Amanecer

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Vendado, atado a un poste con las manos en la espalda y despojado de todas sus pertenencias, el Príncipe Todoroki Shoto no sentía la diferencia entre día y noche. Todo era igual de caluroso y abrumador, como si las nubes no conocieran el cielo del Rey Dragón y el sol desconociera lo que se sentía descansar. Una gota de sudor recorrió su cuello. Pasó saliva. 

Recordó cuando el par de dragones lo llevaron hasta el centro del campamento en donde un hombre de cabello rojo atoró sus palabras en la garganta cuando lo vio. Shouto no le dijo nada. Hacía mucho tiempo que otro Todoroki pisó las aquellas tierras, así que comprendía las razones de esa impresión. En su momento, el chico le había dado la vuelta y le pidió algo al par de dragones en un idioma que no entendía. Shoto buscó un espacio para escapar, algún recoveco en donde pudiera esconderse...pero todo estaba muy expuesto. Si corría ahora, solo lo atraparían después. No era más veloz que un dragón.

Para cuando el hombre pelirrojo volvió, era demasiado tarde para buscar un camino de escape. Le vendó los ojos y con empujones, le indicó que siguiera caminando. Shoto frunció la boca. Pensó que todavía había esperanza pero no era certero. Asumió que el Rey Dragón no se le había presentado porque nadie clamó serlo. 

De todo el tiempo que estuvo sin la venda, solo recordaba la fogata enorme que estaba en medio de todo. Colmó sus memorias como un fuego que no se apaga nunca y así se encontraba ahora. Sin ira, pero con coraje en el pecho.

Trató de relajarse aunque tuviera las manos atadas, los hombros engarrotados y vencidos... lo habían sentado así que tampoco podía descansar la espalda. Le dolía todo y además, estaba con la angustia del silencio porque no era ninguna promesa de soledad. Ahora mismo podría estar rodeado de otros hombres armados o del mismísimo Rey. Lo peor de todo es que no podía pensar bien. El calor era tan abrumador que se le acabó la energía en un par de minutos. Bajó la cabeza y permitió que el sudor saturara la venda.

Se acomodó, movió sus hombros para que los músculos también lo hicieran. Hizo un ruido con la garganta y además del sonido de la tela moviéndose, no había ninguna otra fuente de sonido. Quizás había estado solo todo este tiempo con sus demonios y angustias. Pasó saliva. De lo que había escuchado del Rey Dragón, esta bien podía ser una manera de romperlo.

Entonces, como si hubieran leído su desesperación, escuchó que alguien apartó una tela y entró. Sus pasos se callaron con la tierra y se detuvo justo enfrente de él. Hubo un momento de silencio hasta que Shoto se movió pero dejó de hacerlo cuando unas manos le tocaron la cabeza.

—Tienes visita— Escuchó y le quitaron la venda de los ojos. La luz de una tarde incandescente le golpeó la cara y una persona más entró con él. Con la saturación de sensaciones, estaba seguro que la segunda persona olía diferente y cuando pudo enfocarlo, vio a un hombre con una sonrisa en el rostro. Era rubio y se cargaba con un par de ojos rojos. Le recordaron a los del consejero de su padre. Estaban igual de atormentados.

El hombre rubio giró su cabeza a la segunda persona que estaba con ellos. Dijo algo en el mismo idioma que había escuchado cuando llegó. Era una combinación de susurros y gruñidos, como si tuvieran fuego en la lengua. El otro muchacho asintió e inmediatamente después de eso, se marchó. Shoto lo identificó como el hombre que lo había recibido cuando llegó al campamento la primera vez. Detrás de él, juntó la tela para no permitir la entrada de la luz del sol. No la necesitaba. El otro hombre se agachó hasta donde estaba para verlo cara a cara. Su capa se arrastró entre la tierra y enganchó sus ojos en los de él.

—Eres patético.

Shoto no respondió, pero le escuchó mucho odio entre los dientes.

—¿Cuánto tiempo llevas encerrado? ¿Tres días?

La Sangre del Rey [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora