Todas las noches de los últimos 7 años, Paige Howling seduce a la audiencia con su voz y la melodía de las canciones que dedica a su fiel público. Trabajando en una radio en Benson, Arizona, ganaba lo suficiente como para mantener a su pequeña hija...
─Paige...creo que te amo ─le dije con desesperación y atropello, con la proximidad de quien quiere robar un beso y no le dejan.
─Estás...loco. No puedes...
─¿Por qué no podría amarte?
─Porque no estoy a tu altura.
─¿A mi altura? ─bufé, molesto.
Enfundada en una extraña mezcla de ira y vergüenza, se detuvo frente al amplio ventanal del cuarto. Apenas lloviznaba, diluyendo el verdadero color de las nubes oscuras de fondo.
─Esta aventura ha sido un sueño, Vandor ─exhaló con congoja y voz titubeante ─, pero ha llegado a su fin. Ya no quiero seguir lastimándome más ─la abracé por detrás aun contra su voluntad.
Lo mejor era aferrarme a sus palabras y decirle que estaba en lo cierto, que lo que había sucedido entre nosotros era producto de nuestras necesidades carnales...pero esas crueles palabras no salieron de mi garganta.
Mi corazón me traicionaba, clavándome el puñal de la sensiblería en mitad de mi pecho.
¿Por qué no podía hacerle lo que Marlene estaba acostumbrado a recibir?¿Por qué no podía comportarme como lo hacía con mi asistente?
─Fueron Bancroft y Maphotter, ¿verdad? Son unos cuervos malnacidos ─exhalé en su oído. Ella se movió sin dar respuestas ─. No les hagas caso sea lo que sea que te hayan dicho ─meciéndonos suavemente, comencé a besar su cuello, generándole un cosquilleo al que no se pudo resistir.
Le quité una sonrisa y para mi noche, salió la luna. Volteándola para dejarla frente a mí acuné su rostro triste, surcado por dos espesos trazos de maquillaje acuoso; pasé mis pulgares eliminando rastros de su llanto.
─Debemos descansar, mañana saldremos temprano en busca de July ─besé sus pómulos redondeados y recientemente húmedos para dejar mi estampa. Ella asintió con un ligero movimiento de cabeza ─. ¿Quieres dormir sola o conmigo? ─propuse, deseando fervientemente que optara por lo segundo.
─Lo mejor sería dormir sola...pero no es lo que quiero ahora mismo...─sonrió con esa timidez tan particular que la hacía única.
─Me alegra tu elección ─besé su frente y la tomé de la mano, llevándola hacia mi alcoba.
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Vestida de negro, con sus pantis con puntilla y sostén semitransparente en los sitios indicados, era la personificación de una viuda negra. Estaba dispuesta a atraparme y yo, a dejarme hacerlo.
Rodeó mi oreja con su lengua y para entonces, su vestido negro descansaba en el piso, teniendo al descubierto su sostén de encaje negro azabache.
Sus pechos generosos eran excitantes; sobre el colchón avanzó sobre mí como una pantera en celo y mi erección punzó la tela de mi bóxer, enarbolando parte de las sábanas.
