7.- Su risa

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Quería decirle que era un idiota, un tonto y que sus pecas ni siquiera eran lindas

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Quería decirle que era un idiota, un tonto y que sus pecas ni siquiera eran lindas. Pero estaría mintiendo.

Alexander soltó un largo suspiro luego de que John le contara cómo le habían robado su celular en el metro.

—¿Vas a comprarte otro? —le preguntó Hamilton a su amigo.

Los dos estaban en el local de café sentados en una de las tantas mesas. Era temprano y aún no había clientes.

—No lo creo, primero tengo que ahorrar para comprarme un piso —le contestó el pecoso—. Aparte de que realmente ni siquiera uso el celular.

¿Por qué John era tan tonto a veces?

—Ah, ya... Entonces supongo que tendré que venir a diario, ¿sabes? Así podremos estar al día —habló Alex emocionado.

—¡Suena genial!, ¡seremos mejores amigos!

¿Me acaba de friendzonear?

—Eh, si... Mejores amigos.

Los clientes empezaban a llegar al local. Era verdad que ahora Laurens era el mejor de los empleados (de los tres empleados). Incluso había quienes solamente iban a ese café para ver a John.

Laurens en verdad estaba haciendo crecer su fama.

—¡Hola! —gritó la mayor de las Schuyler cuando entró al local —. ¿Cómo están mis hombres favoritos?

Mientras Angelica desbordaba alegría y entusiasmo, sus hermanas morían de cansancio. La mayor había llevado a sus hermanas a recorrer todo Nueva York caminando.

—¡Necesito un vaso de agua! —dijo Peggy dejándose caer en medio del piso ahuyentado a más de un cliente.

—Peggy, ahuyentas a todos —Lafayette apareció ayudando a la menor a levantarse —. Sígueme, te voy a dar tu vaso de agua.

—Hola, Alex —en la otra esquina del local Eliza saludó a Alexander tímidamente, olvidando la presencia de John y de su hermana mayor.

—Hola, Eliza —Hamilton le sonrió—. ¿Cómo estás?

—Bien —contestó alegre—. Gracias por preguntar.

—Y gracias por incluirnos en su plática.

Angelica miró con reproche a Eliza y John solo se pudo reír por el repentino enojo de Angelica.

La risa de Laurens era tan hermosa. Era como una bella melodía que retumbaba en los oídos de Alexander. Y era algo que se quedaría grabado en su memoria para siempre.

Entonces Hamilton también sonrió.

Entonces Hamilton también sonrió

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juntos / lamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora