10 (parte II)

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Cuando comenzó a oscurecer, justo por las seis de la tarde, a Charlotte le crispaban los nervios

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Cuando comenzó a oscurecer, justo por las seis de la tarde, a Charlotte le crispaban los nervios. Su padre apenas y le había dirigido unas palabras y una mirada vacía. Al parecer, la mudanza que se encontraba en camino a Limerick, ahora vendría hacia acá, hacia el pueblo más insignificante de todo Irlanda, con un número de supermercados que se reducían a cero, y ni hablar de farmacias u hospitales. Y la limitada capacidad de ser amables de sus habitantes, también. Sin hablar de que todos allí parecían locos de remate. Cuando su padre le dijo sobre la mudanza, Charlotte no podía estar más irritada.

—¿Es en serio, Benjamin? ¿Planeaste durante meses nuestra mudanza para luego cambiar el destino a unas semanas de entrar al instituto?

Su padre, como respuesta, volvió a cerrarle la puerta en la cara.

Recordó cuando ella y su padre vieron casas en Limerick por internet, habían elegido una muy linda: tres habitaciones, un gran patio, una terraza espectacular con domo y terminaciones más bien modernas, por el contrario, su padre quería quedarse en un lugar lleno de ratones de campo, arañas más grandes que un zapato, con aspecto de llevar construida desde el siglo XIII y ni hablar de las goteras que seguramente tendría la casa. ¿En serio tendría que resignarse a la decisión de su padre?

Si bien, Charlotte no quería quedarse allí, se negaba aún más a estar otra noche en total oscuridad, así que salió a la parte trasera de su supuesto nuevo hogar. Ya desde allí, con los últimos rayos del sol del día, Charlotte pudo ver el generador del que le habló Angelic, pasando una colina.

Llovía con ligereza, pero los crujidos del cielo prometían una lluvia más densa.

Al llegar, no pudo sino mirar al cielo. ¿Qué creía que haría? ¿Darle toquecitos hasta que, por obra del Espíritu Santo, la luz llegara a su casa?

Suspiró y se acercó a la rejilla de metal. Un ruido sordo y constante ocurría en el enorme cubo de cobre. Frente a la verja, se encontraba un medidor rectangular con dos palancas pequeñas y una grande, un foco rojo al lado de otro que parecía estar apagado. Sólo eso.

Charlotte no tuvo de otra, o intentaba algo, o no dormiría. Entonces, empujó primero las dos palancas pequeñas y miró sobre su hombro hacia la casa. Nada. Ni una chispa.

Entonces subió esas palancas y tomó la más grande. La empujó y tampoco hubo mejora.

—Mierda —exclamó. Realmente no podía más con todo aquello, parecía que nada le estaba saliendo bien. Todo estaba tan fuera de control que se sentía oprimida.

Comenzó a bajar y subir las palancas con frustración, sabiendo que no ocurriría nada. Soltó un ruido parecido a un gruñido y pateó el medidor con tanta fuerza, que un ruido estrepitoso salió del generador, una gran descarga de energía la hizo gritar y la lanzó hacia el piso.

Miró hacia arriba, ahora probablemente había quemado toda la maldita cosa. Aún en el piso, golpeó el césped con un puño.

Se incorporó cuando se sintió más calmada y volvió a mirar al generador, que ahora sonaba con más vivacidad.

—¿Qué diablos pasa aquí? —escuchó una voz masculina y severa a sus espaldas— ¿Eres idiota? Tienes suerte de no haber dejado a toda la manzana sin energía.

La lluvia cayó con más fuerzas en el rostro de Charlotte. Ella reconoció esa voz.

—Vete a la mierda. Necesito establecer la luz en la casa.

—Pues de un golpe no vas a hacerlo —Charlotte dio media vuelta, quedando frente a él y puso sus manos como jarras.

—¿Y tú sí sabes cómo hacerlo?

La salvaje expresión se asentó en su cara, ella lo sintió mirándola, pero desde que se lo había cruzado directamente la primera vez, tenía dificultad para mirarle a los ojos. Era extraño, porque ella tenía la costumbre de mirar a todos a los ojos por largo tiempo.

