Eren Jaeger nunca pensó que tendría que pasar sus preciadas vacaciones en un aburrido campamento de verano, el cual se torna peor con la presencia del misterioso e insufrible Rivaille, hijo del acaudalado propietario Smith, quien parece odiarlo sin...
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Ƹ̴Ӂ̴Ʒ
Christian está llorando en el baño.
Y yo tan sólo quiero fumarme un cigarrillo.
Llegamos tan lejos y estamos tan acabados
Está escrito por toda nuestra cara.
Somos la última llamada y somos tan patéticos
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Murder City – Green Day
εїз
εїз
Aixa ya había preparado el almuerzo para cuando cayó el medio día. Llevaba más de cinco minutos lavando y secando la misma olla, y apenas podía notarlo. Aquella mañana se había levantado mucho más tarde de lo normal, incapaz de realizar sus tareas diarias con normalidad.
Su comportamiento no fue desapercibido por Irving, quien optó por no preguntarle nada hasta que la sintiera más relajada, aunque era evidente que le desconcertaba.
No había soltado el trapo para secar los trastes en un buen rato, y sólo salió de su trance cuando el hijo del comandante hizo su aparición en la cocina.
Lo vio fijamente, parpadeando, como si creyera que aún se encontraba en la cama soñando. Él la miró impasible, la saludó y caminó hacia la gran habitación pulcramente fregada. Dejó su canasta con fruta en la mesa y se volvió para marcharse, pero sus pasos se vieron interrumpidos por una voz vacilante.
—Rivaille. —Lo llamó casi sin pensar.
Aixa tenía viviendo en la Hacienda de Irving lo mismo que él, habían llegado el mismo día, por lo tanto el chico le había insistido desde que era niño que no quería que le hablaran con tanta formalidad. Si bien Rivaille no era un chico demasiado afectuoso, Aixa era y por mucho su persona favorita trabajando para Irving. Era una mujer bella, de ojos café claro y pelo rubio. Lo que más le gustaba de ella no era su amabilidad, sino que tenía sentido del humor y no parecía tomarse demasiado a pecho las maldiciones que soltaba de vez en cuando contra Irving, al contrario, a veces a elle se le ocurrían mejores. Era agradable poder hablar con alguien lejos del resto de aduladores de Irving. Se llevaba bien con él, pero siempre parecía estar dispuesta a estar de lado del pequeño Smith, y no lo trataba como tal, lo hacía sentir de cierta manera más como un hijo suyo.
El pelinegro se giró sin perder su rostro inexpresivo.
—¿Sucede algo, Aixa?
Aixa pareció encogerse bajo su escrutinio. Era extraño que se sintiera avasallada por su mirada, normalmente era capaz de sonreír cuando charlaba con el muchacho, pero por alguna razón, no se sentía bien. Era como si aquella mañana la hubieran despertado con terribles noticias y ahora intentaba fingir tranquilidad. Pero se ordenó respirar profundamente, tragándose esa inhabitual sensación de inseguridad que la estaba atosigando desde la mañana. Hizo un acoplo de fuerza interna y anunció: