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Después de la supuesta desaparición de Sasha, todo el mundo parecía alarmado; Zoe incluyéndose, aunque por razones totalmente distintas

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Después de la supuesta desaparición de Sasha, todo el mundo parecía alarmado; Zoe incluyéndose, aunque por razones totalmente distintas. No podía dejar de pensar en que su sensatez había sido calcinada junto con la vieja catedral. Lo de aquella noche lo sentía en cada poro de su piel y le quemaba las entrañas, alimentando el fuego de su usual ansiedad, los ojos inhumanos, propiedad de aquel ser que atormentaba sus sueños, no podía haber sido un sueño. El dolor y la desesperación de aquella velada, el sabor metálico de la sangre en sus labios en donde estaba segura que moriría no podía ameritarlo a una simple ilusión.

La situación de Sasha, por el contrario, no le parecía del todo descabellada. La chica era conocida por sus conductas desenfrenadas y las eventuales fugas con sus excéntricos (y muy mayores) novios que hacía por internet. Bueno, Zoe no sabía muy bien donde los conseguía, sólo sabía que lo hacía.
Si bien, esta vez Sasha había durado mucho tiempo desaparecida, a ella no le sorprendía: el pueblo entero había esperado en silencio desde hacía mucho tiempo que ella abandonara Kilalloe de una vez. No era un secreto el deseo que ella tenía por escapar de allí.

Era el primer día de clases, a mitades de agosto y las calles permanecías desiertas. Zoe sentía algo distinto, aunque no es que fuera muy común el bullicio en días como ese. O en ningún otro día, en realidad. Seguramente era su imaginación.

Zoe montaba su bicicleta con la canastilla de paja frente al manubrio y su pequeña mochila café dentro. Cuando llegó a las barras de metal, estacionó su vehículo y se colgó la mochila en el hombro. Caminó lo que quedaba de acera por la parte lateral del edificio hasta que visualizó el gran instituto, la construcción gótica, vieja y los colores marrones rojizos. Sus nervios se dispararon, se arrepentía muchísimo de no haber fingido estar enferma en la mañana.

Era tonto ponerse nerviosa el primer día de clases, lo sabía, más porque había estado en ese instituto por varios años ya.
Se pasó las palmas húmedas de las manos por los pantalones holgados y se permitió cerrar los ojos un segundo. Debía ser valiente. Dio unos pasos agigantados hacia la puerta.

Sólo eran un par de inofensivos estudiantes.

Sólo eran un par de inofensivos estudiantes que, como era común, no la notarían por otro año entero.

Sólo eran un par de inofensivos estudiantes.

¡Estudiantes que la comerían viva!

Al demonio, ese no era momento para la valentía, ya mañana lo intentaría. La chica se dio vuelta, encontrándose a unos metros frente a ella, con Rachel Hudson y Tira Kundu tomadas del brazo. Y Emilie Pears pisándoles los talones.

Dio de nuevo media vuelta y se apresuró a ir del otro lado de la columnata del pequeño pórtico arqueado, que daba paso a la enorme puerta de madera de roble en la entrada del instituto. Intentó cubrir todo su cuerpo allí, clavándose la rama de un pequeño fresno bajo las costillas y enterrando por error su cara en las hojas amarillentas del árbol.

Maximum: Brujos de ÉndorWhere stories live. Discover now