Llevábamos más de una semana en este extraño lugar. Esos tipos armados prometieron que estaríamos a salvo, pero comenzaba a dudar aquello. Nos separaron de Aris apenas pisamos el edificio y desde entonces no lo he vuelto a ver, cosa que no me gustaba para nada, pues el chico era... muy especial para mi. Como todas las noches, no podía conciliar el sueño. Me entretenía mirando las extrañas formas de la madera de mi cama, imaginando figuras y demás tonterías esperando que el sueño finalmente llegara. Mientras trazaba con el dedo una peculiar forma de corazón en el respaldar de la cama, unos ruidos metálicos debajo de mi me hicieron poner alerta.
–Hey, ____...–un susurro me hizo de un brinco.
Debe ser mi imaginación...
–Estoy aquí abajo, soy Aris.–
Al escuchar aquello, tardé medio segundo en voltear y mirar debajo de mi cama. Una alegría y tranquilidad me invadieron al ver al chico sonriendo levemente.
–Aris, no tienes idea de lo preocupada que-
–Shh...–se llevó el dedo índice a los labios–. Ven conmigo.–me hizo señas para que lo siguiera.
Sin dudarlo demasiado, bajé sigilosamente de la cama y lo seguí por los ductos de ventilación.
–Aquí... estamos a salvo.–soltó Aris al llegar a lo que parecía un cuarto pequeño.
Me lancé a abrazarlo, y él no tardó en corresponderme.
–Tenía tanto miedo de que algo te hubiese pasado...–sonreí aún sin soltarlo.
–Lo mismo digo de ti, desde que llegamos aquí estuve revisando cada rincón intentando encontrarte... ¡digo encontrarlas!... sí, a todas...–
Tomé sus mejillas y besé sus labios por un largo tiempo.
–De verdad... me alegra que estés a salvo.–
Aris sólo sonreía con las mejillas rojas como un tomate.
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