El Viajero

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Incontables tardes en silencio abrumaron al Rey Endeavor, quien todavía no sentía paz. Con las manos atrás y una cara que albergaba más tristeza que molestia, pensó en su hijo. Sí. Había hecho lo correcto para la protección de su reino, pero como padre, la angustia de haber enviado al único heredero de la corona era suficiente para sacarlo de quicio. Observaba a su reino desde su balcón. Barrió con los ojos la extensión del mundo. Todas esas personas estaban a la expectativa, igual que él. Las noches de preparación y de encierro no le dieron la tranquilidad que sus consejeros le prometieron. Su cabildo se había dedicado a armar un plan de negocio, algo para entregarle al nuevo Rey otras tierras para que no tocara a la corona...sin embargo, Endeavor estaba convencido que no era suficiente. Mantener al nuevo Rey ajeno a lo que pasaba en el reino, dándole otras tierras cuando podía tenerlo todo... no era posible.

Contemplando sus decisiones, el Rey cayó en la conclusión de que haberse precipitado al enviar a su hijo había estado de más. Esta misión diplomática pudo haber sido llevada a cabo por cualquier otra persona...¿Qué intentaba demostrar al mandar a su hijo al campo de batalla, cuando las reglas del juego podían cambiar tan fácil? Pudieron haberlo secuestrado o matado y él estaría ahí: esperando. Cerró los ojos para ver su propio espíritu. Temblaba de nervios. Pensó muchas veces en enviar un grupo de expertos que asistieran a su hijo, pero movilizar cualquier tipo de fuerza militar alertaría al Rey Dragón y al conocer su personalidad impulsiva, él no se quedaría con los brazos cruzados. En resumen, no estaban en posiciones para empezar el conflicto armado, menos cuando su hijo seguía afuera. Todas las decisiones que había tomado hasta ahora lo habían dejado con las manos atadas: No podía hacer nada. 

Exhaló y con la mano derecha acarició su barba. Todavía con los ojos cerrados, imaginó los dedos gentiles de la Reina acariciarle el pecho y la espalda con el cariño que ya estaba por olvidar. Ahora, más que nunca, la necesitaba. Pero su presencia tendría que ser postergada hasta que tuviera más semanas de descanso. Inicialmente y después de haber tomado la decisión de sacar a todas las brujas y magas del castillo y del reino, pensó en lo bien que le haría a su esposa estar acompañada. Pudo haber llegado a una mejor solución, pero era un hombre impulsivo. Su gran error era vanagloriarse de eso.

Eventualmente después de tantos años sin ella, se imaginó que la realidad de las cosas era que su esposa había muerto mientras él estaba jugando a la guerra y que la habían sustituído por otra cosa, que la mujer que seguía en esa esquina del castillo era algún espíritu que nació de la desesperación que la causó su ausencia.

—No.— Endeavor clamó paciencia para sí mismo. —Shigaraki me lo diría.— Se lo dijo. Lo repitió solo para estar seguro, aunque no se lo creyera.

—Señor...—

El Rey levantó su mano. Reconoció la voz de su consejero y se giró hacia donde estaba. No había tocado la puerta del balcón para avisarle de su presencia. No sabía cuánto tiempo estuvo ahí, escuchándolo hablar para sí mismo.

—¿Mi señor disfruta del clima?—

—¿Qué quieres Shigaraki?—

—Mi señor siempre tan receptivo...—

Silencioso, el hombre de las máscaras se acercó para quedarse a su lado. También observó el reino. Era tan extenso que no podía comprenderse su tamaño desde donde estaban, aunque el castillo fuera el punto de donde mejor se podía apreciar.

—Sé que ha estado tenso. La situación ha requerido de toda su energía...— Endeavor no le respondió. Dejaría que el hombrecillo hablara hasta que dijera lo que tenía que decir. Tardaba un par de oraciones para quemar el tiempo y expresar sus verdaderas intenciones. Lo sabía.

La Sangre del Rey [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora