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Antes de entrar a la oficina, me perdí entre las numerosas mesas de saldos y estanterías colmadas de libros que varias tiendas sobre la avenida Corrientes albergaban. Títulos viejos, tapas escritas o poco saludables y hojas amarillentas, se adueñaron de toda mi mañana de jueves.

Yendo específicamente a la etiqueta de "literatura inglesa" comencé la búsqueda de clásicos que nos permitieran establecer un punto intermedio entre Fénix y yo.

Agradeciendo que estos sitios nunca estaban atiborrados de gente pude tomarme todo el tiempo del mundo para elegir entre varias opciones.

Un muchacho agradable se acercó a ofrecerme su ayuda pero lo espanté con un "no, gracias" acompañado de una sonrisa. Debía rever mi actitud con la gente, me prometí en silencio, proponiéndome ser más agradable al momento de ir a la caja a abonar lo que llevara.

Retomando mi tarea de buscar nuevos horizontes literarios, deseché a Shakespeare con su conocido "Hamlet" y "El mercader de Venecia" por considerar que ya formaban parte de la biblioteca imaginaria de ese misterioso hombre que poco y nada recordaba de su vida.

Sin embargo me vi obligada a escoger varios ejemplares de Agatha Christie solo para que Fénix decidiera cuál de sus obras leer. Sonriendo ladinamente por las irónicas similitudes con la vida de ese misterioso paciente – ella se esfumaría por varios días y al aparecer, lo había hecho bajo un cuadro de amnesia tal como el moreno de la cama del Argerich – escogí " Se anuncia un asesinato", "Inocencia trágica" y "Parker Pyne investiga", esta última con la ilusión de descubrir de qué modo el Sr. Pyne solucionaba toda clase de problemas.

Pagando un precio irrisorio por cada una de estas novelas las guardé en mi bolso y comencé mi jornada laboral más pendiente del fin del día que del principio.

Para cuando llegué a la oficina rozando el mediodía, las miradas malintencionadas recordándome que era hija de mi padre y que parecía gozar aún de la inmunidad horaria, no se hicieron esperar.

Sin responder a los comentarios a mis espaldas, tomé asiento y saludé a Estefanía, quien confirmó que las cosas con mis compañeros de trabajo nunca mejorarían.

─Extrañamente tu papá preguntó por vos durante toda la mañana, como si alguien le recordara a cada segundo que no estabas.

Revoleé los ojos, intentando ignorar al chusma, pero...¿a quién le interesaba meterse en mi vida? Encendí la PC y opté por reportarme en su despacho antes que alguien lo hiciera por mí.

─¡Al fin te dignaste a venir! ─bufó, visiblemente molesto.

─Hola...─saludé con ironía ante su desprecio ─. Tuve algunos trámites que hacer.

─¿Y por qué no le avisaste a alguien?

─Porque a nadie le importa lo que yo hago o dejo de hacer ─me encogí de hombros, manteniéndome de pie tras una de las dos sillas que se encontraban frente a la suya, desde la cual me hablaba con total superioridad y autoritarismo.

─Yo soy tu jefe acá y como tal, me concierne lo que hagan todos mis empleados ─sentenció, con sus ojos oscuros acusatorios.

Papá era intimidante. Siempre lo había sido pero después del accidente su relación conmigo se transformaría por completo.

─Tenés razón ─miré hacia el piso, aceptando su observación ─. No va a volver a pasar.

─Por supuesto que no porque si sucede, no me quedará otra más que despedirte ─recio, convencido de sus palabras, me dejó sin ninguna en mi haber.

Boquiabierta, como pez fuera del agua, supuse haberme quedado algo más que pálida.

─Te prometo que no va a pasar...

Como el Ave Fénix - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora