-2-

1.3K 159 19
                                    

Desde aquella madrugada de boliche nada sería igual

Desde entonces, habían pasado 416 días exactos y cada minuto de mi puta existencia, eran cada vez peores.

Hoy, tampoco era la excepción.

De un juez dependía mi futuro; mi vida, mis planes y anhelos estaban supeditados a su dictamen.

Papá y mamá estaban a mi lado, los únicos incondicionales e indirectamente afectados por mi estupidez. Su hija, la niña ejemplar y perfecta, había sido criminalmente acusada por la opinión pública, por todas sus amistades y conocidos.

La sala se llenaba conforme pasaron los minutos; gente del público, familiares de la víctima y la prensa que tanto había llenado sus noticieros con mi imagen, defenestrando mi nombre.

Diarios, revistas de actualidad, programas de crítica en TV...todos me desollaban hasta dejarme sin carne pegada en los huesos.

Todo, absolutamente todo giraba en torno a la chica muerta, a la que ya no podía defenderse ni confesar si realmente había escogido ese destino. Un destino que me tenía como víctima y verduga.

─Falta menos hija. Respirá hondo ─mamá besó mi mano. Papá, sin embargo, se mantenía con la tensión incrustada en la mandíbula. Yo lo había decepcionado como hija y persona. Pero para mi madre yo siempre sería inocente, aunque no estuviera en lo cierto.

Ante su tono dulce sólo sonreí y retribuí con un beso en su mano caliente.

Luciendo pálida, con una sombra verdosa bajo mis ojos producto de varias noches de insomnio, el cabello opaco y despuntado, sin forma y más flaca de lo habitual, allí me encontraba, siendo escrutada por todo el mundo.

Mis manos sudaban; ya era septiembre, pero el invierno parecía no haberse ido. ¿O me había convertido en una mujer atérmica? Refregué mis manos sobre mis vaqueros ásperos y sin el azul intenso que cuando los compré.

Pasando gran parte de mis días como un espectro sólo asistía a la oficina de mi padre, en pleno Recoleta para trabajar como asistente. Con un título como abogada especialista en derecho penal pero sin matrícula profesional, por las tardes regresaba religiosamente a mi departamento sobre avenida Santa Fe, a pocos metros de uno de los shoppings más exclusivos de la ciudad de Buenos Aires.

Como un estropajo arrastraba mis pies al entrar, arrojaba las llaves sin tener destino fijo y me tiraba en el primer sillón sin ropa apilada que encontraba.

Los platos solían acumularse en la pileta de la cocina; cuando el olor llamaba mi atención y las mosquitas giraban en torno al vaso con gaseosa pegoteada en él, juntaba fuerza de voluntad y me disponía a lavar.

La comida a domicilio era mi sustento por las noches siendo mi único recurso para no morir de inanición; durmiendo por horas gracias a los tranquilizantes ordenados por Germán, mi psiquiatra, la cena quedaba fuera de plano.

Negándome sistemáticamente a recibir la ayuda de una mujer que viniera a realizar los quehaceres domésticos en mi casa, pretendía que mamá entendiera que, a pesar de todo, yo era una mujer de 27 años.

Los fines de semana, cuando no iba a la oficina a acomodar el archivo o hacer tareas menores, buscaba en qué ocupar mi tiempo fuera de una cama con sábanas revueltas: patinaba hasta la reserva ecológica o daba vueltas en Plaza Las Heras hasta quedar con la lengua afuera y sin capacidad de reacción.

Mezclándome entre la gente, con la capucha puesta y los auriculares en un volumen capaz de dejar sordo a cualquiera, fingía que era una más del montón, una muchacha como cualquier otra, sin problemas y mucho menos, con una sentencia judicial sobre sus espaldas.

Como el Ave Fénix - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora