Capítulo 4

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Este capítulo está corregido por la editorial. 

...

Amanda

La serie que estoy viendo está tan entretenida que tengo la boca abierta. Siempre fui muy fan de los zombies y la sangre, todo el rollo paranormal en general. En esta serie, una biólgoa debe encontrar la cura para acabar con la plaga de zombies y asegurar la preservación de la raza humana. Justo cuando ella termina de sacarle una muestra de sangre a un zombie muerto, suena un teléfono de línea. 

Tengo que estirarme para alcanzarlo y, cuando por fin lo tengo en mis manos, atiendo, todavía mirando la televisión. 

—¿Hola? —digo con voz ronca. Casi no he pronunciado palabra alguna en todo el día. La mujer en la pantalla ahora corre por su vida para que un grupo de tres zombies no la atrape. 

Buenos días, ¿hablo con la señorita Amanda Snow?  —dice una voz masculina del otro lado de la línea. 

—Sí, ella habla. ¿Qué se le ofrece? —respondo. Noto que la mano me tiembla levemente y todo mi cuerpo se halla en tensión. 

Me presento, soy Glenn Neumann, jefe de admisiones de Oficinas Adams. Llamo para confirmar su puesto como secretaria. 

Ya no estoy prestando atención a la tele. Mis cinco sentidos están enfocados en lo que este señor acaba de decirme. Estoy en ese punto entre el shock y hacer un baile de euforia. ¡He conseguido el trabajo! 

Solo para asegurarme, pregunto: 

—No es una broma, ¿cierto? 

El hombre del otro lado tiene que contener una risa. 

Claro que no. 

Se hace un minuto de silencio y entonces digo: 

—¿Cuando comienzo? —El tal Glenn se aclara la garganta y escucho el inconfundible desliz de una lapicera contra el papel. 

Si así lo desea, puede iniciar hoy a las 2 de la tarde. De lo contrario, mañana a las 8:30 de la mañana puntualmente la estaremos esperando. 

Inspiro profundamente antes de responder. 

—A las 2 estaré ahí. 

Perfecto. Felicidades. —se despide y corta. 

Cuelgo el teléfono y me levanto del sofá. No puedo contener la alegría y la euforia que me recorren. Doy vueltas y salto sobre el sillón, esto es lo mejor que me ha pasado. Sabía que algo bueno iba a ocurrir. Cuando reacciono, corro apresurada hacia la ducha. Tardo alrededor de quince minutos y salgo envuelta en dos toallas. 

Faltan dos horas para las dos, lo cual es bastante reconfortante porque tengo tiempo, pero no tengo nada para ponerme. Mi guardarropa es similar al de una adolescente de quince años: desordenado e infantil. Resoplo y me dirijo a la habitación de Lettie. Estoy segura de que no le importará que le robe algo. 

Husmeo el interior del armario, hasta que encuentro un bonito vestido negro con un cinturón de raso dorado. Es entallado al cuerpo y su escote es sencillo, disimulado, no deja nada a la imaginación. Encuentro unos tacones negros, no muy altos, gracias a Dios, y comienzo a arreglarme. Aplico maquillaje a lo último, sólo lo mínimo y necesario. Lettie siempre dice que no necesito químicos para verme bella. Un poco de rímel, gloss, mis gafas y listo. 

—Ya estás lista —me digo a mí misma—. Es el mejor trabajo del mundo, del país, y lo harás genial. 

Peino mi cabello rubio sobre mis hombros, jugando con las puntas. Finalmente, salgo de mi habitación y tomo un bolso del perchero de la entrada. Meto mi celular, un cargador portátil, un cuaderno y una lapicera, mis llaves, una manzana verde y mis documentos. Agarro las llaves del auto, que en realidad es mpas de mi hermano que mío, y conduzco directo a la oficina. 

Nueve meses contigo © *EN FÍSICO*Where stories live. Discover now