Libro primero parte 4

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Elizabeth fue la que comenzó. La hermosa y delicada criatura examinó cada parte de mi cuerpo con sus manos y su lengua; luego se metió entre mis muslos ardientes; sus pezones calientes y erguidos fueron una tentación para mis labios; se puso a frotarse frenéticamente contra mí. Unidos de ese modo, nuestros cuerpos se perdieron en océanos de placer.

Flavia fue la siguiente que se acercó. Poniéndome boca abajo, se montó encima de mí de manera tal, que tenía las rodillas al lado de mi cara y sus pechos contra mis riñones. Entonces, mientras su cuerpo espléndidamente firme y ondulante se retorcía apasionadamente, su dulce lengua rindió homenaje a mis nalgas.

Volmar fue la tercera, y al verla desnudarse entendí la asombrosa causa de su tan comentada agresividad: era una auténtica hermafrodita, y poseía no solamente el equipo sexual de su género, sino también el del sexo opuesto. Poniéndome boca arriba me separó las piernas y se hincó entre ellas. Luego, poniendo su cara en la carne suave de mi vientre, comenzó a formar círculos calientes y húmedos con su lengua, partiendo de mi ombligo y avanzando hacia arriba. Al poco rato estuvo en posición coital directamente sobre mí; pegando su boca cálida y hambrienta a la mía, avanzó a empujones hasta que pude sentir su miembro duro y nudoso de hermafrodita, que tocaba ansiosamente la entrada a mi pubis.

-¡Con eso basta, Volmar! -exclamó una voz que de inmediato reconocí como la de mi querida Sainte Elme-. El fruto que intentas cosechar ha sido reservado para otra. -Y al decirlo agarro por la cintura a la hermafrodita que se retorcía, y la alejó de mí.

Entonces Sainte Elme ocupo su lugar. Lanzándose sobre mí, comenzó a devorarme la boca con besos cálidos, y mientras tanto frotaba sus caderas contra mi pubis con movimientos lentos, sensuales, que encendían a cada célula de mi cuerpo chispas de una pasión jamás sentida. Palpitando de deseo, la envolví entre mis brazos y piernas, retorciéndome de éxtasis, gimiendo de placer. -¡Oh querida! -exclamé-, es a ti a quien prefiero: por favor, quédate a mi lado...

Pero no podría satisfacer mi petición, porque precisamente en ese momento la madre Delbéne levantó a Sainte Elme del mismo modo que ésta lo había hecho con Volmar. Entonces, metiendo su cara en mi entrepierna, la hermosa abadesa manejó su lengua de tal manera que las chispas encendidas por otras se transformaron en llamaradas, revolviéndome delirante en su abrazo, le rogué que terminara la tarea que las demás habían comenzado. Por toda respuesta la experimentada madre Delbéne apretó todavía más su abrazo alrededor de mi cintura, enderezó mis caderas hacia arriba y metió su lengua hasta el fondo. Como la espada de un soldado, el maravilloso instrumento de pasión penetró rápidamente en mi interior repetidas veces, haciendo sonidos crujientes, abrieron nuevos mundos de sensación, hasta que finalmente provocó dentro de mí la llegada del clímax que había estado esperando con ansias. Jadeando de placer, enterré mis uñas en los magníficos hombros de la monja con tal fuerza que pronto se cubrieron de sangre. Después, completamente agotada, caí rendida entre sus brazos.

-¡Por la bragueta de Zeus!- exclamó la madre Delbéne levantándose-. Ese ha sido un orgasmo, o no sé de que estoy hablando. -Entonces, observando las expresiones de las otras que habían sido privadas de su participaciób enla ceremonia final agregó-: Ahora, disfrutemos todas juntas cin este juego, cada muchcha ocupará un lugar en el sofá y Julieta jugará con ella del modo que se le antoje; mientras tanto, como la querida niña es sólo una novicia de esta clase de prácticas, yo actuaré como su asesora. Pero, antes que nada - y levantó el dedo con autoridad- tenemos que recuperarnos mediante un festín delicioso de manjares y vinos exquisitos, pues sólo mediante la satisfacción gastronómica se puede acrecentar los combustibles apasionados que so necesarios para nuestras maravillosas tareas. Como lo dijo Ovidio; Sine Baccho et Cerere, Venus friget... y puede apostar sus preciosos culitos que realmente es así.

Entonces, con una sorprendente rápidez, tras una palmada de la madre Delbéne aparecieron media docena de doncellas llevando alimentos. Sirvieron un banquete magnífico, que resulto más delicioso aún por la idea de que al final nos esperaba el postre más dulce y glorioso. Vinos con los colores del arco iris, y de un bouquet insuperable, ardían furiosamente en nuestras cabezas y nuestros cuerpos. Encendidas de placer, nos costaba trabajo reprimirnos, tan grande era nuestro deseo, de abalanzarnos sobre la carne de las demás.

Cuando por sin de acabó el festín nos unimos por tres parejas. La madre Delbéne me escogió para ella, Elizabeth se junto con mi querida Sainte Eme, y Flavia se entregó a la hermafrodita Volmar. Nuestras posturas eran de tal forma, que cada pareja podía contemplar a las otras dos; cuando todas estuvimos colocadas, comenzó la celebración.

Mientras la madre Delbéne me lamía los muslos con lengüetazos de timidez fingida para provocar más placer, metí furiosamente mi lengua caliente y hambrienta en la hendidura húmeda de su anhelante pubis. Ella se desvaneció. Jadeó. El apéndice pequeño, duro y sonrosado que se erguía en su cálida abertura se tranformó en un pacificador tenso con el que mis dientes juguetearon. La madre empezó a gritar de placer. Luego, poniéndome boca abajo, metió su lengua larga y exploradora entre mis palpitantes nalgas. Locamente relamió el orificio, provocando espasmos de amor en todo mi cuerpo, mientras yo, tendida, sontemplaba el verdadero objeto de mis deseos; a la hermosa Sainte Elme, que vertía vino en el coño abierto de Elizabeth, para después chuparlo como una gatita que bebe su leche.

Durante dos horas apasionadamente exquisitas nos esforzamos una con otra, cambiando de pareja y extrayendo los dulces ugos del amor de los cuerpos maduros  de cada una. ¡Oh, aquella Sainte Elme! Por fin estuve entre sus brazos. ¡Qué maravillosa era! ¡Qué tesoro! No existen palabras para describir los goces que sentí aquel día  en mi cuerpo. Sin embargo, la sesión terminó muy rápido. Una por una, las muchachas salieron del cuarto de la abadesa en silencio, hasta que las únicas que quedamos allí fuimos la madre Delbéne y yo.

-Bueno mi querida Julieta- me dijo, acariciando tiernamente mis pechos mientras estábamos de pie, juntas delante  de la puerta-, has probado hoy el vino del amor, pero lo que has saboreado es sólo la espuma que flota en la parte alta del barril. Hay mucho más a tu alance, linda niña, mucho, muchísimo más...

Y con aquella promesa, me dio las buenas noches.

Julieta -Marqués de Sade.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora