CAPÍTULO IV. Suposiciones

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ALFRED

—Vuelve a entrar en la sala inmediatamente.

—No.

Tener a Toni y al que alguna vez había sido mi cuñado gritándome no estaba ayudando nada. ¿Que estaba siendo un jodido cobarde? Toda la razón. Pero no iban a convencerme de seguir adelante con esto.

Ellos no habían estado en el infierno conmigo cuando todo había pasado, aunque era cierto que en ese momento de mi vida no había querido a nadie conmigo, ni siquiera a Marta, David o mis padres. Ellos no sabían el tiempo que me había llevado retirar todas y cada una de las cosas de Amaia de nuestro apartamento. La satisfacción que supuso ver aquel maldito piano ardiendo.

—Maldito niñato, egoísta. ¿Sabes lo que va a pasarte como no firmes ese contrato? Tu carrera va a estar acabada —la rabia en la voz de Toni era palpable, a pesar de que no había alzado la voz ni un solo decibelio.

—¿Por qué? ¿Porque la prensa se nos eche encima? ¡Llevan haciendo eso toda nuestra maldita vida y siempre lo hemos afrontado! ¡Yo lo afronté solo cuando ella huyó y salí adelante!

—Creo que es mejor que nos calmemos y que hablemos esto en algún otro sitio y no en medio del pasillo —Javier se interpuso entre mi representante y yo, mirando de uno a otro.

Ellos no querían gritar, no querían que la culpable de todo este embrollo, al otro lado de esa puerta, se enterase de cuál era mi opinión. Me daba igual ¡Que me oyese! Hacía mucho que me importaban una mierda sus sentimientos.

—Alfred, estás un poco nervioso, lo entiendo. Ninguno querríais esta situación —Javi me tomó por los hombros y fijó sus ojos en los míos—. Pero sabes cuánto daño puede hacer el que la prensa se entere de que vuestra ruptura no fue para nada tan amistosa como en su momento se les hizo creer, y mucho más si se enteran del motivo.

—¿Sois idiotas? ¿Cuántas veces se han propagado bulos? ¡Millones!

—No podemos arriesgarnos —Toni salió de su silencio para volver a enfrentarme—. Y esto ya no es una cuestión de que vuestra imagen mediática se destroce, es que Universal no va a permitir que el escándalo les salpique. O aceptáis este trato o ambos os vais a ver en la puñetera calle y sin ninguna puerta a la que llamar. Se acabaría vivir de la música para ambos.

Javier se apartó de mí y me dio la espalda, llevándose las manos a la cabeza en un gesto de desesperación. Busqué apoyo en mi representante, algo que me dijese que todo esto iba en serio. La mirada que Toni me dio lo decía todo.

La tensión que cortaba el ambiente fue interrumpida por el movimiento de la puerta al abrirse por la que salió el que supuse era el nuevo directivo de Universal. Ambos representantes se pusieron rectos al momento, como si les hubieran clavado una varilla. Mis ojos lo estudiaron y rápidamente supe que era un hombre impaciente, inconformista, ambicioso y con ninguna capacidad de empatía. Estaba cortado por el mismo patrón que la mayoría de los grandes tiburones de la industria a los que despreciaba. Supongo que la animosidad fue mutua, pues cuando le extendí la mano con el único objetivo de mostrar un tanto de educación y presentarme, ni siquiera hizo un amago de corresponderme.

—Os podéis ir de aquí sin firmar el contrato con una mano delante y otra detrás —sus ojos azules se clavaron en los míos, helados, amenazantes—. O solucionáis todo lo que tengáis que solucionar y seguimos adelante. No sois el centro del universo y me estáis haciendo perder un tiempo valioso.

Le habría mantenido la mirada cuanto él hubiese querido, sin embargo, la puerta se había quedado abierta y por ella asomo la causa de mi infierno personal. Ella no miró a nadie más que a mí, esta vez mostrando en sus ojos una decisión que pocas veces había visto en ella. Tragué saliva porque sabía lo que estaba a punto de hacer y necesitaba reunir fuerzas para afrontarlo.

—Señor Aramendi, siento todo esto ¿Le importaría que tuviera una conversación con Alfred antes de continuar?

Esta vez, no me había equivocado.

AMAIA

Era la primera vez en tres años que estábamos frente a frente. O al menos la primera en la que él estaba consciente.

Estaba diferente. Obviamente sabía que no me iba a encontrar al Alfred de veintiséis años que dejé atrás, pero lo que menos me esperaba era verlo aparecer convertido en un adulto. La chispa infantil en sus ojos, en su rostro, había desaparecido por completo y había sido sustituida por unas facciones marcadas y angulosas, y una mirada dura, seria. Él no era el mismo, no, y el cambio radical en su físico revelaba también los cambios en su vida, en su rutina. Su cuerpo estaba tonificado, sin llegar al exceso, fibroso y corpulento, como nunca había estado. Su pelo, normalmente en otros tiempos pulcramente peinado, lucía desaliñado ahora, revuelto, como cuando acababa de levantarse. En su momento quizás los cambios en él me hubieran gustado, sin embargo, ahora no estaba tan segura. Él no era familiar, era un desconocido.

—Habla —su orden fue acompañada por un apretamiento de mandíbula y una mirada desafiante mientras se adentraba en la sala y cerraba la puerta tras de sí con un portazo y se apoyaba contra ella, impidiendo el paso a cualquiera de las tres personas que habían quedado fuera.

—Lo primero, trátame con un poco de respeto.

Suspiró de forma audible y se cruzó de brazos agachando la cabeza y cerrando los ojos, como si tratase de obviar mi presencia.

—Y lo segundo, yo también tengo unas ganas increíbles de salir corriendo de aquí y seguir con mi vida, pero no puedo hacerlo, no podemos hacerlo.

—¿A qué le tienes tanto miedo, Amaia? —sus ojos me enfrentaron y mi respiración se cortó. No, la conversación no podía ir por ahí. Esto era yo convenciéndolo de continuar con esta locura y no él poniéndome contra las cuerdas.

—No sé a qué diablos te estás refiriendo.

—¿No? —se irguió adelantando un paso hacia mí. No sabía de dónde había salido el impulso de avanzar hasta él, pero gracias al cielo lo contuve—. Ambos sabemos que el único que saldría mal parado si la prensa descubre la verdad sería yo, así que...

—Eso no es cierto.

—¿No? Dime, ¿qué crees que diría la prensa, tus fans y mis fans si se descubre que estuve dispuesto a retenerte según tú con algo más que con un compromiso?

—Alfred...

—Otra vez el defensor de las causas perdidas, de los derechos de la mujer, el hombre políticamente incorrecto, el moralista, demostrando ser un hipócrita —dio otro paso hacia mí y la ira refulgía en esos pozos oscuros—. ¡Ya casi puedo leer los titulares! ¡Los jodidos comentarios!

—Mi intención no era hablar de esto —no, no podría soportarlo si seguía, la herida aún estaba abierta.

—Él la iba a obligar a tener una vida conservadora ¿Qué mujer no le hubiese dejado? —estaba tan cerca, tan cerca de mí que podía sentir su aliento en mi rostro—. ¡¿Qué mujer de hoy en día, y más una como la gran Amaia de España, abanderada del feminismo, hubiera frenado su carrera en la cúspide para plantearse la posibilidad de tener una familia?!

—Por favor, no sigas...

—¡¿Quién jodidamente no hubiera abortado?!

—¡Basta! —y por fin mi grito lo había detenido, pero tarde, muy tarde.

Me derrumbé frente a él sin poder evitarlo y él lo hizo frente a mí, porque a pesar de que las lágrimas volvían mi vista borrosa pude verlo volver en sí, ver la comprensión en sus ojos oscuros, de todo lo que había soltado por la boca, y el arrepentimiento. Luego lo sentí a mi alrededor, envolviéndome en un férreo abrazo de disculpa. Y, por primera vez en ese día, nos reencontramos. Mi antigua yo y el viejo Alfred. Esos dos niños de veintipocos años que hacía tres, habían estado de la misma forma que ahora: rotos, asustados y solos pero juntos en una habitación cargada de resentimiento.

Una Nueva Versión (ANTIGUA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora