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Capítulo IX

Conclusiones Acerca de Sahid III




La tercera, y tal vez más importante, cosa de la que se dio cuenta, era que Sahid, el supuesto príncipe que le había acompañado desde su segundo día (noche) en el Oasis, estaba asustado.

Asustado no solo del mundo y de los cambios que pudo haber sufrido desde que llegó a aquel paraíso. Sino, también, asustado de sí mismo.

Era obvio, por la forma en la que reaccionó cuando se dio cuenta de que llevaba más tiempo ahí del que creía; cuando le vio a escondidas destrozar uno de los pergaminos que con tanto esmero había hecho, pues se dio cuenta de que el único idioma que en realidad conocía ya ni siquiera se utilizaba; cuando declaró que los primeros años ahí habían sido los más duros porque estaba solo.

Sahid tenía miedo de lo que su estadía en el Oasis pudo haber hecho con su mente.

No que Asim le culpase, la soledad era la única cosa capaz de destruir por completo la cordura de los hombres. Ni siquiera se imaginaba siendo capaz de resistir la cantidad de tiempo durante la cual el albino lo había hecho.

Probablemente se hubiese suicidado. No dudaba que Sahid lo había intentado.

Probablemente, el Oasis no lo había dejado.

Y es que aquella era otra de las cosas de las que se había dado cuenta; el Oasis, en realidad, surtía cada una de las necesidades del mayor. Cuando había destruido los pergaminos los volvió a armar de nuevo, botes de tinta fresca aparecían todos los días junto a la puerta del invernadero, y la comida que crecía dentro de este era tan variada y deliciosa que era capaz de saciar los estómagos de todo un ejército.

Era un poco desesperante (y perturbadora, hablando con la verdad) esa codependencia que habían desarrollado el albino y el Oasis. Este parecía mantenerse verde y bello nada más por la voluntad de hacer feliz al Razrahano, como si no se diese cuenta de que la falta de trabajo ya comenzaba a hacer efecto en este; se estaba rindiendo, perdido ante la monotonía y la soledad.

Se preguntaba, si ese el motivo por el que había sido llevado ahí.

Tal vez había sido enviado ahí para alentar a Sahid a poner un pie en el mundo exterior; tal vez, se suponía que cuidase de él.

Tal vez, se estaba llenado la cabeza con explicaciones sin sentido; pero eso era lo que sucedía cuando pasabas quién sabe cuántos días sin nada más que hacer que mirar al techo (había llegado al punto en el que podía clasificar todas y cada una de las manchas y grietas en las vigas del invernadero. Las cuales, por cierto, eran muchas)

Fuese cual fuese el motivo de su llegada, la verdad era que, en esos momentos, el albino era su única compañía, y si quería que eso se mantuviese de esa manera, tendría que mantener un ojo sobre él; después de todo, no perdía nada por intentar cuidarlo; el supuesto príncipe se había portado razonablemente bien con él, teniendo en cuenta las circunstancias de su primer encuentro. Asintiendo para sí mismo, decidió que esa era, de hecho, una buena idea.

Cuidar de Sahid parecía una idea estupenda.

El Príncipe del OasisWhere stories live. Discover now