Capítulo 5

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Este capítulo está corregido por la editorial. 

...

William

Vuelvo a mi oficina, puedo respirar cuando cierro la puerta. Mi corazón late con fuerza, casi como si quisiera escapar de mi pecho. 

Al verla entrar en la inmensidad de mi oficina, solo pude recorrerla con la mirada. Es bajita, aunque sus piernas parecen extenderse kilómetros. Mis ojos recorrieron toda la longitud de su cuerpo, memorizando cada rincón. Me imaginé tocándola y mis venas ardieron. La forma de su boca, sus ojos verdes... todo en ella grita inocencia. Dejarla fue doloroso, su aroma había comenzado a afectarme. Un olor leve a coco y un perfume de mujer tan exquisito que, de solo recordarlo, tengo que apretar los labios. 

Sacudo la cabeza y me siento en la silla. Desde aquí puedo verla, gracias a la inclinación del edificio. Está leyendo las instrucciones. Aparto la mirada, obligándome a centrarla directamente en la pantalla de la computadora. 

Pasan unas horas, aunque para mí se sienten como minutos, y llamo a Glenn. Su oficina está en el piso de abajo, en el sector de Recursos Humanos. Llega alisando su traje negro a rayas y acomodándose la corbata. 

—¿Y? ¿Qué tal? —pregunta nada más posicionarse frente a mí—. ¿Está buena? 

Intuí que me preguntaría algo así. Me encojo de hombros, manteniéndome impasible. Tecleo un par de palabras más y lo miro directamente a los ojos, con una seriedad conocida en mí. 

—Es mi secretaria, Glenn, no mi prostituta personal. 

Sus labios se fruncen. Está muy claro que no le gustó mi respuesta.

—Sólo te llamé para avisarte que ya había llegado y que anules el resto de las cartas de admisión. No podemos aceptar más vacantes. 

Él se aclara y me mira, su rostro hecho una máscara, imposible de descifrar. 

—Sí, jefe. 

Y desaparece de mi oficina. 

Glenn lleva trabajando en esta empresa desde que yo ascendí como el nuevo presidente. Su puesto ha variado de vez en cuando, pero siempre ha sido una especie de amigo para mí, un amigo profesional, claro. 

Un dolor insoportable comienza a taladrar mi cabeza. Seguramente es porque llevo demasiado tiempo frente a la pantalla y necesito un descanso. Por un segundo, un pensamiento extraño aparece, causándome una rara sensación. Me imagino a Glenn, insinuándose a Amanda y a ella correspondiéndole. No puedo permitirlo, debo ganar esa maldita apuesta. No puedo quedar como un cobarde. Como la última vez. 

Me restriego los ojos y tecleo con más rapidez en la computadora. Intento con todas mis fuerzas concentrarme, pero la imagen de Amanda a tan solo unos metros de mí me atormenta. Me llama. Carraspeo y miro fijamente la redacción que estoy haciendo. 

Finalmente, envío los documentos a mi padre y me reclino en la silla. Esta es una de las partes que menos me gusta de mi trabajo. Cada paso que hago, cada decisión que tomo, en general todo lo que hago o elijo hacer, es presidido por mi padre. Siempre quiere asegurarse de que todo vaya bien encaminado, aunque a veces siento siento como si me estuviese evaluando. No puedo culparlo, él también forma parte de la empresa familiar e influye en ella tanto como yo. Supongo que quiere controlar que no tome ninguna decisión abrupta que descarrile nuestro exitoso rumbo. 

Mi puerta se abre sigilosamente y la cabeza rubia de Amanda asoma. 

—Señor Adams. —Escucho su voz dubitativa y algo en mi interior se mueve—. Perdóneme por molestarlo. 

Nueve meses contigo © *EN FÍSICO*Where stories live. Discover now