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─Ceci...¡el flaco me habló! ─le susurré una vez fuera, en el pasillo, para cuando nos fuimos de la sala.

─¿Cómo que te habló?¿El flaco...el Morocho? ─en su cabeza pareció activarse un letrero luminoso que decía "estás re loca".

─Sí, me recitó una frase de Cortázar ─Ceci contuvo una risa ─. Por favor, creéme.

─Caro, creo que necesitás dormir bien. Es esperable que abra los ojos, pero ¿hablarte?¿De golpe?

─¿Por qué nunca nadie me cree? ─estuve al borde de la desesperación, mi rostro desencajado lo demostraba. Cecilia me tomó por los codos y me apartó del corredor.

─Caro, no es que no te crea. Sólo que es un poco extraño lo que decís. De todos modos mañana voy a hablar con alguien del servicio de neurología para ver si esta clase de manifestaciones espontáneas pueden darse en cualquier momento y si pueden darnos ejercicios o pautas para favorecer estas conductas.

─Eso...estaría bueno...─tragué duro, conteniendo mi angustia, emoción y un próximo llanto.

─Tranquila. Entiendo tu ansiedad, pero he visto miles de casos como este. Es cuestión de tiempo Carolina. Nada garantiza que mañana ya te hable, coma y se acuerde cómo cayó acá dentro ─la enfermera besó mis manos, dándome calor y contención. Y por qué no, un golpe de intransigente realidad también.

Inquieta, toda la noche googleé al respecto. No podía quedar a merced de una explicación médica que llegaría un par de días después.

¿A qué llegaría mi investigación? A opiniones encontradas, estudios científicos varios y certezas divididas. En síntesis, ni las cinco tazas de café, ni la irritación de mis ojos y el terrible sueño, habían sido suficientes motivos como para llegar a la conclusión deseada: que era posible que alguien despierte de la nada y sea capaz de recitar a Cortázar.

Para cuando quise despertarme, me encontré despatarrada en el sillón, vestida tal como había vuelto del hospital por la noche y con un humor de perros. Al mirar la hora, el reloj me devolvió las 12 del mediodía y lo primero que hice fue levantarme cual resorte.

¡Mierda! Tendría que haber estado en el trabajo hacía tres horas atrás.

Era de esperar que al aparecer casi a la una, todos me miraran con disgusto. Con gafas oscuras y un vaso de café cargado en una mano, aparecí de cabello empapado y vestuario limpio.

Las miradas desdeñosas no se hicieron esperar y mucho menos el "rum rum" tras cada monitor de las computadoras de la oficina.

─Mmm te ves para el carajo ─Teffy fue directa. Mi empatía con ella creció exponencialmente; yo hubiera dicho lo mismo.

─Y eso que no me viste cuando me desperté ─tomé asiento en mi sitio y comencé a teclear mi contraseña. Era hora de cambiarla: la fecha de aniversario con Manuel no era de las más seguras, ni las más simpáticas.

─¿Te pasaste con los antidepresivos? ─mi compañera de cubículo susurró por lo bajo ─. Todos apostaban a que te habías empastillado.

─Todos deben apostar a cuánto resistiré sin pegarme un tiro ─fui mordaz. Mi mal genio me pasaba factura y mi acidez, también ─. Perdonáme, pero no es de mis mejores días.

Estefanía levantó los hombros y regresó su vista hacia la pantalla estridente llena de letras y edictos judiciales.

─¿Me prometés que si te cuento algo no sale de acá? ─murmuré arrastrando mi silla hacia la de ella.

Como el Ave Fénix - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora