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Capítulo XXIV

Advertencias a Tener en Cuenta




Triste por su propia estupidez, el albino vagó durante horas a través de la vasta extensión del Oasis. Acarició las plantas, revisó las rocas, y comprobó el estado de las estructuras, dándose cuenta de que muchos estaban cubiertos por la tan extraña mancha de material negruzco, como si se la hubiesen aplicado por encima, al paso.

Las púas estaban en las zonas sur y este; mientras que la materia negruzca se entendía a lo largo de las zonas norte y oeste. El centro, que correspondía al lago, dos jardines, y el invernadero, estaban parcialmente cubiertas, mientras que las dos primeras áreas mencionada, llegaban al punto de la infestación.

Sintiéndose drenado, el príncipe se sentó en una de las isletas, masajeando sus pies maltratados por la arena caliente. Cerró los ojos, rogando por algo de sombra, y una palmera de movió de su eje, para poder taparle del sol.

Sonriendo, enternecido, el albino dio una suave caricia a la superficie de roca en la que estaba sentado, preguntándose porque las cosas no podrían ser siempre así. Él, tranquilo, sin preocupaciones, junto a la quietud del Oasis.

Porque, dijo una voz suave y ronca en su cabeza, Cuando las cosas eran de esa manera, no eran suficientes, amor mío.

Una pequeña, ínfima lágrima, se deslizó por el rostro del príncipe, ante el sonido de la voz de su primer amor. El día en el que se volvieron amantes, Sahid decidió no decirle a Asim que, de hecho, el alma de Jade seguía anclada al núcleo del Oasis; tal fue el amor del djinn por él, que unió su espíritu al lugar para poder velar por su bienestar; no se lo dijo pues sabía que, de hacerlo, el muchacho no aceptaría estar con él, y Sahid lo deseaba más que a cualquier cosa material que el Oasis pudiese darle.

No estés triste, dulzura, haz estado solo demasiado tiempo, le confortó la voz del rubio, y una suave brisa acarició su rostro, Mereces continuar con tu vida. Ya te he retenido demasiado tiempo.

- No sé qué hacer, Jade - admitió, limpiándose el rostro - Amo a Asim, estos días con él me han enseñado a hacerlo, pero no quiero dejarte, no quiero apartarme de lo único que me queda de ti -.

Tienes que hacerlo, reprendió suavemente la voz, Tienes que seguir con tu vida, ser feliz, amar y ser amado, tal y como siempre quise que lo hicieras, pues ese es mi propósito. Sahid, cada vez me cuesta más mantener estas conversaciones contigo ¿Qué harás el día en el que no puedas escuchar más mi voz?

No lo sabía, y la idea le aterraba. Era cierto que Jade solo podía darse el lujo de hablar con él de vez en cuando, pues lo que está muerto, muerto debe quedarse, y no a de convivir en lo absoluto con lo vivo, a menos que fuese absolutamente necesario. Pero el rubio siempre se había preocupado mucho por él, y había forzado sus límites muchas veces, solo para regalarle palabras de consuelo cuando más lo necesitase. Lamentablemente, esa era una bendición limitada, y pronto no podrían hablar más el uno con el otro, hasta que el albino estuviese muerto.

- Tengo miedo - dijo - Hay tanto allá afuera que no conozco; incluso mientras hablamos el mundo sigue cambiando -.

No temer a lo desconocido, esa siempre fue tu mayor virtud. No la repudies ahora, dijo Jade, Tus miedos le están haciendo daño al Oasis, Sahid, tienes que ponerte de acuerdo con ellos, o destruirán absolutamente todo, y a quienes estén en él.

La imagen de Asim siendo atravesado por las púas negras cruzó la mente del albino, y este se llevó las manos a la boca, conmocionado, mientras la voz de Jade se desvanecía en la distancia, señal de que su tiempo para hablar había acabado. Tal vez por última vez en ese tiempo.

El Príncipe del OasisWhere stories live. Discover now