Cenizas

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Contrario a lo que había escuchado en todas las leyendas y palabrerías que rodeaban las Tierras Quemadas, Izuku estaba convencido que el aroma en particular de los dragones no era solamente del fuego, sino también el de la carne. No se movía un dragón sin el particular tufo de cómo huele el músculo asoleado, expuesto al calor sin cocinarse, así como un animal cansado y dispuesto a aceptar la muerte. Se acostumbró pronto a las implicaciones de ese aroma y durante su primera semana, el viento le olió a lo de siempre. Se preguntó si tenía que ver su disposición a obedecer al monarca de esas tierras o si había sido su propia convicción, pero estar tan sumiso le dio muchas ventajas. Eventualmente, tuvo permiso de caminar por los alrededores de lado de Kirishima, la mano derecha del Rey. 

—Te vi en el suelo y dije: "¡wow! ¡ese borrego se ve bueno!" y por eso te recogí. Tienes cuerpo como de estofado de varios días, aunque en realidad sea pura lana.—

Izuku sonrió por debajo de la risotada del muchacho. No le causaba mucha gracia su comentario.—... gracias Eijirou.— Era la cuarta vez que se lo decía, pero no quería quitarle la ilusión. Podía ser uno de sus captores, pero tenía una sonrisa muy hermosa. Algo bueno entre tanta muerte y tierra. —¿Vuelan mucho para tener que regresar hasta acá cuando se van?— preguntó por pura curiosidad y Kirishima se detuvo con los brazos cruzados pegados al cuerpo, con un orgullo que se le salía del pecho.

—Bastante. Estas tierras son más grandes de lo que parecen.—

—¿De verdad?— Los ojos de Izuku brillaron. Imaginarse esa extensión en un mapa... su espíritu cartográfico palpitaba. Kirishima apretó los labios y volteó a su alrededor, como si estuviera pensándolo dos veces antes de hablar. —Sí. Así es que si planeas escapar, ¡olvídalo! No vas a llegar ni a la mitad.—

El borrego no le respondió, pero no  perdió el ritmo. Estaba entretenido. El muchacho era bastante agradable al final de cuentas aunque supiera que no lo tenía en buena estima. 

—Deberías estar agradecido...— Kirishima siguió hablando. —El Rey te ha tratado muy bien para ser quien eres.—

—No me agrada la idea de ser su moneda de cambio...— Contestó el borrego, ligeramente herido por aquellos filosos comentarios.

—Nah, pudo haberte dejado a tu suerte... y no lo hizo.—

—Wow...qué amable.— Kirishima no captó el sarcasmo y se puso ambas manos en la cintura para empezar a estirarse. Tiró el cuerpo hacia atrás para que la espalda se acomodara a sus movimientos. Izuku lo observó con cierta envidia, hubiera querido hacer eso también. En la distancia próxima, el campamento del Rey empezaba a vislumbrarse.

—Escucha. El Rey...no es un hombre malo.— Dijo el escolta, con los ojos sobre el borrego que ya había guardado silencio. —Ya lo comprobarás.—

Cuando dieron el primer paso adentro del campamento, Kirishima se agachó para recoger al animal y llevarlo justo a donde lo habían dejado desde hace días. Le habían habilitado una choza, como una habitación personal, que era bastante espaciosa. Sin amarrarlo, lo dejó en el suelo y se despidió de él, abandonándolo a sus pensamientos. Quizás ese era el problema. Izuku no podía dejar de pensar en su familia, en su casa y en el príncipe...pero si estaba ahí con el Rey Dragón, más le valía poder hacer lo posible para conocerlo y ganarse su favor. Eijiro prometía que no era un hombre malo, pero temía que el Rey probara ser lo que se imaginaba.

x.x.x.x

Las tardes dentro de las Tierras Quemadas siempre prometían una sola cosa: calor. Especialmente en las tardes. Estar incómodo era ya algo a lo que se tuvo que acostumbrar, sin embargo, los primeros días con su capa densa de lana era como si su cuerpo se cocinara por dentro. Dormiría desnudo si pudiera, pero su condición animalística se lo había prohibido. Soñaba todas las noches con su cuerpo humano, pero aún no encontraba nada para sacarlo al plano en donde lo necesitaba.

La Sangre del Rey [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora