EL PERRO DEL DIABLO

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Una noche oscura, de octubre de 1935, me encontraba en mi casa sola con mi hijita que tenía tan solo tres añitos y sus hermanitos de uno y cuatro años. Mi esposo había ido a Querétaro donde debía arreglar unos asuntos de la empresa en la que trabajaba. Yo me encontraba en mi cuarto y la nena en el suyo. Cuando sonaron las doce campanadas de la

medianoche en la iglesia, oí a Matildita, mi hija, que daba gritos de espanto, unos gritos horripilantes, y decía: -¡Tana, tana, tana! Al tiempo que señalaba la ventana horrorizada. Me despertaron sus gritos y corrí como loca a verla al cuarto donde dormían mis hijos. -¿Tana, tana, tana! Seguía diciendo y ponía sus manitas sobre su cara pálida como la cera. Cuando estuvo más calmada y pudo hablar, me dijo que vio un enorme perro negro, un perro muy horrible la miraba y le enseñaba los colmillos que se veían en su boca llena de espuma.

A los tres días de este sucedido, murió su hermanito, el más chiquito. Raulito estaba enfermo, tenía una infección en el pulmón muy fea. Yo lo había llevado al doctor, y al regresar a casa lo acosté, lo dejé al cuidado de mi madre, y me fui a la farmacia a comprar la medicina prescrita, al regresar el niño había muerto.

Dos años después de la muerte de Raulito, en 1937, volvió a suceder lo mismo. Matildita volvió a ver al espantoso perro negro, a la misma hora y en las mismas condiciones: despertó en la noche espantada vio por la ventana al perro gruñendo, y viéndola con odio...

A los dos días murió mi mamá. Todos nos quedamos con mucho miedo, miedo de que Matildita volviera a ver al enorme perro negro que anunciaba la muerte de alguien de la familia.

Luego supe por un amigo que es antropólogo que el perro es un animal psicopompe en la mitología occidental y en otras más, que sirve de intermediario entre el mundo del más allá y los hombres. Es el guardián de los infiernos, y muchos seres malignos adoptan la apariencia de grandes perros negros para anunciar la muerte o llevarse a las personas.

Estado desconocido. 

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