23. Mentiras y agradecimientos

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He alcanzado el puesto 86 en la categoría de Novela Histórica, ¡es la primera vez que llego tan alto! Estas cosas vienen y van, por lo que he visto, pero me hace ilusión igualmente

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He alcanzado el puesto 86 en la categoría de Novela Histórica, ¡es la primera vez que llego tan alto! Estas cosas vienen y van, por lo que he visto, pero me hace ilusión igualmente.

Este es un capítulo muy cortito, pero a mí me gusta. Subiré otro el fin de semana para compensar. ¡Que disfrutéis de la lectura!

Efectivamente, horas después lord Graham recurría al auxilio de unos tragos de whisky para sacar de su mente esas palabras que ella mismo creó, animada por el rostro de la joven. Lo peor de haberlas dicho no era el juicio sobre su hombría, sino que todas y cada una de ellas habían salido naturalmente: no había mentido. Tuvo que aguantar las palabras emocionadas de su hermano, y las posteriores pullas de Vignerot, que se burlaba de él en cada encuentro. Lady Angela también le agradeció su ayuda una vez se hubo enterado de la discusión, antes de volver a acompañar a su amiga a casa, destrozada moralmente como estaba.

Alexander todavía tenía que soportar el cabreo de su madre y librarse de ella antes de hablar con Paul. Lo encontró solo, prácticamente a oscuras, con la ropa de calle sentado mirando a la nada. Si no conociese a su amigo, diría que la escena le recordaba a la de un típico escritor romántico atormentado por la vida. Pero era Paul Graham, y de romántico no tenía un solo pelo en la cabeza.

–¿Qué haces aquí?–le preguntó toscamente, con la voz alterada por la bebida.

–Estuviste increíble ahí abajo. Yo no...

–Tú no tienes valor para decirle cuatro cosas bien dichas a tu respetable madre. Si la mía lo hiciese (cosa que nunca ocurriría), no dejaría que insultase así a la que podría ser mi compañera de vida, y con la que formaré mi nueva familia...

Alexander aguantó el sermón pacientemente, porque sabía que no había actuado bien. La joven apenas tuvo ojos para nadie cuando se fue, mucho menos para él. El duque dio otro sorbo a su vaso, y Alexander se lanzó a preguntar lo que llevaba unas horas carcomiendo su ánimo y sus pensamientos.

–Paul... a ti, es decir, ¿tú sentías lo que dijiste? Parecías un hombre...enamorado. No he escuchado a nadie hablando así de una mujer.

Paul lo miró intensamente. Su amigo parecía nervioso, cohibido, pero también desafiante. Le preguntaba por interés propio, para saber si realmente era una amenaza. Lord Graham bien sabía que en ese terreno, ambos habían dejado de ser amigos como antes, y como en la guerra, todo valía. Así que no desvelaría sus cartas al adversario.

–No. Me lo inventé todo.–dijo con una sonrisa de lo más sincera. Alexander suspiró aliviado, ajeno a la mentira que acababan de soltarle en la cara.

~*~

Lady Sophie recibió al día siguiente una carta de disculpa de lord Cassidy por el comportamiento de su familia, acompañada de unas flores que no consiguieron aliviar su corazón, que todavía pedía venganza contra las horribles palabras de la condesa. No le había relatado su encuentro a los barones Collingwood para no crear una situación incómoda entre las dos familias, aunque llevaba el gran peso del resentimiento sobre ella.

–No me puedo creer que te dijese todo eso. Sabía que no era demasiado cortés, pero tratarte así estando de visita...Normal que Alexander no diese crédito.–Angela la había llamado para pasear juntas, y de paso pedirle perdón también por el mal trago que tuvo que pasar.

–Tu primo calló cuando no debía, Angela, tienes que ser consciente y dejar de defenderlo. El duque sí que...

–¡Oh, no me irás a decir que por un par de palabras bonitas, ya vas a cambiar de opinión sobre él!

–No son las palabras, sino el momento en el que se dicen.–contestó distraídamente, pues sus ojos se habían posado en una floristería. Surgió de su cabeza una idea inesperada que la hizo sonreír–. Espérame aquí, ahora vuelvo.

Poco después, el mayordomo de los Cassidy llamaba a la puerta del tozudo escocés, que escribía una carta en compañía de su hermano, informando a su servicio de que pronto regresarían a casa.

–Su excelencia, acaban de traerle esto.–anunció el hombre, dejando una bandeja de plata en la cómoda con una carta y una simple flor anudada al sobre.

–Gracias, la leeré después de terminar con esto, y si le necesito lo llamo.

–Como desee, su excelencia.

–Es una gardenia, hermano.–apuntó Kirk, atrapando la atención del duque. El pequeño le acercó la bandeja para que leyese la nota, que era bien breve.

"Gracias por sus cumplidos. Espero que se recupere pronto del sarpullido que le habrá salido por decirlos."

Lejos de enfadarse, el duque soltó una carcajada por la ocurrencia de lady Sophie. Bueno, no se alejaba mucho de la realidad, pero por lo menos le había dado las gracias.

Él le escribió de vuelta otra nota que Sophie interceptó antes de que pudiese pasar a manos de sus padres y empezaran a hacer preguntas. Se escondió en su habitación, y abrió el diario donde atesoraba el resto de cartas para guardar la siguiente:

"Por fin obtengo una respuesta. No se preocupe, no lo hice por usted: me he reservado el derecho exclusivo de avergonzarla, por lo que no me divierte que lo hagan los demás. Para la próxima, no se corte, y suelte ese genio que tan bien conozco."

Era necesaria interacción no ofensiva entre estos dos para variar, ¿no?

Un engaño para el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora