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A pesar de ser mi cumpleaños, tomé un par de clases particulares. Entre ellas literatura y geometría. Ambos profesores, amigos íntimos de David, me dieron un pequeño obsequio. El libro Hamlet de William Shakespeare y un reloj digital. Les agradecí el detalle y Lucy los invitó a quedarse a la reunión por mi cumpleaños. Ninguno aceptó. De cierta manera me siento más cómodo sin tantas personas. Al bajar a la sala principal, luego que Lucy me hablara después de ordenar mis apuntes, me encuentro con la familia de mi padre, algunos trabajadores y con mi tutor legal, David. Todos estaban frente a la mesa principal, sonrientes, frente a un pastel bonito de chocolate. Me acerco lentamente, sin dejar de mirar a David. El pasar de los años parece como si no le afectara, lo veo casi exactamente igual que hace diez, como si lo único que cambiara es la melanina del cabello, incluso si el traje negro que portara no lo hiciera ver mayor. Una vez que me encuentro delante de ellos, a escasos centímetros, me dan una bienvenida amigable. Cantan una cancioncita de feliz cumpleaños y, antes de soplar las velas mientras escucho unas palabras de felicitación, Lucy me susurra en el oído que pida un deseo, con una voz cálida, como si fuera una abuelita amable.

Vuelvo a cambiar la mirada a las personas y, cuando es mi turno para hablar, poso la mirada sobre el abuelo Ricardo y David.

-Agradezco que hagan estas cosas para mí –explico- tantos años de vivir dentro de esta casa... me hacen sentir maravillado, como si pasara una especie de sueño.

David sonríe y se le marca uno de sus hoyuelos. Él es un hombre de 45 años, con cabello corto, piel blanca que se sonroja con las multitudes, con cuerpo atlético a pesar de su trabajo.

-Y sin embargo –continúo-, a pesar de todo, quisiera pedir algo realmente importante para mí.

Como si ya supiera de anticipo mi petición, David se adelanta a todos.

-No. –Dice como ultimátum y el resto se mantiene en silencio durante unos escasos minutos. No obstante David vuelve a tomar la palabra- Astoria es un lugar peligroso, Jimm, entiéndelo.

Suelto un quejido de forma automática.

-¿Y por qué no? –suelto un grito lleno de molestia- es lo mismo todos los años. Te pido salir de esta jaula de oro ¿y qué me dices? Lo mismo de siempre, maldición.

-Es la última vez que te lo digo, Jimm –responde lleno de seriedad David- No.

Me pongo de pie sin decir nada y, antes de salir, Lucy habla.

-David, es tiempo de que lo dejes salir. A todos aquí nos preocupa la salud mental de tu hijo.

Observo la mirada cambiante de David hacia Lucy, como enojado y ansioso, luego la cambia a mí y dice.

-Siéntate. No puedes quedarte sin el pastel que te han hecho. Y los regalos.

Obedezco de mala gana. Soplo las velas en silencio y luego como pastel, con las miradas de todos sobre mí. La pequeña reunión es breve, me dejan algunas cajas y bolsas de regalo. Subo a mi habitación en silencio. Las palabras de los demás, el ánimo, las sonrisas, los buenos deseos como algo insignificante. El abuelo me dijo que pronto me daría un auto para pasear por el vecindario con compañía y sin embargo eso no es suficiente. No quiero un auto, quiero salir de aquí e ir a la ciudad. Y sigo sin entender por qué David me lo prohíbe.

Eran las nueve cuarenta de la noche. Ya estaba a punto de irme a dormir, y escuché que alguien tocaba la puerta. Era David. Acepté a que entrara, es uno de sus hábitos. Venir a darme las buenas noches. Abrió con suavidad, llevaba una pequeña caja entre las manos.

-¿Ya revisaste los regalos que te dieron? –me pregunta animado.

-No.

David se acerca hacia mi cama mientras me acuesto, tapándome con las sábanas.

-Jimm, yo sé que es difícil que no te sientas feliz con la respuesta que te di.

Asiento con la cabeza, indiferente.

-Pero hay motivos para evitarte salir de aquí.

-¿Qué motivos? –Pregunto molesto, sentándome frente a él- ¿Vas a volver a decirme lo mismo que los últimos dos años, eh? ¿Que la vida de un humano es peligrosa afuera? ¿Que me amas y por eso no me dejas salir?

David me mira en silencio y se sienta a un lado mío, observando la caja. La abre con suavidad y saca un par de fotografías. Me comparte una. Hay una mujer con él. Ambos se ven casi de mi edad, con uniformes de lo que parece un instituto privado, ella con una falda negra larga y un suéter rosa de cuello de tortuga. Él con un traje negro y un escudo sobre su saco. Ambos sonríen.

-¿Por qué me muestras esto? –Pregunto confundido.

-Ella es tu madre.

Siento como si algo me hubiera golpeado en el pecho y me pongo de pie de forma inmediata.

-¿Me muestras esto ahora? –suelto de manera enfadada- ¿Me muestras a mi madre ahora?

David, paciente, me hace sentarme de nuevo. Ahora me entrega la segunda fotografía y puedo ver a la mujer con mayor detalle. Sigue usando la misma ropa. Lo primero que miro son sus ojos grandes, de expresión alegre, grises como los míos. Su piel parece ser tan tersa que el hoyuelo que se asoma de sus sonrisa pareciera que la afecta de manera imperfecta. De su cuello largo, cubierto por el suéter, cuelga un collar de perlas, que contrasta con el cabello suelto, negro, lacio y abundante. Pareciera ser menor de edad pero David me explica que, en ese entonces, ambos tenían diecinueve años.

-Ambos planificamos un futuro juntos, como mejores amigos –menciona con una sonrisa melancólica- y aunque a mí me encantara nunca la obligué a estar conmigo. No como ella no quisiera. Me importaba verla feliz, aún si por dentro no me sentía del todo conforme.

Asentí con la cabeza. Volteé la fotografía. La fecha dictaba 27 de Abril 1994.

-¿Por qué nunca me enseñaste su rostro? –pregunté entre triste, enfadado y decepcionado.

-Porque no era tiempo para que lo conocieras.

-¿Y por qué ahora sí?

David metió la mano a la caja y de ella sacó lo que parecía un diario. Su cubierta era de tela rosa, de tercio pelo. Estaba evidentemente desgastado. Lo abrió y sus páginas estaban escritas por una caligrafía bonita, de tinta negra.

-Ella escribió este diario. Tenía la costumbre de contar todos sus sueños y metas. Uno de ellos era tener una familia a quién amar y proteger.

-Sí...

-Cuando ella murió tuve prácticamente que ir a pelear por tu custodia. Porque su deseo, aún si ella no estuviera aquí, conmigo, iba a hacerse realidad.

Sentí cómo una lágrima recorría mi mejilla.

-Lamento mucho si te presiono con estas cosas, David. –Solté intentando controlarme.

-No. Tienes razón. No puedo seguirte sobreprotegiendo aquí. Porque finalmente eso no era lo que quería tu madre. Protegerte sí, encerrarte en una jaula sin ver las cosas que la maravillaban a diario no.

Abracé de forma impulsiva a David y me correspondió. Ambos quedamos así durante unos segundos hasta que él mencionó.

-Tu madre era especialmente sensible al mundo. Y esa sensibilidad vive en ti. Lo noto con la manera en la que miras desde la ventana al horizonte.

Me separé de él.

-¿Y qué hay de mi padre?

David se puso de pie, guardando las fotografías y el diario. Salió en silencio, sin explicarme nada.

A pesar de tener la llave de salida de aquí, continúa en mí una sensación de insatisfacción. 

BlakeWhere stories live. Discover now