Lola Besando Sapos

3: Acorralada

  Debajo de las mantas, con el celular en mano para chequear el reloj, se quedó muy quieta mientras pasaban los minutos. Sus padres se habían dormido.

Paloma tenía el sueño pesadísimo. Sus padres bromeaban siempre con que podría explotar una bomba dentro de su habitación sin que ella se enterase. Ninguna alarma común podía despertarla: debía sonar como una sirena de incendios para ser mínimamente capaz de poder competir contra sus párpados sellados.

Se había acostumbrado a descargar alarmas que le exigiesen cosas y debía cambiarlas una vez que les encontrase el truco. Tenía una que le daba puzzles, otra que la obligaba a resolver una sopa de letras, otra con un memotest y la última que tenía le obligaba a salir a tomar fotos por toda la casa: debía salir corriendo a encontrar un código de barras o uno QR para que el maldito aparato se callara. Aún así, debía poner unas cinco como mínimo, por lo que las suyas empezaban a timbrar muy temprano.

Faltaban cinco minutos para que estuviese segura de que sus padres se levantarían corriendo y le dejarían el día libre. Lola llegaba muy temprano a clases porque sus padres debían estar en el trabajo a la misma hora que ella, así que la primera parada era el instituto, unos veinte minutos antes de lo indicado. Cuando no podían llegar a ambos lugares (que raramente ocurría, ya que su padre tenía una alarma integrada a su cuerpo) la dejaban quedarse a dormir.

—¡Loli, vamos! Papá se durmió —Exclamó su madre tras abrir su puerta de un tirón, mientras se peinaba los rizos con una mano y con la otra se cepillaba los dientes—. ¡Paloma!

Ardía en deseos de quedarse. Cada mañana en ese instituto se sentía como si se le muriesen un par de neuronas y su paciencia se derretía a sus pies.

—Me duele la cabeza —Mintió sin sacar la cabeza de las mantas. Oyó cómo su mamá entraba a la habitación y se dirigía a su baño para terminar de cepillarse.

—Eso es porque vives pegada a ese teléfono —La mujer odiaba el aparato y lo culpaba de todo, siempre—. Anda, arriba, vas a hacer que papá llegue tarde.

Lola sabía que su mamá no le creía ni por un segundo. Tenía la bendición (o maleficio) de que su madre fuera psicóloga, y a ella no se le escapaban los detalles en sus cambios de ánimo. A veces sentía que podía leerle la mente, aunque la mujer siempre decía que Lola llevaba los pensamientos escritos en todo el rostro. De todos modos, un poco bruja sí era.

—Déjenme quedarme. Hoy no tengo nada importante... de verdad. Le pediré las cosas a Andy.

—Lola, ya no tienes a Bárbara aquí. Te la pasas diciendo que todos son unos despistados y que Andy hace las cosas por la mitad. Vas a arrepentirte luego.

Aquello le dolió. Bárbara era su mejor amiga, y se habían sentado juntas desde siempre en el instituto para señoritas. A Lola le gustaba decir que era su binomio. Bárbara sabía todo de ella, hacían todo juntas, habían pasado por todas las etapas juntas... y ahora la extrañaba como si le faltara un brazo.

—Tampoco es la gran cosa, mamá. No moriré por faltar un solo día.

—Debes guardar las ausencias para cuando enfermes, Loli —Salió del baño con el cabello perfectamente recogido hacia atrás. Desde que su madre trabajaba para la misma fuerza de seguridad que su padre, la encontraba tan extraña... Ella siempre había vestido sus blusas floreadas y el cabello rizado acomodado graciosamente alrededor de su cara, con el flequillo característico peléandole a las pestañas larguísimas cubiertas de rímmel.

Decidió abandonar la batalla y alejó las mantas de una patada. Comenzó a ponerse el uniforme bufando, como si estuviera personalmente enojada con cada prenda. En el fondo lo estaba, la estúpida falda le parecía horrenda e infinitamente más incómoda que el delantal de su antiguo instituto que le ocultaba el pijama a la perfección. Su madre le había cosido un bolsillo secreto para que no extrañase tanto el espacio de almacenamiento que le regalaban los tres bolsillos del delantal azul donde siempre andaba cargando chucherías.