Capítulo V: Misiones.

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Ya había pasado un mes desde mi llegada a la Guardia, y al mundo de Eldarya en general. No podía decir que me había acostumbrado. No era algo a lo que me podría acostumbrar, sino que podía soportarlo.

Nevra y yo nos odiábamos como de costumbre; me ponía a hacer misiones cada dos segundos, y cada vez su límite de ranking se hacía más pequeño. Aunque en un principio juraba que era algo completamente sencillo, no era para nada así. Cuando recién había llegado a la Guardia, juntar incluso 100 puntos era pan comido. Obviamente, porque era una principiante.

Este mes, me había puesto como objetivo (o más bien como amenaza) entrar a la clasificación de los 50 mejores. Hacía tiempo que mi cuerpo había dejado de tener sensación alguna por lo mismo. Nunca fui una persona sedentaria, ni de poca resistencia. Pero, joder, si hubiera algún sindicato de trabajadores aquí, lo habría demandado hace tiempo.

Pocos minutos después de mi monólogo interno, escuché que alguien tocaba la puerta. Mi pequeña Minaloo, a la cual le faltaba poco para evolucionar, intentó ladrar a la puerta, lo cual no tenía sentido alguno porque no era un perro, y según yo, los lobos como ella aullaban, más bien.

Me levanté de la cama, acomodándome el cabello mientras me observaba de reojo en el espejo, el cual había sido regalo de Leiftan.

Leiftan.

Ese nombre parecía invadir mi mente a cada segundo que pasaba. Sabía que no era amor; mínimo no ahora. A pesar de que hace poco había terminado con mi más reciente exnovio, sabía qué lo largo de la relación no influía en mi sentir por él. Sólo era aprecio, un afecto.

Hay veces que prometes amor eterno, pero no siempre funciona.

Maldije en voz baja al escuchar la puerta de nuevo. ¿Por qué me ponía a pensar en cosas profundas antes de abrir una maldita puerta?

Al abrir, me encontré con el rostro burlón del jefe de Absenta. No me llevaba mal con él, pero parecía muy entretenido con mi presencia por ser la causa del dolor de cabeza crónico de Nevra.


—¿Qué es lo que quieres?— pregunté sin ocultar mi mal humor.

—Pff, háblame como si fuera tu superior, ¿quieres?— su sonrisa seguía totalmente presente e intacta en sus labios.

—Sabes mejor que nadie como trato a mis superiores, querido líder de Absenta.— le seguí el juego, recargándome contra el marco de la puerta poco después. —¿Y bien? ¿Qué es lo que lo trae por mi humilde aposento, señor Ezarel?— me crucé de brazos, esperando su respuesta.

—Tampoco te llevo tantos años, niña.— remarcó. —Tengo una misión para ti. Estoy haciendo una poción, y lo que me falta se consigue en una cueva muy pequeña cerca de la playa.—

—¿Acabas de llamarme enana?— levanté una ceja, haciendo lo posible por no levantar el cuello para verlo y que confirmara sus palabras.

—No recuerdo haberte dicho alta, ¿o sí?— era casi imposible que pudiese mantener una conversación seria de una duración mayor a dos segundos con este tipo. —En fin; es la gallyflore. Antes de que digas que puedo comprarlo en la tienda, no. Necesitan estar recién cosechadas para que la poción funcione.—

—De acuerdo.— suspiré, enderezándome y cerrando la puerta detrás de mí. —¿Cuántas necesitas?—

—Diez como mínimo. Hay veces que algunas están contaminadas, así que es mejor que sobre a que falte.— pues razón no le faltaba. Me aseguré de que mi puerta estuviera cerrada con llave, y me coloqué la capucha.

Re;Birth [Eldarya] (Re;Birth #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora