Capítulo 1

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Kashima Ryuuichi abrió los ojos y, aturdido, miró la maltratada pared frente a él.

No sabía dónde estaba, tampoco recordaba haber llegado ahí, el dolor de cabeza le impedía obtener respuesta alguna a las miles de interrogantes que había en su cabeza. Eso fue hasta que una de ellas brilló en su mente, robándole la calma y la respiración.

—¡Kotaro! —gritó angustiado, mirando a su alrededor.

—Así que eres Kotaro —dijo la chica de cabello oscuro que soltaba al pequeño niño para corriera a los brazos del que le habló.

—Niichan —dijo la tierna voz del niño, y sus pasitos retumbaron en esa habitación donde no había más que dos adolescentes y él.

—¿Dónde estamos? —preguntó Ryuuichi y la chica frunció labios y hombros—. ¿Nos secuestraron?

Ahora que estaba un poco más consciente, Ryuuichi Kashima recordaba vagamente como algo había golpeado su cabeza y espalda, haciéndole caer al suelo y ver un par de sombras tomar en brazos a su hermano que le llamaba.

—Eso parece —dijo la chica—. Yo estaba de compras y alguien me tapó la boca y nariz con algo hediondo y me arrastró por un callejón. Ahg, Keigo oniichan va a molestarse, gasté mucho y perdí todo.

Ryuiichi miró a la chica con desconcierto, se veía demasiado tranquila para estar en medio de un secuestro. De hecho no pudo evitar pensar que todo era una broma; una de muy mal gusto, si le preguntaban a su terrible dolor de espalda, cuello y cabeza.

»Esta es la tercera vez que me secuestran —informó la chica interpretando la expresión del chico que la miraba—. Soy la única heredera de la fortuna de mis difuntos padres, cada uno era único heredero de sus muy ricas familias. Soy súper millonaria y problemática —dijo sonriendo—. Me escapé de mis guardias, por eso Keigo oniichan va a estar demasiado furioso.

El castaño sonrió. Por la expresión de la chica entendía que el tal Keigo oniichan era más peligroso que los secuestradores, o al menos ella le temía más que a ellos.

»Soy Fukuhana Eri, y en serio me da mucho gusto conocerte. Ser secuestrada sola ha sido aburrido.

—Pues yo hubiera preferido que te secuestraran sola —dijo Ryuu y sonrió descaradamente a la chica que sonreía en respuesta a tan descortés comentario.

—También lo hubiera preferido —dijo Eri y suspiró junto a Ryuu, dejando que el silencio se apoderara de esa casi oscura habitación.

»¿Quieres galletas? —preguntó la chica cuando el estómago de su acompañante de desgracia rompió el apabullante silencio que de pronto les envolvió.

Ryuu negó con la cabeza. Tenía hambre, por supuesto, pero la vergüenza que sentía no le permitiría aceptar nada.

»Pero necesitas comer —argumentó Eri—. No puedes quedarte sin energías. No sabemos si estos tipos nos alimentarán, tampoco cuándo pagarán nuestros rescates y la manera en que deberemos volver a casa.

»La primera vez que me secuestraron me dejaron en una bodega, tardaron una eternidad en ir por mí —contó Eri—, la segunda vez me tiraron en una carretera por donde no pasaba nadie. Debí caminar medio día hasta que dieron conmigo.

—Pareces una experta en esto —dijo Ryuu casi divertido. Era imposible no relajarse cuando la otra víctima lo estaba tomando con tanta filosofía—. Aun así, preferiría que guardemos las galletas para cuando Kotaro tenga hambre.

—Por eso no te preocupes —dijo Eri—, ya racioné las golosinas que hay en mi bolsa. Tenemos para dos días, al menos. Si en dos días no hemos salido de aquí tendremos que escapar. No he sabido de muchos secuestrados que sobrevivan después de las setenta y dos horas de haber sido capturados.

»He leído al respecto —informó la chica al ver el desconcierto del que le miraba—, además he estado en grupos de ayuda mutua. Ya sabes, con otras víctimas de secuestro. Esos grupos no sirven de mucho, en realidad, pero aprendí un par de cosas.

Ryuu respiró pesadamente. Lo último que escuchó no sonaba nada relajante, a pesar de que lo hubiera dicho de una manera despreocupada la que hablaba.

»Anda, come —dijo la chica pasando un paquete, que debiera tener ocho, con cinco galletas—. Si esto es por dinero, ellos definitivamente van a alimentarnos. También nos alimentarán si quieren comernos, somos muy poca carne.

Los ojos de Ryuu se hicieron enormes a las últimas palabras de la chica. No se creía en serio la simpleza con que hablaba. Pero, a diferencia de lo que Ryuuichi pensaba, Eri no estaba del todo tranquila.

Era verdad que la habían secuestrado dos veces antes, y era obvio que había salido bien librada. Pero eso no aminoraba el miedo que le dio saber que estaba a expensas de manos desconocidas sin tener la certeza de que alguien daría lo que pedían por ella.

—Sus padres deben estar muy preocupados —dijo la chica viendo como el otro adolescente partía una de las galletas y le daba la mitad al pequeño que ahora sabía se llamaba Kotaro—. Tenemos acá cerca de nueve horas. Dormiste tanto que Kotaro acabó con mi repertorio de canciones y cuentos.

—Mis padres fallecieron hace un tiempo —dijo Ryuuichi apartando la mirada. A pesar de que el tiempo había pasado, ese tema era parte de una herida siempre abierta—. Pero seguro le estamos dando problemas a Saikawa san y a la directora.

Eri le miró compasiva. En serio podía entender el dolor que apagaba la mirada de ese joven, y sonrió un tanto aliviada al pensar que al menos él no se había quedado tan solo como estaba ella.

—Vamos a salir de esta —aseguró la chica y sonrió pasándole un bote de jugo.

Estaba en serio agradecida, y orgullosa, de haber decidido meter tres días de golosina en su mochila y no en alguna bolsa de mano que hubiera perdido al momento de ser secuestrada. 

Ojalá también hubiera metido su celular ahí. Sus nuevos secuestradores eran tan descuidados que ni se hubieran dado cuenta que lo llevaba consigo. Pero, en su intento de ser ilocalizable, dejó el celular en casa. Eso era algo de lo que no podía enorgullecerse, definitivamente.

—Gracias —dijo el castaño y la chica sonrió al ver como primero le ofrecía al pequeño y luego bebía él. Algo que envidiaba y, por alguna razón, quería proteger. 


Continúa...

UNA FAMILIA PARA KOTARODonde viven las historias. Descúbrelo ahora