Libro primero parte 7

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Bien sabe Satanás cuanto tiempo llevo sin tener uno bueno. Pero ¿qué es, lo que siempre dice nuestro buen cardenal? Demos gracias a Dios por las pequeñas mercedes. Bueno padre, por pequeño que sea ese miembro suyo, lo ha puesto con suficiente frecuencia a mi disposición para que no me queje.
-¿Pequeño? -dijo el padre Ducrez con algo de enojo-, ¿Dice que mi miembro es pequeño? Permítame decirle, madame, que en esa catedral suya no hay miembro que no parezca pequeño.
-Tiene razón, madre -agregó el padre Teléme-. He poseído a más de una mujer siendo eclesiástico, pero me atrevo a decir que nunca he encontrado una como usted... ni en lo ancho, ni en lo largo ni en lo profundo. ¡Y tiene el ano más grande todavía!
-Bueno -dijo la madre Delbéne-, no se quejen del océano sólo porque no disponen sino de una barca pequeña. Son muchos los hombres que se han ajustado tan estrechamente como para hacerme creer que me iban a partir en dos... Pero no nos hemos reunido aquí para insultarnos ¿verdad? Caballeros, hay que realizar una celebración. ¿Comenzamos? -Y sin dar a los sacerdotes la menor oportunidad de contestar, los agarró vigorosamente a ambos y los condujo hacia una caverna contigua.
Aquella otra pieza era dos veces más grande que la primera. En el centro, iluminada por una serie de grandes antorchas, estaba una mesa repleta de asados exquisitos, quesos enormes, vinos finos y deliciosos pasteles. Todos fuimos detrás de la madre Delbéne para reunirnos alrededor del magnífico banquete, y dedicarnos a saborearlo con gran deleite. Tardamos poco en reducir los suculentos manjares a huesos y migajas, y la mesa quedó cubierta de fuentes vacías. Todos estábamos perfectamente borrachos.
-Ahora vamos a realizar la ceremonia que tenemos por delante -dijo la madre Delbéne, sonriendo con lascivia-. Julieta, amor mío, te he prometido para esta noche una víctima que ha de ser sacrificada a tu lujuria. Sin embargo, antes de que dispongas del fruto delicioso que te espera, sugiero que despiertes tu apetito abandonándote a ciertas prácticas preliminares con los buenos padres y conmigo.
-Lo que usted recomiende, amada mía -respondí.
En el momento en que deje de hablar, el joven padre Teléme cruzó la sala dando tumbos y se paró frente a mí.
-Hija mía -dijo sonriendo con picardía, y echando gotitas de saliva que le caían por la barba-, me cuentan que nunca antes has estado expuesta a los misterios de la anatomía varonil. Será un honor para mí iniciarte en el misterio más glorioso de todos. -Dicho lo cual se levantó la sotana, y presentó un miembro de tamaño monstruoso. Me quedé con la boca abierta, pasmada ante la idea de que la madre Delbéne hubiera visto otros más grandes-. ¡Contempla, hija mía -dijo con ademán soberbio-, la resurrección de la carne!
-¡Claro que sí! -exclamó riendo el padre Ducrez, escurriéndose detrás de mí, y metiendo una mano entre mis piernas-. Y ¿quien podría pedir un coño más lindo para servirle de sepultura? -Aferrándose entonces al palpitante objeto de que hablaba:- ¡Por la verga y los huevos de Dios! -exclamó-. ¡Nunca he tocado uno que fuera la mitad de hermoso!
-Puede disponer del coño, padre -dijo el padre Teléme tomando mis nalgas con sus manos y atrayéndome hacia él-. En cuanto a mí, soy hombre de culo exclusivamente... y ¡por Jesús, vaya culo que tienes, chiquilla! Madre Delbéne, no se cómo lo hace, pero de veras que sabe escogerlas. Cada una es más adorable que la anterior. ¿Dice que este culo no ha conocido el carajo? ¡Por Cristo, estoy que enloquezco de gozo! ¿Me da permiso para joderlo un poquito?
La madre Delbéne me rodeó los hombros con brazo de propietaria y sonrió dulcemente.
-¿Qué opinas, Julieta? -me preguntó-. ¿Dejarás que el joven padre te someta a sus vehementes y perversos deseos?
-Realice las acciones más perversas que pueda concebir -contesté-. Ni siquiera he de temblar.
-¡Por los ojos de San Cristóbal! -exclamó regocijadamente el padre Teléme-. ¡Me agrada! -Y diciendo esto metió la cabeza bajo mis faldas y comenzó a desgarrar mis frágiles calzoncillos con manos impacientes.
