La habitación empolvada

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Capítulo 3

Ellos perdieron un bebé.

Desde que tuve memoria los Hansson siempre habían ocupado la casa frente a nosotros. Según mis padres al momento de mudarse aquí ambos eran una pareja joven, casados sólo un par de años antes, pero sin hijos.

Gregorio Hansson, abogado de profesión, era el encargado de algunos asuntos legales en la comunidad cuando apenas esta estaba en crecimiento y no pasó mucho tiempo para que se hiciera amigo de mi padre. Victoria Colth, la esposa del Señor Hansson, era una muy amigable pero bastante meticulosa vecina que se enteró de sus dos meses de embarazo justo cuando mi hermana Mercedes llevaba cinco meses en el vientre de mi madre. Sin embargo, no tuvieron más hijos. Y extrañamente no hubo una sola vez en la que algún pariente los visitara en casa, a excepción de un hombre alto, muy parecido al señor Hansson al que yo misma había visto entrar apenas un par de veces y que suponía que era su hermano.

Pero más allá de lo que una familia común y corriente pudiera ocultar, entre ellos existía un vago rumor, uno que por tantas veces que había sido contado se fue tornando en cierta forma como una verdad. Aquella trascendió entre los vecinos y recobró mayor fuerza cuando los Hansson nunca se molestaron en descartarlo.

Se decía que apenas unos meses después de casarse Victoria y Gregorio Hansson se dieron con la grata sorpresa de que serían padres. Ellos fueron plenamente felices, pero la más ilusionada había sido Victoria, quien ya había organizado todo muy anticipadamente sin imaginarse que tras cuatro meses de embarazo perderían al bebé.

Todo quedó intacto, los juguetes, los muebles, y la habitación. La Señora Hansson se negó a tirarlo todo, ya que la pérdida de su primer hijo había sido un dolor tan grande que no pudo soportar que todo se desvaneciera tan rápido.

Fue desde entonces que nadie más ocupó la habitación que había sido destinada para su bebé. Ni siquiera su segunda hija, Tatiana. El lugar había permanecido cerrado por muchos años y era utilizado como almacén, las ventanas se encontraban tiesas, llenas de polvo, y las cortinas siempre estaban estiradas. Esa era la única parte abandonada de la casa.

Y era justamente por eso que por más absurdo que pareciera, hasta aquellas desoladas horas de la noche yo aún permanecía intrigada por aquel tipo extraño que había visto allí dentro esa tarde.

Su rostro era delgado. A pesar de haberlo visto desde una determinada distancia pude distinguir una leve oscuridad bajo sus párpados. Sus ojos eran redondos, y además estaba casi segura de que también eran oscuros. La verdad tenía un semblante malo, como si hubiera dormido sólo un par de horas la noche anterior o hubiese estado enfermo.

Me estremecí entre las sábanas intentando encontrar la posición más cómoda para que mi cuerpo se relajara, pero ese ruido dentro de mi cabeza no me permitía conciliar el sueño. Sentía que mi propia mente pensaba en voz alta y eso equivalía a alguien hablando fuerte a un par de centímetros de mis oídos. Abrí los ojos, sabía que esa sería una de las malas noches en las que no podría pegar los párpados por más de treinta minutos.

Estaba todo oscuro, excepto por el débil reflejo del alumbrado público de la calle a través de las cortinas. No escuchaba nada más que mi respiración, veía mi pecho subir y bajar mientras me entretenía observando mis pies. Solté un largo suspiro pesado, detestaba que eso me pasara justo cuando a la mañana siguiente tenía algo importante en la universidad.

Sentí un sabor dulce en la garganta después de percibir la resequedad en mis labios y me arrastré hasta sentarme en la esquina de la cama. Tomé mi teléfono encendiendo la pantallita para cersiorarme de la hora, pero la luz empañante causó que mis ojos se cerraran al instante para luego abrirse dificultosamente.

Las 4:38 PM.

Arrugué la frente bastante confundida por lo que estaba observando y me sobé los párpados antes de ver nuevamente la pantalla. Esta vez estaba más claro, pero lo que ví a continuación me dejó aún más tonta.

Viernes 12 de Febrero.

Mis ojos se abrieron de par en par mientras mi memoria tenía muy en claro qué día era ese.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo antes de mover ligeramente los pies y sentir algo que me dejó completamente helada. Una sensación viscosa en la planta de mis pies, una humedad tan fría que provocó que se me pusieran los pelos de punta. El piso estaba mojado, pero eso era poco decir; toda la habitación estaba inundada por un líquido al que no podía verle el color pero que tampoco emanaba olor alguno. El miedo comenzaba a apoderarse de mí, pero justo antes de que me decidiera a averiguar sobre lo que estaban tocando mis pies un fuerte ruido me sobresaltó desde el pasadizo de afuera.

Fue un sonido sordo, tosco. Como si el cuerpo de una persona hubiera caído contra la madera.

Hecha un manojo de nervios me puse de pie y comencé a caminar lentamente sobre el suelo mojado para llegar a la puerta. Las piernas me pesaban y podía escuchar los veloces y punzantes latidos de mi corazón como si se me estuvieran saliendo por los oídos.

Cuando de repente se escuchó una, dos y tres veces cada vez más fuerte ese horrible sonido.

Mis ojos se abrieron gigantes mientras mis labios comenzaron a temblar. Entre el pánico me preguntaba si Mercedes también estaba tan asustada como yo, puesto que tenía la única habitación más cercana a la mía.

Al llegar a tomar la perilla de la puerta con una mano tuve que cubrirme la boca con la otra para evitar que se me escapara algún ruido. Pero al instante en que comenzaba a girarla, el crujiente sonido de unos cristales rompiéndose desviaron mi atención hacia la ventana. El sonido provenía de la calle.

Caminé despacio hasta allí, pero esta vez, armándome de todo el valor que podía tener a pesar de sentir que se me estaba escapando el alma, abrí de golpe la cortina. La luna estaba llena y su luz blanca y cegadora hoy era más potente, pero eso para mi mala suerte no había sido todo.

Al bajar la mirada, en medio de la calle entre vidrio roto a su alrededor y los brazos repletos de sangre, ese mismo chico me miraba como si hubiera estado buscándome.
Sus ojos casi sobresalían de su rostro y eran de un color extraño, el rededor de sus iris estaban bien marcados de un color rojizo oscuro y sus pupilas eran sólo dos pequeños puntos negros. Una mirada tan horriblemente macabra que lo único que podía proyectar mi mente en ese momento eran esos siniestros ojos a sólo centímetros de los míos.

Mi pecho se llenó de aire y me costó gritar con la garganta seca a todo lo que dieron mis pulmones.

Abrí los ojos y me senté con la respiración agitada y un dolor horrible en la garganta. El corazón me latía más rápido que una máquina mientras mis manos sudorosas y frías apretaban con fuerza las sábanas. Mi cara estaba húmeda, pero toda la brillante luz de la mañana me explicaba una sola cosa.

Solo había sido una maldita pesadilla.

Cuando caiga la luna. (Editando)Where stories live. Discover now