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La mañana siguiente no trajo buenas  nuevas

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La mañana siguiente no trajo buenas nuevas. El hedor mohoso de la ruinosa casa seguía siendo igual de malo que ayer por la noche. El polvo seguía estancándose en los pulmones de Charlotte haciéndola toser con fuerza. Su nariz picaba por la suciedad del sillón en el que se encontraba. No pudo descansar en la noche, como era de esperarse. Normalmente, no tenía ningún problema en dormir plácidamente, pero el duro sillón, y la terrible oscuridad que amedrentaba su sueño no le servían para nada.

Charlotte nunca pudo dormir en oscuridad total. Le daba pavor los espacios reducidos, o no saber dónde iniciaba un muro y terminaba el otro, la asfixiaba, le agobiaba.

Todo se lo debía a BenjaminKedward y sus caprichos imprudentes. ¿Decidir mudarse a un lugar nada más verlo? No, eso realmente no tenía sentido. Sólo podía ocurrir dentro de la mente de su extraño y excéntrico padre. Tomaba decisiones extrañas, claro, como ir de vacaciones a Langkawi, la isla perdida en Malasia, o comprar baratijas que veía en la TV, pero ella jamás cuestionó su juicio, no hasta ahora.

Él solía dejarla afuera en las decisiones importantes, sin embargo, esta empujaba los límites mucho más de lo que Charlotte podía permitir. Esperaría unos días, hasta que las hormonas adolescentes se fueran del cuerpo de su padre, y así por fin, el solo se daría cuenta del error que estaba cometiendo.

Tenían tiempo, después de todo. Su padre era dueño de la empresa de embutidos y las clases no comenzarían, sino hasta en unas semanas, pero ese lugar no le daba buena espina a Charlotte y por eso la idea de quedarse le inquietaba más de lo que normalmente debía.

El primer golpe a la puerta fue el más vacilante. No hubo una respuesta del otro lado.

—Papá, ya es hora de salir. Tengo hambre. Vayamos a comprar algo, ¿sí?

El silencio fue la respuesta que recibió Charlotte. Suspiró con molestia y volvió a tocar, tocó varias y repetidas veces, pero supo que, de nuevo, no obtendría un resultado distinto.

—Como sea. Voy a comprar el almuerzo. Quédate aquí, supongo —musitó.

Charlotte abrió con sumo cuidado la roída puerta de la entrada, el cochambre se adhería con tanta fuerza al material pintado a blanco, que escasamente podía definirse el color de la madera. Charlotte temía que se cayera al contacto.

Caminó guiándose de las flechas hasta la plaza del pueblo, preguntándose el origen de la extraña casa en la que había pasado la noche. Su padre había expresado que la consiguió, pero no estaba del todo segura, porque en estos días, era lo mismo escuchar a un niño de cinco años hablando sobre los monstruos bajo la cama, que escuchar hablar a su padre de planes de vida prudentes.

Odiaba que las cosas se encontrasen tan fuera de control, la impotencia que le provocaba se instaló en su pecho desde que escuchó a su padre pronunciar las chifladas palabras de "vamos a mudarnos". Pero entonces su padre dijo "vamos a mudarnos al lugar que acabamos de conocer", ascendiendo al primer lugar de la lista de las cosas que le provocaban un profundo dolor en el trasero.

Maximum: Brujos de ÉndorWhere stories live. Discover now