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No pediré perdón por el daño que indirectamente te causé debido a algo tan humano como la ilusión, porque ciertamente, yo no tengo poder sobre ello. Yo no tuve una forma de manipular lo que sentías para que esas ilusiones nacieran y empezaran a tomar fuerza. Pero lo que sí puedo hacer es contarte una historia, la historia de mi propia ilusión, del sueño recurrente que lleva conmigo desde que cumplí los trece años y me di cuenta que tal vez etiquetar lo que sentía hacia los demás era lo menos relevante de todo.

Una buena forma de empezar con esto es diciendo que la pubertad es una mierda, es incómoda, inevitable y asquerosamente confusa. Dudo mucho que exista alguien en el mundo al que le haya gustado pasar por la pubertad, da igual el resultado que haya tenido en ellos, bueno o malo, pasarla es una tortura. Pasando ese tema, puedo decir que, cuando llegué a ese punto lo único que cargaba diario era un enojo inexplicable con el mundo y lo injusto que yo creía que era. Pelearme con mis padres era cosa de todos los días y ganarme detenciones por malas contestaciones se convirtió casi en un deporte.

Hasta que volví a toparme contigo de frente, después de algún tiempo donde sólo te veía de lejos en el salón, recesos y salidas de jornada escolar.

No puedo decir que fue como en un cuento de hadas o como en esas novelas estúpidas que los autores juveniles creen, le gustan a todas las personas de ese rango de edad. Sí hubo un choque, también libros caídos y disculpas torpes, pero no por eso fue romántico. Porque yo estaba de camino a detención mientras maldecía al universo entero y tú venías huyendo del grupo de imbéciles, que preferían seguir las órdenes de Jackson antes de pensar por sí mismos. No puedo decirte que recuerdo cada segundo de ese suceso, porque te estaría mintiendo. Pero lo que sí recuerdo es a ti ofreciéndome una mano para levantarme, aún después de que yo fuera el responsable de ese desastre.

Recuerdo darte las gracias con ese mal tono que llevaba utilizando con todo el mundo desde que esa etapa comenzó a afectarme más, como también ayudarte a recoger todos esos cuadernos sólo para retrasar mi llegada a la detención. Cuando terminamos de acomodar la pila de hojas que salieron volando de uno de los cuadernos me sonreíste como hace mucho tiempo, nadie me sonreía y eso bastó para darle un poquito de luz a mi día.

Pensé en esa sonrisa las dos horas que duré en ese aburrido salón, y todo el camino a casa siguió presente en mi mente, a tal grado que mi hermana me molestó todo el rato que duré en la planta baja de la casa, hasta que decidí saltarme la cena y encerrarme en mi habitación, bajo la excusa de un cúmulo de tareas inexistentes.

¿Fue en ese momento en el que me empecé a ilusionar contigo y en cómo tomaba el valor para hablarte? No lo sé, porque tal vez ese sentimiento llevaba dentro de mí desde hacía un tiempo más, pero no fue hasta ese instante en el que le di el peso real que se merecía. No eres el único que se ilusionó a tal grado de crear escenarios poco probables sobre una confesión correspondida y una relación maravillosa.

Ilusionarse es de humanos, y equivocarse también. Ser imbécil viene en el paquete, porque eso es lo que hemos sido el uno en torno al otro, un par de imbéciles ilusionados con un amor que es correspondido, pero en el que no se atreven a dar el paso debido al miedo y la timidez.

Es por eso que aquí, en esta hoja, te repito Stiles Stilinski, que estoy total y completamente enamorado de ti. De cada defecto y virtud que posees. Realmente espero poder estar frente a ti mientras lees esto, o mejor aún, tener la oportunidad de leértelo yo mismo para que quede aún más claro.

Y por si necesita aclaración después de todo lo escrito anteriormente, no, no tengo pareja y no me escapo para enrollarme con nadie durante clase. Tomalo mejor como un método alterno para poder pedirte los apuntes y tener una excusa semanal para hablar contigo aunque sea por unos segundos.

Ten things that I love about himWhere stories live. Discover now