20.- Una carta

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Alexander ya no pasaba a la cafetería todos los días

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Alexander ya no pasaba a la cafetería todos los días. De hecho, ya no iba nunca. Simplemente ya no aparecía en la vida del menor. Como si nunca hubiera aparecido ese primer día con un paquete lleno de ilustraciones y una sonrisa nerviosa al ver a John. Parecía haber desaparecido; casi como si nunca hubiera existido.

Laurens fingía que no le molestaba. Llevaba haciéndolo por días.

Tomó el trapo húmedo y lo pasó sobre la mesa cinco, quitando todas las migajas y manchas de café que esta tenía.

Lafayette había notado como el ánimo de su amigo iba en picada, y no sabía que podía hacer para que John dejara de sentirse mal.

Se acercó cautelosamente a Laurens.

—¿Quieres hablar? —le preguntó el francés delicadamente cerca de su oído.

John, quien había tenido todo este tiempo el aire retenido en sus pulmones, dio un fuerte respiro. Sus labios estaba apretados y sus ojos entrecerrados.

—Quiero a Alex —le dijo en un murmullo apenas audible.

Lafayette sintió pena por él. Le dio un pequeño abrazo por detrás y le limpió una pequeña lágrima que resbala por su mejilla.

—Si quieres puedes irte ya. Yo cerraré la cafetería —le dijo —. Te puedo alcanzar ya en el departamento.

John no quería llegar al departamento. No quería recostarse en su cama y sentir el olor de Hamilton para después ver ese malditamente hermoso peluche que le regaló para su cumpleaños y eventualmente ponerse a pensar en la hipnotizante sonrisa que ponía siempre que estaba a su lado y en como amaba escribir sobre todo. Simplemente no tenía ganas.

—Está bien, puedo encargarme yo —le dijo tratando de sonar convincente —. Además, yo sé que te mueres por ir a casa de Hércules —dijo tratando de sonar burlón—, no tienes que fingir.

Lafayette se puso completamente rojo pero logró disimular su sonrojo bastante bien mientras fingía un ataque de tos.

—¡No quiero ir a su casa! —gritó apenas acabó de "toser".

—¿Qué? —preguntó Mulligan mientras salía del cuarto de servicio —Pero pensé que me amabas.

—¡Ah, no es cierto bebé!, ¡no hablaba de tu casa!

John miraba a los dos mientras sonreía nostálgicamente e imaginaba que ellos dos bien podrían haber sido él y Alex.

—¿Entonces si me amas?

Oui!

—¿Y vas a ir a mi casita esta noche? —le preguntó inocentemente Hércules mientras lo veía con ojos de cachorro.

—No te trates de aprovechar del momento —le recriminó Lafayette.

—Ah, solo decía. Era una sugerencia —dijo por último el moreno antes de regresar al cuarto de servicio a ver la televisión.

Laurens dejó el trapo encima del mostrador y se sobó las cienes mientras pensaba en qué debía hacer.

—Creo que sí tomaré tu palabra —le dijo al francés antes de salir de la cafetería.

—Creo que sí tomaré tu palabra —le dijo al francés antes de salir de la cafetería

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Parecía que la suerte no estaba de su lado ese día.

Apenas llevaba unas cuantas calles recorridas cuando las densas gotas de lluvia comenzaron a caer pesadamente sobre sus hombros.

—Oh, genial. ¿Qué podría ser peor?

Y como si hubiera invocado aún peor suerte, frente a sus ojos se apareció la figura que le había roto el corazón.

Sintió su cuerpo tensarse cuando Alexander lo miró desde el otro lado del asfalto. Estuvo a punto de hablarle cuando el moreno desvió la mirada y siguió su camino.

En ese momento el mundo de John se volvió a caer por segunda vez.

Apenas llegó a su casa vio la carta. Estaba encima de uno de los sillones y el destinatario era él mismo.

Dudó un poco, pero terminó por abrirla.

Era la caligrafía de su padre.

Quería que volviera con él y con su madre a Carolina del Sur. Y, después de meditarlo un poco, quizá lo haría.

 Y, después de meditarlo un poco, quizá lo haría

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juntos / lamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora