El Infierno bajo mis pies (PARTE I)

134 11 14
                                    

Fríos y pegajosos lametazos en mi mejilla, me despiertan. Abro los ojos, y el causante de tan cariñoso ataque se trepa a mi cama de un salto.

-¡Hola, precioso!- lo saludo, alborotando el pelaje ensortijado y grueso de su pequeña cabecita.

¡Es una monada de perro!
Desde que llegué a casa, hace dos días, mi Dumbo, no ha parado de lambisconearme cada vez que tiene oportunidad. Supongo que, es su modo de decirme lo mucho que me ha echado de menos y, como yo también lo he echado en falta horrores, apapacho su peludo cuerpecito y dejo que su lengua le dé unas cuantas repasadas más a mi rostro.
Cuando se cansa de tanto abrazo, comienza a ladrar y lo suelto al entender el significado de tanto alboroto. Sonrío. Al parecer, no soy la única a la que le urge hacer sus necesidades fisiológicas, por lo que, obligo a mi cuerpo saturado de modorra a levantarse de mi cómoda cama vestida de princesas y le abro la puerta de mi cuarto, a través de la cual sale disparado como un cohete el travieso animal.

-Menos mal ya te levantaste, báñate y arréglate rápido para que comas algo antes de irnos, ya es tarde, tu tía Roberta me llamo y ya viene en camino a buscarnos - me suelta doña Lilian, apenas ve que asomo la cara por esta.

-Sí, enseguida estoy lista, ¡ah! y buenos días para ti también - le regreso, con mi acostumbrado tonito de «no empieces» tan temprano mamá.

La amo, juro que adoro a mi madre más de lo que ella misma imagina, pero esa vena de generala que se gasta a veces me saca mis casillas, se parece a...
¡Alto! ¡Alto! ¡Alto!
Cierro la puerta, y antes de que en mi cabeza tome forma el nombre del «señor tenebroso», como a burla lo llama el súper fanático de Harry Potter de Archi, salgo escopetada hacia el baño.
Diez minutos más tarde, con los pensamientos y el cuerpo más frescos, me coloco unos Jean verde agua, una franelilla de algodón blanca y mis inseparables converse. No es la pinta de la temporada, pero sí la más apropiada para andar bajo este sol Calaboceño tuesta café.
Cuando estoy lista, luego de airear mi cabello un poco con el secador, salgo al encuentro de la mandamás de la casa, que no es otra que mi madre, a quien encuentro en su cuarto hecha un lio preparando su maleta.

-¡Hija, por Dios! no te quedes allí parada sin hacer nada, ¡ayúdame! Ve al baño y tráeme el cepillo de dientes, mi desodorante y el shampoo- me pide, y como robot, obedezco para no estrazarla más de lo que está.

-Aquí está todo lo que me pediste, ¿Dónde te lo pongo, mamá? - le pregunto, con su mandado aún entre mis manos.

-Deja todo encima de la cama que yo lo acomodo ahorita, tú ve a desayunar que ya tu tía debe estar por llegar - ordena de nuevo la generala.

Resoplo.
No me quedan dudas, mi madre se equivocó de profesión, en vez de maestra de escuela debió ser militar. Lo de mandar se le da de lo más bien. En fin, para no perder la costumbre la obedezco sin rechistar, coloco todo lo que me ha pedido traerle junto a su maleta y salgo de la zona de caos en busca de mi desayuno.
No tengo una pizca de hambre, en realidad, hace mucho no sé lo que es eso. Comer para mí se ha vuelto un suplicio desde que ¡Para ya con eso! me ordeno de inmediato, y del mismo modo, trato de contener la amenaza de llanto en mis ojos, para cuando lo consigo, ya he sacado del microondas mi sándwich de jamón de pavo y mis huevos hervidos y servido un poco de jugo de lechosa.
Segundos después, salgo al patio trasero con mis suministros en mano por un poco de aire, pero el resplandor afuera es horrible, y cuando digo horrible es, ¡Horrible! por lo que opto por regresar y sentarme en el porche en una de las sillas de extensiones, en la que me tiendo como foca y comienzo a masticar un desabrido pedazo de pan relleno de jamón, mientras mi mente comienza a desempolvar, sin permiso alguno, el que quizá ha sido el episodio más tormentoso que he vivido durante los últimos cuatro meses...

***

Mis pies no paran de taconear, nerviosos, la pulcra baldosa del laboratorio clínico.
¿Cuándo va a llegar?
La secretaria, me ha informado que, la bionalista, llegará como mínimo en 20 minutos. Decir que estoy impaciente es quedarse corto, ya no me dejo uña en ningún dedo de las manos, y si pudiera quitarme la de los pies también me las arrancaría.
Quince días, quince largos y miserables días he pasado sintiéndome peor que una media sucia ( dolor de cabeza, mareos, insomnio y vómito) y para colmo, el responsable principal de todo este pánico que amenaza con estrangularme parece haber desaparecido de la faz de la tierra.
¡Dios, embarazada no, por favor!
De solo pensar que mi sospecha pueda volverse realidad se me paraliza el corazón. Sé que no debería ni siquiera tenerla, pues... ¡Hello, uso anticonceptivo! que, según el criterio experto de mi ginecóloga, es una de las inyecciones más eficaces del mercado, pero, como últimamente mi mala suerte es tanta no me extrañaría que tal eficacia se haya ido a la mierda, además, por los síntomas no veo qué otra cosa pueda ser.
De pronto, la que presumo es la doctora, atraviesa la puerta haciendo su entrada triunfal, y mientras la observo acercarse por el largo pasillo palidezco, mi respiración se apaga y comienzo a sudar.
Llego la hora de la verdad.
Diez minutos después, ya estoy dentro del inmaculado consultorio siendo preparada para mi toma de sangre por una señora de cabellos canosos, pequeña y regordeta, a la que le calculo a groso modo unos cuarenta y tantos.
Me entra el telele de nuevo.
Odio las agujas.
Odio ver sangre, y más cuando es la mía.
¡No voy a poder! ¡No voy a poder!
¿Dónde estás, Luif dónde estás?
¡Duele horrores!
La laboratorista es una verdadera salvaje, entierra la aguja en mi carne como si quisiera atravesarme el brazo, y encima de eso, ha tenido que pincharme tres veces más antes de encontrarme la vena. Una vez termina, suelto la respiración contenida, y la matasano etiqueta el tubo de ensayo con mi muestra sanguínea al tiempo que me explica.

-¡Listo! puedes venir a buscar los resultados dentro de dos horas o puedes pasar en la tarde, el laboratorio abre a partir de las 02:00 p.m.

-¡Gracias! paso dentro de un rato - le agradezco e informo.

Luego de cancelar mi test de embarazo, salgo de allí sintiéndome peor que un condenado a muerte, apenas si respiro, y ni el sol calcinante bajo el cual camino logra entibiar un poco mi sudoroso, tembloroso y frío cuerpo. No llevo rumbo fijo, solo doy un paso tras otro sin prestarle atención a nada de lo que me rodea, ni siquiera, lo que tengo en frente, salvo mis pies que parecen tener vida propia y conducirme quién sabe a dónde. Hasta que de pronto, un cornetazo, me hace saltar como resorte y abandonar mi ensimismamiento ipso facto.
¡Maldición!
Cuando retorno a la realidad, termino de atravesar a prisa la calle en la que casi soy atropellada por una Ford Runer gris y sigo caminando hacia el interior de la Plaza Bolívar, donde me siento en una banqueta junto a una de sus fuentes a la sombra de los enormes árboles y la estatua de San Juanote.
Estando allí, la brisa fresca y el pacífico ambiente consiguen sosegarme un poco, pero aun así, el mundo sigue pareciéndome inmenso cada vez que acaricio mi vientre y pienso que dentro de este pueda estar formándose otra vida.
¡Un hijo! ...

IRREMEDIABLEMENTE ENAMORADOS (Devuélveme Tu Amor) Where stories live. Discover now