-Tranquilo, padre, tranquilo -le reconvino seriamente la madre Delbéne-. Vamos a organizar ordenadamente el proceso. -Dócilmente, el joven sacerdote me soltó, y se alejó a distancia
respetuosa-. Ahora -prosiguió mi hermosa abadesa-, haremos un terceto. Que se desvista Julieta, y también yo me quitaré algunas prendas, pero sólo hasta la cintura. Si Julieta me mira las tetas cuando me hinque delante de ella, podrá ser excitante, y el hecho de que mis partes inferiores estén cubiertas aumentara su excitación. Mientras tanto, padre Teléme, quítese los zapatos y las calcetas, levántese la sotana hasta la cintura, pero conserve tapados los hombros y el pecho; eso dará cierto equilibrio a nuestro arreglo...
-¡Magnifco! -agregó, ya que fueron seguidas sus instrucciones-, la escena deberá ser placentera para la vista de nuestras observadoras, a la vez que para el contacto de los que participemos directamente. Y ahora ¿están listos, Julieta... padre Teléme?
-Lo estoy, madre -contesté. El padre Teléme, detrás de mí, fue como un eco de mi respuesta. Entonces la hermosa abadesa se dejó caer de rodillas y cubrió de besos mi vulva. Al mismo tiempo el padre Teléme abrió mis nalgas, y me penetro con un miembro tan grande, que temí ver mis intestinos hechos pedazos.
Me envolvieron sensaciones exquisitas; los muslos me temblaban, pero el asalto prosiguió; los envites martilleantes del padre Teléme se volvieron progresivamente más rápidos y la lengua de la madre Delbéne entró salvajemente en mi húmeda hendidura.
-¡Cielos! -dije, jadeante-. Nunca había sentido placeres iguales.
Pero el ataque no se calmaba; empujando, frotando, lamiendo, chupando, golpeando, aspirando, mis dos asaltantes seguían atizando los fuegos que ardían dentro de mí. Luego, de repente, un chorro de simiente abrasadora fue lanzado por el padre Teléme, y por poco me inunda con su salvaje marea. En el mismo momento, dándose cuenta de lo que pasaba, la madre Delbéne mordió violentamente mi palpitante melocotón. La furia de las sensaciones combinadas fue más de lo que yo podía soportar; las rodillas se me doblaron y caí sin fuerzas en brazos de mi amante.
-¡Por Cristo! -dijo suspirando de satisfacción el padre Teléme- este es el culo más sabroso que he probado. -Y como para agregar crédito a su declaración, acarició mis nalgas brillantes de sudor-. Ayunaré cuarenta días -me dijo- por tener otro festín como este. Sí no tienes nada que hacer un sábado por la tarde, pasa por el confesionario...
-Tranquilo padre -dijo la madre Delbéne-. Julieta no pasará por ningún lado. Tendrá muchas oportunidades de demostrar su amor. Pero contéstame, Julieta, chiquilla. Acabamos de proporcionarte dos de los placeres más grandes que puede disfrutar una mujer; dime sinceramente: ¿cuál de los dos te ha complacido más?
-Mi buena madre -respondí jadeando- cada uno de ellos ha sido un placer tan grande, que no me atrevo a preferir uno de los dos.
-¡Entonces será mejor volver a intentarlo! -sugirió el padre Teléme con entusiasmo, y sus manos volvieron a agarrarme de las nalgas y a separarlas.
-Tranquilo, padre, calma -lo regaño la madre Delbéne-. Hay aquí quienes merecen una primera tanda antes de que usted tenga la segunda.
-Sí -dijo el padre Ducrez, cruzando la sala con una rapidez que desmentía lo avanzado de su edad-. Por Dios, he estado ahí sentado media hora, cuidando mi tiesura, y no creo que podré aguantarla mucho tiempo más.
-Bueno, no necesita esperar ni un minuto más, padre -dijo la abadesa con tono tranquilizador-. Le he prometido el coño de Julieta y se lo voy a entregar. Pero concédame uno o dos minutos para preparar el cuarto, y podrá comenzar... Ahora, Julieta, amor mío: ¿estas preparada para algo más excitante todavía? Pues bien, estas a punto de gozarlo. Y se me ocurre que tal vez encontremos también lugar para el padre Teléme en esta empresa, sin privar a ninguno de los participantes de sus placeres...
-Bendita sea, madre, bendita sea -declaró con gratitud el padre amante de culos.
-Entonces -continuo la madre Delbéne- que todos se junten alrededor de la mesa y se desvistan. Es decir, todos excepto tu Laurette; te guardamos para después... Así, todo el mundo desnudo, Flavia, Volmar, los padres... magnífico. Ahora, padre Teléme, aparte algunas de esas fuentes y acuéstese de espaldas con las caderas en la orilla de la mesa, eso es. Ya veo que tiene una herramienta rígida para la tarea; es de un aguante maravilloso, padre, y más de un hombre lo envidiaría... Ahora, Julieta, sube por encima del padre y preséntale una vez más ese adorable culo que tienes. Así se hace. Estas poniéndote exactamente en tu lugar; por lo visto, amor mío, tienes una aptitud natural para esas cosas...

Julieta -Marqués de Sade.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora