Capítulo seis.

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                                   Josh.

Desfilé hasta la cama. Mi madre se había esforzado cambiando las sábanas y renovando los cojines blanquecinos. Con ira, aparté las mantas. Agarré el portatil —que escondí debajo del colchón gracias al aburrimientos y a los seguidos días allí—, me apoyé en la mesa observando a Oliver, dejé el ordenador a su lado con impaciencia.

Él me miró con los parpados entre cerrados, su cabello estaba desordenado y en su cuello colgaba un símbolo que anteriormente no había visto.

—¿No decías que no eras satánico? —comenté de repente, produciendo una respuesta confusa en su rostro.

Observó la seriedad de mi mirada con el ceño fruncido, esperando a una explicación similar a las de los profesores, que seguramente, él ignoraría la mayoría de las clases.

—¿Por qué llevas esa cruz al revés de colgante? —dije esta vez, cambiando la fórmula de la pregunta pero dirigiéndome sobre lo mismo.

Agarró dicho colgante y lo dio vueltas unos momentos.

—Me lo regaló mi primo hace ocho meses aproximadamente —respondió con sinceridad, pero a pesar de su serena voz, golpee la mesa con el puño. Oliver volvió su cabeza hacia mí, y frunció nuevamente su ceño—. Y a ti qué, ¿te ha bajado la regla? ¿Te cambia el humor así, tan de repente?

—Es un símbolo satánico.

—¿Y qué problema hay en eso?

Retrocedí sobre mis pasos y acerqué una silla a su lado. La respiración de Oliver se aceleró al instante. Siguió con sus ojos cada uno de mis movimientos: tanto los juegos de pulmares para calmar mi ira como las mordeduras a mi labio inferior.

—Hay muchos problemas —aclaré mi garganta—. Uno es que mi familia es muy cristiana, y yo, aunque no lo creas, tambien lo soy.

Río levemente.

—No sé que le ves de gracioso a esto.

Oliver me miró incrédulo. Acercó su mano a la mía, con las intenciones previsibles de unir nuestros dedos, pero aparté mi extremidad antes de que tuviese la opotunidad de rozarme. 

—Mira, Josh, hay muchas cosas en mi pasado que es mejor que no sepas. Una de ellas es esta estrella al revés. Hay una razón para que la lleve, y no, no es un pacto con Satán.

—¿Y por qué no me dices que significa?

Noté su nerviosismo, y el ligero temblor en sus rodillas. Apretó sus parpados dolido. Parecía tener algo dentro de sus pensamientos que atormentaban sus razones, e impedían contármelas. 

Bufé por mis adentros. Ni siquiera era capaz de confiar en el único cristiano que le había creido hasta aquellos momentos.

Esperaba que Dios perdonase mis pecados, pues aquel mismo domingo acudiría a la Iglesia para confesar mi Lujuria y Soberbia, y pedir consejo al padre sobre curar mi homosexualidad.

—No puedo decírtelo, Josh —me miró angustiado, con su pecho subiendo y bajando rapidamente—. Hay demasiadas cosas que no puedes saber, como te he dicho.

Rodé mis ojos, y me levanté. Llevé mi portatil a la cama, para proseguir una búsqueda en google sobre variados temas que hacía tiempo que no buscaba. Por ejemplo, era la primera vez que buscana en internet el nombre de un chico. 

<< Oliver Sykes. >> 

El primer enlace que apareció era de la página oficial de nuestro instituto. Era una foto de una pequeña actuación que tuvo lugar hacía ya dos años. Había cantado un tema famoso con sus famosas voces guturales —según afirmaban algunos alumnos en el artículo, Oliver sabía perfectamente dominar aquel tipo de entonaciones—.

Le miré sin que él lo notara. Era un satánico muy curioso. Observé como su respiración no cesaba en velocidad, y fruncí el ceño con un sentimiento de culpabilidad rodeando mi alma. ¿Qué le ocurría?

