saben, comentarios y votos se les agradecen con el corazón.

Nos vemos en el siguiente capítulo.

Mi recuerdo de ti (Victuuri AU)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt