1. No tan nueva

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No podían culparla: todos los días se levantaba decidida a cambiar de idea.

La nueva escuela no es tan horrible —Repetía para sí en el espejo mientras intentaba aplicarse rimmel de la manera menos perceptible posible. Por supuesto este era un hábito de su vieja escuela, ya que por los nuevos directivos, bien podría aparecer con los labios color alquitrán y nadie se mosquearía. 

Había pasado los últimos tres años siendo lo más obediente posible a la regla de prolijidad absoluta, para ahora tener que verse rodeada de niñas a las que les parecía buena idea combinar el uniforme con pañuelos o collares, y aquello jugaba tantísimo con sus nervios...

—Tampoco es el fin del mundo. Solo sucede que eres una estirada aburrida —Había comentado su hermana mayor, demasiado cómoda en su cama, luego de escucharla rabiar por media hora. Era el primer fin de semana que había ido a visitarla y ya quería que se fuera—. Lo más interesante sobre tu personalidad es que te empeñas en ir maquillada aunque vaya contra las reglas. Aparte de eso, pareces sacada directamente del reglamento de convivencia, y a nadie le parece divertido —Su hermana había sido medallista olímpica en ocultar su barniz de uñas rojo durante todo el último año sin recibir una sola sanción. Lola no sabía si la odiaba más por lo que estaba diciendo o porque mientras hablaba, espolvoreaba migas de turrón sobre su acolchado floreado.

Ella creía fervientemente en que las reglas existían por algo. Y si no afectaban a nadie, no había por qué romperlas. No entraba en su cabeza la necesidad de ir contra la corriente sin una buena razón. Además, la simple obediencia siempre le había premiado con aprobación por parte de la mayoría de autoridades, y esto solía venir acompañado de favores y permisos a los que solo ella tenía acceso: un empujoncito a su promedio final gracias a la famosa "nota de concepto", el perdón a sus inusuales tardanzas y la confianza que le otorgaba llaves todo el tiempo.

La resolución de la mañana le duraba muy poco, pero ese día estaba cumpliendo un tiempo récord en duración: el reloj del salón casi llegaba a las 10 de la mañana sin que Lola hubiese declarado que ese día también sería otro en que odiase la escuela tanto como para reventarse los sesos contra la pared si alguien volvía a comentar sobre su acento.

—Oh, no —Murmuró para sí en el salón vacío. La campana del receso había sonado hacía cuatro minutos y Lola disfrutaba su soledad, hablando con Jano por teléfono. Pasado el primer mes de clases, había decidido que salir a pararse con las presumidas de la otra clase a escuchar cómo parloteaban sin prestarle atención era una pérdida de tiempo, y ni siquiera podía entretenerse con el móvil ya que se veía expuesta a la mirada de los profesores.

"Demonios. Tengo que irme" escribió a toda velocidad en el chat de Jano.

Le sonrió con labios sellados a la parejita que entraba de la mano. Ya sabía de qué iba la cosa, puesto que había sucedido unas tres veces en lo que iba de la semana. Ellos entraban a besarse ruidosamente, cobijados de la mirada de la rectora, y Lola debía desaparecer si no quería morir asqueada por el ensordecedor sonido de chapoteo. Eran los únicos capaces de sacarla de la habitación disparada como una flecha. Abandonó todas sus pertenencias y con el móvil rebotando en el bolsillo secreto de su falda escolar, se precipitó a la salida.

Una vez fuera, la atacó la urgencia de no tener mucha idea de dónde estaban las cosas en el edificio. Se limitaba a hacer el mismo camino todos los días, de la entrada al patio central y del patio a su salón. No tenía ni la menor idea de cómo eran los patios anexos, ni de cómo llegar sola a la biblioteca o a la sala de profesores. Sabía que la única que podía considerar como "amiga" a esas alturas, Andy, estaba en el salón de la otra clase. Pero no tenía la más pálida idea de dónde quedaba eso tampoco.

Lola Besando SaposDonde viven las historias. Descúbrelo ahora