Así que se detuvo a mirar su amplio y macizo torso y su complexión musculosa y atlética. Su posición a la defensiva, con sus grandes brazos cruzados, hasta su cintura estrecha y sus muslos amplios. Llevaba una camiseta negra con los hombros al aire, aunque llovía bravíamente. Charlotte pasó su vista por los guantes de cuero que cubrían sus manos y a las marcas irregulares en su hombro, casi pegadas a su clavícula. En primera instancia, creyó que era un tatuaje, hasta que observó los bordes: quemaduras. Quemaduras formaban una extraña runa en su piel.

—Sólo vete de aquí —gruñó con el ceño fruncido, probablemente le reprochaba en silencio, también, la repasada que le había dado Charlotte de pies a cabeza. La lluvia estaba causando estragos en su camiseta, que ya se había pegado completamente a su ancho tronco.

—¿Qué parte de "no me voy sin que la jodida luz esté arreglada" no entendiste?

No parecía sorprendido de que ella, la extranjera, se quedara en esa casa. Sin embargo, parecía contrariado y molesto por ese hecho.

—Vete.

—No —esa respuesta logró que el chico apretara su fuerte y cuadrada mandíbula, a Charlotte le sorprendió que, con la fuerza que estaba aplicando, no se destrozara cada uno de los dientes.

—¿Por qué no?

—Porque no puedo dormir sin una maldita luz —explotó con la respiración entrecortada.

—¿Tienes miedo a la oscuridad? ¿Tú? ¿La arpía condescendiente? —dijo de manera borde y con una expresión de desagrado puro.

—No es de tu incumbencia, imbécil —siguió esquivando su mirada. Pero vio como el chico dio varias zancadas hasta llegar hacia ella. Un centímetro los separaba, pero Charlotte se irguió ante lo amenazante de su posición.

—Ya vete antes de que te arrepientas el haber llegado al pueblo. Es una puta orden —su cuello estaba encorvado hacia abajo para poder mirarla.

—¿Quién dice que yo debo seguir tus ordenes?

—¿Quién dice que si no te largas de aquí no voy a hacerte daño como al chico que golpee la primera vez que me viste? —su aliento mentolado chocó con la mejilla de Charlotte, lo cual envió un escalofrío a todo su cuerpo. El chico se inclinó aún más a su rostro, retándola con el ceño fruncido.

—No golpearías a una mujer —Su voz salió tan calmada como lo planeó, aunque el corazón le iba a mil por hora.

— Siempre hay una primera vez —fue entonces que miró a los ojos turquesa del chico, que resplandecían salvajemente. Destellos de verde musgo se expandían por el iris, en un hipnótico ciclo sin fin. Charlotte se apartó unos rizos mojados de la cara y dio un paso hacia atrás, sorprendida por la profundidad de su mirada.

—Pues esta no será. Porque traigo una llave inglesa en mi bolsillo y sé perfectamente como dejar a alguien inconsciente —mintió—. Pero tal vez para la próxima.

Se apresuró hacia la casa, resignándose a dormir poco de nuevo. Miró sólo una vez sobre su hombro en el camino, viendo la figura en la lluvia del espeluznante y ardiente chico que había amenazado con golpearla.

Dos horas más tarde, las luces de la casa se encendieron. Miró hacia la lámpara del cuarto en el que se encontraba y casi sonrió de ánimo. Se apresuró a mirar por la ventana, que daba hacia el patio trasero y visualizó una sombra. Una amplia espalda que se alejaba del generador con dirección a la calle más próxima.

¿Quizá el chico había arreglado la luz? Charlotte descartó esa opción. Fue tan grosero y borde con ella sin una razón aparente que no podía comprender. Por su actitud, sospechaba que era así con todos. Agresivo y sin escrúpulos, del tipo de chicos que tratan como la mierda a todos y creen que se merecen todo. Egoísta, crudo y no podía ser digno de fiar.

Sí, él por supuesto que no haría nada por ella.

Maximum: Brujos de ÉndorWhere stories live. Discover now