Oliver volvió su cabeza hacia mi, con las manos entrelazadas y apolladas en sus codos, logró sonreir levemente antes de colocar nuevamente su mirada entre sus rodillas. Era una táctica que familiaricé con temas de ataques de pánico o ansiedad, cuando intentas calmarte. Una antigua amistad lo solía hacer casi todo el tiempo cuando la acosaban por el recinto escolar.

—¿Te encuentras bien?

Él afirmo con la cabeza; pero, para su desgracia, su malestar era notorio.

—No, no lo estás —dejé el portátil a un lado y  posé mi mano en su cuello; su pulso se había acelerado con el paso de los minutos, junto con su respiración entrecortada, similar a la que adoptas después de quince vueltas a una manzana corriendo a tu máxima velocidad—. Oliver, ¿sufres de ansiedad, depresión o cualquier enfermedad psicólogica?

—No puedo decírtelo —tosió.

—Primero cálmate.

—¿Cómo cojones quieres que lo haga? —susurró, y sonrío antes de proseguir—: Solo necesito una razón.

Rodé los ojos. 

Agarré su rostro y lo junto con el mío. Pronto, su respiración se calmó.

—¿Cómo sabías que funcionaría?

Me encogí de hombros.

—Alguna vez en internet había leido que...si contienes la respiración logras calmarte más rápido —sonreí, rompiendo un incómodo silencio entre nosotros—. Y ahora, ¿piensas contarme?

—Hacía mucho que no pasaba esto. Desde que dejaron de hacerme bullying en el otro instituto al que iba, la verdad.

Mi corazón sintio terror, pena, y nostalgia. Me sentí semenjante, cuando mi padre me había agredido alguna vez de pequeño, mi madre había llamado a un psicólogo para que tratara algunos ataques de ansiedad que había tenido. Habría cumplido solo nueve años con mi primer ataque, seguido con un par más en los siguientes cinco años.

—¿Un ataque de ansiedad, verdad? —murmuré inseguro, Oliver apretó ambos labios y afirmó con la cabeza—. Deberías dejar de ocultar cosas, volverás a tener otro más.

Adoptó una expresión fascial llena de confusión y duda. Parecía no asimilar mis palabras, ¿cómo iba a conocer él mis experiencias en aquellos casos? A primera vista, podría parecer un chico normal pero con una armadura fuerte contra los días malos, pero en realidad no era otro más intentando sobrevivir en esta vida e intentando ser la mejor persona posible para ser feliz en el cielo después de fallecer.

—Tu y yo tenemos la misma cantidad de secretos, Oliver —le expliqué—. Tu y yo tenemos las mismas razones para no contarlos.

Se levantó de su asiento con las piernas inestables, pero lo suficientemente como para soportar el mínimo peso de su cuerpo. Se acercó a mí. Le coloqué la mano en el pecho, con el brazo totalmente estirado y los labios serios.

—Eres un estúpido satánico, Oliver —le solté con actitud despreciable, como mi familia me había educado para tratar a aquel tipo de personas en contra de la Iglesia Católica.

—Pero hay una diferencia, ¿verdad? —río él, con la mirada reluciendo todas aquellas cosas que lograban enamorarme cada vez un poco más de Oliver Sykes.

—Pequé de Lujuria por ti —susurré.

Sintí pesadez en mis hombros y amor en mi corazón. 

—Pequé de soberbia por ti.

Aflojé mi brazo de su pecho, permitiendo que abanzara y disminuyera la distancia entre nuestros cuerpos.

—Pequé por ti.

Sentí su respiración en mi cuello; el bello de mis extremidades se erizó al compás de su sonrisa.

—Porque tú eres el único diablo capaz de hacerme caer.

Rozó con la comisura de sus labios mi piel.

—Porque tú eres tan hermoso como Lucifer y tan soberbio como él.

Se apartó su camiseta antes de cesar mis palabras.

—Porque yo soy tu diablo —comentó él, finalmente—. Y tú mi ángel, Josh.

sex appeal ☹ fransykesWhere stories live. Discover now