Capitulo 5:

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Los pensamientos de Elín divagaban de una piedra a la siguiente. La cuerda entre sus dedos parecía arrastrar toda idea de la realidad. Trago en seco pensando en ese chico que horas atrás la había dejado sin palabras. ¿Podría ser posible que esa atracción que sentía por él fuera tan fuerte como la que sintió en un inicio con su exnovio? No quería dejarse enamorar nuevamente, por lo que luchaba con todas sus fuerzas de alejar esos pensamientos de su corazón.

—¡Ey, Elín!— gritaron junto a ella. Unas manos tomaron la soga que ella sostenía e hicieron el trabajo, que debería haber hecho ella. El niño bajó lentamente desde la cima. Elín frunció el ceño confundida, había cometido un error de novata mientras su cabeza todavía daba vueltas. El instructor la miró mal, pero aún peor fue la reacción de sus padres.

—¿En qué pensabas? Debías bajarlo en cuanto quisiera hacerlo

—Lo siento, ¿estas bien?— le preguntó al niño que se veía de brazos cansados y restregaba sus ojos con el talco manchando su piel. Debía llevar mucho tiempo sentado en el arnés sobre ella. ¿Quién sabe cuánto tiempo lo habría dejado colgado allí arriba? Sabía que estaría seguro debido a la resistencia de las cuerdas, pero debía haber empezado a llorar cuando vio que ella no respondía.

El niño asintió y sus padres lo apartaron de ella. Todos estaban molestos, pero no más que ella. Se odiaba por estar distraída y por un chico, como si no tuviera de qué preocuparse en su vida. Ya no quería hacerse eso a sí misma, así que se obligó a evitar todo pensamiento en Teitur.

—¿Necesitas un momento?— le preguntó su instructor— Quizá el aire fresco te ayudaría a distraerte

Elín asintió agradeciéndole por no reprenderla. A pesar de que no le pagaba, era su jefe dentro del rocódromo, y también su amigo. Él fue quien le enseñó a trepar las piedras desde muy chica. La introdujo en las competencias y lentamente en la instrucción. A tiempo se tornó un hábito ayudarlo y a la larga, le agradó tener grupos de niños a cargo mientras él se enfocaba en los turistas. Quitó sus zapatillas de pie de gato y se calzó sus zapatillas para correr. No le hacía falta llevar sus cosas, daría una vuelta hasta el muelle y luego volvería.

A medio camino corriendo, se dio cuenta del olvido, no había llevado su botella con agua y estaba muriendo de sed, aún así, no paró. Corrió con todas sus fuerzas subiendo la colina y luego bajó resbalando hasta llegar a un pequeño banco que permitía ver toda la bahía. Un gran barco con conteiners se acercaba al puerto. Tocó su cuello como reflejo. La última vez que había estado allí, su papá había estado con ella. Ambos solían sentarse allí a ver la entrada y salida de miles de barcos que llegaban durante la época más importante de Islandia. Pero tras su muerte, pareció como si los barcos ya no se acercaran más y lentamente pasaron a entrar 5 por día, a entrar sólo 2 por semana.

—¿Paseando o ejercitando?— abrumada porque reconocía esa voz se giró con una sonrisa. No sabía por qué estaba tan jocosa, pero le agradó saber que él estaría en ese lugar y justo un día en que entraba un barco.

—Paseo definitivamente, necesitaba aclarar mis pensamientos

—Entonces somos dos. Pensé que el puerto sería buena idea

—Yo también— susurró mientras el chico con manos en los bolsillos de su campera, se sentaba junto a ella— Papá solía traerme a verlos llegar

—¿No era aburrido?— ella sonrió. Sus miradas se mantenían en el horizonte.

—No, definitivamente no. Él tenía un juego en donde yo debía adivinar qué estarían trayendo los conteiners

Teitur sonrió de lado. Estaba comenzando a refrescar, pero tras su corrida, a penas lo sentía. Él por el contrario, se sacudió un poco para entrar en calor.

Mi porción de sangre (Elín y Teitur)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora