✨Capítulo 35✨

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La miró y la sonrisa de esa mujer seguía siendo la de siempre.

Y la que él siempre querría.

Al ya saber la verdad, no pudo evitar mirar en Emma a su madre. Ahora sabía por qué el día de su adopción algo en ella le había resultado tan familiar, sin embargo, no había encontrado qué era eso que sentía tan cercano. Ahora se daba cuenta. ¿Cómo había sido tan ciego?

La sonrisa de Emma era igual que la de su madre, pero transmitían cosas distintas. Pues él nunca había encontrado cariño en la sonrisa de su progenitora. Sus cabellos y el tono de su piel eran idénticos. En solo segundos recuerdos apabullantes de su infancia llegaron a su mente, pero ya no dolieron.

Emma lo miraba con absoluta felicidad.

La mujer alzó los brazos y Allen no dudó en refugiarse en ellos, y allí se sintió como el niño desolado que esa mujer había adoptado hacía seis años, cuando tenía apenas catorce. Era el abrazo más íntimo que durante todo ese tiempo juntos se habían dado. Allen envolvió el cuerpo delgado de su tía y su madre al mismo tiempo.

Emma soltó el abrazo y esbozó una sonrisa.

La única vez que había vuelto a ver a su hermana mayor después de que ella se fuera del orfanato, Clara ya tenía a sus dos hijos. Todavía recordaba aquel día, en el que su hermana todavía no perdía toda la cordura; la había ido a buscar después de seguirle la pista por mucho tiempo.

Jamás comprendería las acciones de su hermana mayor, mucho menos lo que había provocado en sus dos hijos, pero luego supo que tenía desequilibrios mentales, justo como murmuraban en el orfanato. No obstante, pesar de todo, aún la quería. Sus recuerdos de infancia con Clara seguían en el fondo de su alma. Aunque jamás hubiera vuelto a saber de ella.

Allen miraba con atención la luz tenue de la lámpara que colgaba en un lado de la pared de la sala. Emma estaba sentada en el sillón de enfrente y su mirada era nostálgica, era el tipo de mirada que solía ver en las personas que recordaban su pasado con añoranza.

—Debo contarte mi historia en pocas palabras, Allen, para que todas las piezas puedan unirse dentro de ti; sé que lo de tu madre es imperdonable, pero...

—No, Emma, ya la he perdonado —confesó Allen, y clavó la mirada en sus ojos aceituna, del mismo color que los de su progenitora—. Aunque me haya hecho a mí y a mi hermana el peor de los daños, no puedo cargar con odio y rencor toda la vida... —susurró.

Emma tomó una respiración profunda.

—Éramos una familia feliz, Allen; mis padres eran unidos y amorosos conmigo y con Clara, siempre estábamos juntos, aunque no teníamos más familia que ellos, pues en realidad mis padres llegaron desde Italia, sus familias estaban en desacuerdo con su matrimonio y por eso huyeron a Barcelona, donde nos criamos...

Allen adoptó una mirada serena mientras comenzaba a imaginar la vida de su madre y de su tía. Le dolía recordar y escuchar sobre ella, pero tenía que saberlo y sanar. Por completo. La mirada de Emma era nostálgica y Allen supo que mentalmente estaba en otro tiempo, muy lejos de ese presente.

—Un horrible día nuestros padres tuvieron un accidente y nosotras terminamos en un internado de niños huérfanos para adopciones... Clara dejó de ser la niña alegre y noble que conocí, se convirtió en una persona temerosa, insegura, dependiente y violenta... Yo quería ayudarla, porque después de todo era mi querida hermana, pero no pude y todo se salió de control —su voz se quebró.

Y las lágrimas comenzaron a ser amenazantes.

Allen aguardó a que Emma recobrara la compostura.

Heridas Profundas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora